El sol entra por la ventana, inundando la habitación. Fuera, la fiesta está en todo su apogeo. Se celebra el compromiso de la hija mayor de la familia. Todos son felices, bailan y ríen, fingiendo que todo va bien. Todos menos la adolescente que, sentada sobre la cama, intenta concentrarse en sus estudios. Nunca ha sido buena estudiante, aunque no porque tenga problemas para aprender, sino porque se aburre. No es disciplinada y prefiere hacer otras cosas antes que estudiar. Por eso se ha puesto los cascos e intenta estudiar con música. Si no oye el ruido del exterior, tiene más probabilidades de terminar lo que está haciendo y salir un rato más tarde, cuando su novio venga a buscarla. Él también está abajo, celebrando con los demás. Él ya está en la universidad, no necesita preparar la selectividad, pero ella va un año retrasada porque repitió un curso. No fue porque sea estúpida, sino porque no se presentaba a los exámenes. No le gusta estudiar, no puede evitarlo. Pero le encanta aprender por su cuenta y leer. Lee mucho. Tiene la habitación llena de libros y ha empezado a llenar el salón también.
En ese momento está sentada en la cama, con las piernas cruzadas y una manta cubriendo las piernas desnudas. Ha cerrado la puerta cuidadosamente porque no quiere que nadie la moleste. Especialmente él. Y es precisamente él la razón de que haya huido de la fiesta sin ser vista. Quizá así se libre de sus «atenciones» y pueda estar tranquila por el resto del día.
Él siempre la toca. Lo hace desde la primera vez que entró en casa. Entonces ella tenía quince años y se sintió tan avergonzada y culpable, que fue incapaz de contar lo que había pasado. Las siguientes veces fueron exactamente igual. Él le dice que es ella quien lo provoca, quien lo busca. Esa es la razón de que siempre lleve ropa que la cubre de arriba abajo cuando sabe que viene a casa, pero no tenía ni idea de que hoy se celebraba la fiesta de compromiso. Nadie le dijo nada, así que pensó que lo que estaban organizando en el jardín era una barbacoa o algo así. Por eso bajó en pantalones cortos y se vio obligada a escapar tan pronto como acabó la comida. Él siempre se las ingenia para sentarse cerca de ella. Navia intenta huir en cada ocasión, pero no lo consigue casi nunca. El tipo es tan osado, que incluso con su prometida al lado, desliza la mano por su pierna hasta ese lugar y se regodea moviendo su dedo arriba y abajo buscando una respuesta que nunca encuentra. Ella siempre cierra las piernas, pero la pellizca con violencia entre los muslos, dejándole marca. Y ella no puede hablar. Le ha dicho que, si lo hace, les dirá que es culpa suya, que lleva años buscándolo y provocándolo. El sinvergüenza sabe que tiene miedo de sus padres y de su hermana.
Navia está deseando irse a estudiar lejos. Le da igual el lugar, solo quiere irse y no ver de nuevo a ese hombre. No quiere que nadie la mire como lo hace él. Es repugnante, la hace sentir sucia, culpable. Es como si con cada uno de sus movimientos lo estuviese llamando, como si realmente lo provocase incluso cuando se sienta en un rincón. Se siente así. Quiere salir de todo eso, pero es imposible. No tiene valor para ir a la policía y denunciarlo. Se lo ha contado a su mejor amiga y esta le ha preguntado si no será verdad que hace algo, aunque sea sin darse cuenta. «Tú eres de ese tipo, ya sabes». Pero no, no lo sabe. Y no lo sabe porque todavía es virgen, porque aparte de besarse con su novio y permitir que le toque los pechos, no ha hecho nada más. Ella es ese tipo de chica, no del otro. Ella no mira a los hombres, no le llaman la atención. Su novio es un caso especial. Él la buscó y la persiguió hasta que consiguió que le hiciese caso. Es verdad que a veces quiere darle una patada en la boca por pesado. Quiere acostarse con ella y, para eso, la chantajea. «Si me quieres, tienes que hacerlo conmigo», «no te acuestas conmigo porque no me quieres lo suficiente», «yo te amo, por eso quiero hacerlo contigo». Navia se sabe inocente en estos asuntos, pero no tanto como para no entender que amor y sexo no son lo mismo y que lo que siente por Israel no es, ni mucho menos, amor. Ni siquiera se siente atraída por él. Empezó a salir con él por pena, porque insistía tanto que no sabía cómo decirle que no sin herir sus sentimientos. Además, quería saber qué se siente al tener novio, porque nunca había salido con nadie. Pero había algo más: estaba segura de que, si salía con alguien, su futuro cuñado la dejaría en paz. Pero no ha tenido suerte.