Entre narcotraficantes y ¿Mahou shounens...?

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—Okeeeyy~ Deja ver si entendí —comencé tranquilamente, tratando de mantener las manos quietas — ¿estás diciendo que fui perseguida, secuestrada, atada y amordazada porque pensaron que era una especie de espía—señale con un movimiento de cabeza a los hombres apaleados a mis pies—, que les intentaba robar... Cajitas de juguete tipo kínder sorpresa?

Él asintió algo dudoso, tal vez confundido por los conceptos que emplee o quizás por la mirada de completo odio que le estaba dedicando.

—Sí, podría decirse que así fue —respondió rascándose la mejilla nerviosamente

—¡Qué no son juguetes! ¡Son cajas armas! —rugió otro de los chicos a su espalda, uno con aparentemente mal humor

¿Pues sabes qué? ¡Me importa un reverendo pepino!

—Púdrete —solté mirándole fijamente. No estaba de humor para seguir con toda esta situación surrealista digna de ser una película de acción de Hollywood (así de dramático y sobre exagerado). Si alguna vez me encuentro con la persona o cosa que maneja el karma cósmico y todas esas weas, tengan por seguro que le golpeare en la cara por todas las que me ah hecho.

—¡Mujer estúpida e ignorante! —gruño enfado.

—¡Gokudera-kun! —le censuró el chico con el que hablaba

Cerré los ojos, respiré hondo e ignoré las voces de los demás chicos, quienes se alborotaron peor que Deya cuando escucha la palabra Yaoi. Mentalmente conté hasta diez y me pellizque, pero cuando abrió los ojos ellos aun estaban ahí y yo seguía atada a la silla.

—Odio mi vida ¡Arrgg! —gruñí sin saber si reír como desquiciada, echarme a llorar o simplemente pedirle a alguno de ellos que me golpeara lo suficientemente fuerte para noquearme.

Bien, la situación era mil veces peor que esa vez en la que no dormí por días, cometí homicidio doloso (lo siento, Bola de nieve), viole el reglamento de tránsito y huí de la policía (lo siento, de nuevo) y practique tráfico de órganos involuntariamente.

Seep, estaba jodida. JODIDA.

Todo comenzó con una maleta. Una común, inocente e inofensiva maleta.

Pero antes de llegar a la serie de eventos desafortunados que me llevaron a estar en esta sucia y oscura bodega, atada a esta silla y charlando quitada de la pena con extraños armados hasta los dientes y vestidos como bodyguards, eh de resumir algunos aspectos que no son de importancia, pero me da la gana recordar. Al menos así confirmo que no estoy desquiciándome más de lo que ya estaba. Porque bueno, tú sabes, siempre es bueno confirmar que sigues cuerdo.

Una de las cosas que siempre eh querido, aun cuando amo México y el Caribe (¡Oh sí! La bitch va a la beach) es salir del país. Ir a turistear, conocer y disfrutar de las maravillas del nuevo mundo. Algo posible, en un futuro muy, muy, pero muy lejano (tener hermanos algunas veces apesta). El caso es que, mientras juntaba mis centavos en una lata de galletas y soñaba con mi Beffa del alma, de esas malditas que te insultan y aun así se siente como la mayor expresión de cariño, acerca de recorrer México e ir a Gringolandia y las Europas; la oportunidad llegó golpeándome en la cara, como casi todas las cosas lo hacen. Una mañana llena de sarcasmo, humor negro, sonidos de cerdo en el matadero y maldad —muy común en la oficina— Gla soltó la bomba: se había abierto nuevamente el concurso de becas para estudiar en el extranjero, ese que su novio había usado el año pasado para estudiar en Barcelona por un año. La convocatoria no tardo en aparecer en el área de anuncios y mis compañeros no tardaron en meter sus papeles. Todos soñaban con ir a Argentina, Barcelona e incluso Gringolandia, ser los futuros Juan Vucetich, Hans Gross, Cesar Lombroso e incluso jugar al CSI en E.U. Yo por mi parte, tenía salud.

Too Weird to Live, Too Rare to Die! [KHR!]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora