Prólogo

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Sé que no debo hablar, pero la fiscal no deja de presionarme. Arthur me observa desde su escritorio finísimo de caoba, como invitándome a cerrar la boca.
"Señorita Finley, ¿afirma usted haber amenazado de muerte a la víctima?"
Vamos, Claire, da una respuesta clara.
Siento que mis manos chorrean gotas de sudor; el perfume caro del juez y su mirada contundente me abruma. Todos me observan.
"¿Señorita Finley? Estamos esperando su respuesta. ¿Amenazó de muerte a la víctima? Recuerde que está bajo juramento".
"No."
La abogada se acomoda su peinado de peluquería de barrio y esboza una pequeña mueca de insatisfacción.
"¿Niega haberle dicho, textualmente, 'si te vuelvo a ver cerca de ella
te apuñalaré hasta que te desangres, y no titubearé'?"
Estoy atrapada. Si meto la pata en esta respuesta, no sólo caería yo, caeríamos todas, caería Arthur.
"No, no lo hice", respondo asertivamente.
"¿Está usted segura de lo que dice?"
"¡Objeción!", exclama Arthur poniéndose de pie intempestivamente.
"Lo retiro", sonríe macabramente la abogada que me interroga. "No más preguntas, Su Señoría".

El juez da por terminada la sesión, y yo siento que el mundo casi se me escapa por los labios.

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