Un día estaba mirando la ventana mientras llovía, me gustaba creer que las gotas de agua hacían carreras entre ellas para ver cual llegaba primero al final de la ventana. Tenía ocho años, me encantaba soñar con príncipes azules, que rescataban a sus doncellas del temible enemigo y vivían felices para siempre; todo era tan perfecto, no habían dificultades, soñaba con que esa era la vida que me gustaría vivir, un cuento de hadas.
Mientras observaba la ventana, mi mamá me llamó a cenar, y corrí, la abracé y me senté en la mesa. Cenamos y me levanté de la mesa, le dí las gracias a mi mamá y me fui para mi cuarto, me quedé dormida de repente y soñé con algo espantoso, era mi papá, no se hallaba bien y me pedía a gritos que lo ayudara, que yo era la única que lo podía salvar, él se hallaba en medio de una guerra contra sus peores enemigos, sus miedos y allí estaba yo, observando como todo esto ocurría y no sabía qué hacer, Dios santo ¡Tenía tan sólo ocho años! ¡Jamás podría ganarle a todo ese ejército que quería destruir a mi papá! Pero aún sabiendo eso corrí, esquive a todos los que estaban allí, abracé a mi papá y le dije lo mucho que lo amaba, él también me abrazó y me dio las gracias, poco a poco vi como todos esos enemigos se desvanecían, hasta sólo quedar mi papá y yo. Cuando todo se calmó mi papá me explicó que yo era su ángel,que era su segunda oportunidad de vida, su equilibrio, y por eso todos se habían ido cuando yo había llegado, me abrazó muy fuerte y me dio un dulce beso en la frente.
Desperté, y corrí a abrazar a mi papá, él era mi héroe, el mejor hombre del mundo para mi, pero no conocía su pasado y lo que no sabía era que dentro de muy pocos años lo conocería, pero por ahora, él seguiría siendo el hombre más maravilloso del mundo.