Capítulo 8: El Bueno Y El malo

129 9 6
                                    


                                                           Capítulo 8: El Bueno y el malo

Bernardo cayó sentado en la arena al esquivar la sierra eléctrica que pasó zumbando muy cerca de su nariz. Aquel maniático enmascarado reía mientras daba vueltas a su alrededor agitando su ruidosa máquina asesina, intentando alcanzarlo. Mientras tanto los zombis salían unos tras otros del contenedor número 2; arrastrando sus pies, dejando caer pedazos de piel mientras caminaban, con esa expresión estúpida en sus rostros demacrados, heridos y podridos, pero muy dispuestos a unirse a la fiesta.

El público gritaba frenético, en sus caras estaba dibujada el hambre de muerte y la sed de sangre: «Feria de carne» decían y lanzaban carcajadas de alegría.

—EL PARTICIPANTE HA ELEGIDO EL CONTENEDOR EQUIVOCADO —dijo sonriente uno de los gemelos—¿QUÉ PASARÁ, AHORA?

—LO MAS SEGURO ES QUE LO VUELVAN MIERDA —respondió el otro.

Uno de los zombis, una mujer con la ropa hecha trizas y los senos descarnados, se lanzó sobre Bernardo. Él, aun en el suelo, la tomó del cuello tratando de alejarse de sus dientes. Los otros también se acercaban y podía escuchar el ruido de la sierra en aumento ¿o sería el de la motocicleta? Eso no importaba, ese ruido significaba la muerte y aunque la vida no era como antes, sentía que quería seguir viviendo. Logró dar la vuelta colocándose sobre aquella monstruosa mujer y golpeó su cabeza contra la arena hasta que sus ojos saltaron de sus órbitas y dejó de moverse.

El loco de la sierra pasó de nuevo a toda velocidad y Bernardo rodó hacia un lado evitando ser rebanado en el último instante. La sierra terminó cortándole las piernas a otro de los zombis, un viejo con la nariz destrozada que cayó al suelo pero siguió arrastrándose hacia Bernardo.

El chico tomó la cabeza de la mujer que acababa de matar y comenzó a girarla con todas sus fuerzas, las vértebras del cuello se rompieron con una facilidad que lo asombró. Metió sus dedos en las cuencas donde antes estaban los ojos de aquella desgraciada, recordó de pronto los tiempos en los que jugaba bowling con sus amigos en el centro comercial Metrópolis, pero sentir el material frio y gelatinoso entre los dedos lo devolvió al presente, no era momento de recuerdos, aunque solo eso le quedara. Así que tiró con fuerza separando la cabeza del cuerpo y derramando parte del cerebro de la mujer por todas partes.

El viejo sin nariz le alcanzó uno de los pies descalzos y trató de llevárselo a la boca, se veía hambriento y Bernardo no tuvo que pensarlo demasiado para golpearlo una y otra vez con la cabeza de la chica. Los cráneos chocaban y por fortuna el del viejo fue más débil. Bernardo saltó de nuevo hacia un lado, esquivando a una niña zombi que trató de alcanzarlo; actuaba en modo automático, el mismo se sorprendía de la manera en la que su cuerpo estaba reaccionando, como si de pronto el miedo a morir lo hubiese hecho el más ágil de los felinos.

—ES RAPIDO —dijo un gemelo emocionado.

La multitud de muertos vivientes ya acosaban a Bernardo por todas partes y él se defendía lo mejor que podía, a empujones, patadas o golpeándolos con la cabeza de la zombi rechazaba a los hombres y mujeres que aunque se caían a pedazos lograban ponerse de pie nuevamente para intentar comérselo.

Sangre, Sangre, Sangre empezó el público decepcionado.

HAY QUE DARLES SANGRE, ROBERT —dijo Rubén y Robert se encogió de hombros con una sonrisa de oreja a oreja —. MARICÓN, AGARRA ESTO —Rubén le lanzó un Mazo a Bernardo que cayó pesadamente en la arena a unos pasos de Él —. AHORA SABES QUE SOY EL GEMELO BUENO.

El tipo de la moto aceleró hacia Bernardo para impedir que este lograra llegar al mazo. Bernardo tomó la cabeza de la chica con ambas manos y se la arrojó al motociclista quien logro rechazarla con la sierra, pero perdió el control de la motocicleta y terminó cayéndose aparatosamente.

Bernardo corrió en dirección al mazo, lo tomó y miró hacia la cima del andamio, donde estaba Andrea, desnuda y amordazada. A penas la conocía, pero su deber, tenía que rescatarla.

Mientras tanto el tipo de la motocicleta gritaba de dolor, la motocicleta yacía a su lado con los neumáticos aun girando. Él se había roto una pierna al caer y el hueso sobresalía fuera de sus pantalones de cuero empapados de sangre.

Uno a uno los zombis fueron aplastados por el mazo de Bernardo, dejándolo en medio de un montón de cuerpos podridos con los cráneos destrozados.

—¡Yo gané! —Jadeó Bernardo—. Suéltenla.

Los gemelos se rieron.

—Te Falta uno —dijo Robert.

Bernardo volteó hacia el motociclista. Se había quitado la máscara, tenía la cara ensangrentada y un zarcillo verde del tamaño de una lenteja brillaba en su oreja derecha.

—No me mates —decía y su bigote de amarillo artificial se teñía del natural color rojo de la sangre que emanaba de su nariz y la heridas de su cara.

Bernardo se acercó lentamente, arrastrando el mazo en la arena, dibujando un camino recto que conducía hacia el motociclista herido y una vez estuvo lo suficientemente cerca, levantó el mazo con ambas manos sobre su cabeza.

—¡No, no tienes las bolas para hacerlo! —gritó el tipo cambiando el tono de súplica por uno cargado de rabia.

La mirada de Bernardo estaba llena de furia, así que sacudió su mazo contra la cabeza de aquel hombre hasta que su cara sucia se pintó con su sangre y sesos. Cuando dejó de golpear, la cabeza del hombre se había reducido a una funda de piel deshecha incrustada en un enorme agujero en la arena en el que brillaba un zarcillo parecido a una lenteja.

Bernardo volteó hacia los gemelos. La expresión de su rostro era de locura.

—Suéltenla —dijo el gemelo bueno.

Dos niños sucios saltaron a la arena y subieron a la cima del andamio. Soltaron los amarres de Andrea y le quitaron la Mordaza.

Bernardo caminó hasta la base de la estructura y sonrió mirando a los ojos a Andrea. Ella lloraba desconsoladamente y lo veía con gratitud. Incrédula aún de todo lo que había hecho ese muchacho que apenas conocía, para salvarla de un destino al que quizá todavía ambos estaban condenados.

De pronto un estallido interrumpió el intercambio de miradas, los ojos de Andrea se pusieron en blanco y una mancha roja apareció en su frente. Los niños la soltaron y esta calló de cabeza, sus huesos crujieron al chocar contra la arena. Bernardo corrió hasta ella y abrazó su cuerpo desnudo, aún caliente, sí, pero ensangrentado y muerto.

El muchacho no comprendía, estaba desorientado, volteó de nuevo hacia las gradas y lo descubrió finalmente. Uno de los gemelos sostenía una pistola, aun humeante, en su mano derecha.

—Ahora ya sabes que soy el gemelo malo.  

VeneZuela ZombiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora