He terminado. Ahora no podrá volver a hablar con nadie, no podrá volver a devorar a nadie. Comenzaré desde el principio.
Hace una semanas me di cuenta de su extraño comportamiento; dejó de comer cualquier tipo de vegetal. Cada vez que probaba algo que no fuera de origen animal, lo vomitaba de inmediato. No volví a cocinar otra cosa que no fuese carne, no deseaba ver cómo enfermaba cada vez que se comía una ensalada o una manzana.
Pasaban los días y su situación empeoraba. Dejó de tolerar la carne cocinada, se despertaba en medio de la noche sin motivo alguno, se enfurecía sin más e incluso llegó a escaparse de casa en contadas ocasiones. Yo pensaba que eran cosas de la edad, que el padre tiempo acabaría curando todos sus males. Nada más lejos de la realidad. Llegó un momento, un momento que fue la gota que colmó el vaso: los asesinatos. Alguien (y no algo, pues todas las pruebas indicaban que un ser humano había cometido los crímenes) se había dedicado a devorar a las personas del vecindario. Y ese alguien residía en mi casa. Para cuando me quise dar cuenta, ya era demasiado tarde.
Sinceramente, no me arrepiento de lo que hice. Acabé con la causa de todos mis males, el motivo de años de dolor de cabeza y enfados, la razón por la cual apenas soportaba la vida. Ahora no podré volver a hablar con nadie, no podré volver a devorar a nadie, unas profundas suturas me lo impiden.
Todo me empezó a dar vueltas, la habitación en la que me encontraba comenzó a girar a mi alrededor mientras yo caía abatido al suelo. La policía había descubierto al culpable y había acabado con él. Ahora veo mi cadáver yacer en el suelo, con la boca cerrada a causa de los hilos que la aprisionaban, con el cuerpo desnutrido por culpa de la falta de alimentación, con el rostro congelado en una eterna mueca de sorpresa.
Lo bueno es que, al estar muerto, las suturas han dejado de ser un impedimento para alimentarme.
