S L E E P .

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Despertó. El frío recorriendo su ser, su cuerpo sudando en calor y la sensación de espacio aún en su pecho. Apuñalándolo de una forma triste y poco humana. Quería volver a cerrar sus ojos, no sentir la sensación que se enseñaba por cruzar su cuerpo; quería hundirse bajo mil colchas y perderse entre los sueños de un mundo inexistente.
Se arrolló entre la fina calidez que le daban aquellas cobijas, lloró en silencio; le dolía, le dolía como mil demonios, su pecho ardía en rabia y sus labios se sentían calientes.
No recuerda nada, no recuerda ni tiene la más mínima remota idea de que está pasando con él. Sabe y es consciente de que algo no marcha bien, pero también sabe, que no puede lidiar con ello. Se abrumó; al mismo instante en que despertó su cuerpo y su mente se abrumaron. Se sintió cansado, exhausto y con fuerzas nulas para levantarse y ponerse de pie; seguía en ese trance, el de seguir llorando o levantarse y saber donde estaba. Deseó no despertarse, perderse entre la infinidad de recuerdos desolados y palabras lindas chocando con su oído. Gritó y lloriqueó, se alzó y volvió a caer. Todo iba en el mismo orden, el de caerse y levantarse, el de seguir y parar. Era su vida, estaba despierto. Ya no podía perderse nuevamente en un sinfín de sueños inexistentes; se levantó alzándose como una palmera en crecimiento. Sus piernas temblaron y los brazos le cayeron a los costados del cuerpo, con el pesar y el divagar atacándolos. Cerró sus ojos mareándose, la cabeza le martilló en queja y se tambalea hasta que se sostiene de la pared fielmente.

《¿Quién era él?》

Se lo cuestiona, tantas veces como le sean posibles. Se pregunta que hacia allí y como fue que despertó ahí, quería repuestas. Tantas preguntas pasando por su cabeza que aumentaban el dolor haciéndole chillar ante la sensación despectiva del momento.
Cayó. Tan doloroso como el haberse levantando: él cayó. Chilló dolorido, se movió, se levantó y volvió a caer. Cayó diez veces más y se rinde. Ahuecando su rostro entre las frías baldosas y perdiéndose nuevamente entre aquel fantasioso mundo del cual, desea no volver a despertar.

[...]

Vuelve a despertarse. De nuevo entre las cobijas cubriendo su cuerpo, sus brazos magullados por las caídas le reclaman en un agudo dolor y en sus piernas siente un cosquilleo. Sabía de eso, vio una vez que cuando tus piernas cosquillean es porque la sangre no corre debidamente y el cerebro envía señales a nuestro cuerpo para reclamarle. Recordó aquello con tanta facilidad que se sorprende de haberlo echo. Movió sus piernas y siente el frío de las sábanas en su piel. Vuelve a lloriquear, siento la quemazón hacerse carne en su cuerpo, sus brazos no dejan de recriminarle el haber sido un completo imbécil. De pronto, se da cuenta de algo... él no puede ver. Había caído y se había levantado pero jamás pudo ver; al principio se desespera, rasguña sus ojos intentando poder observar algo más que aquella oscuridad que le atacó y luego empezó a gritar, al final se resignó y se dio por venciendo. Se dejó caer nuevamente, sin ver ni oír nada. Las tripas le rugían y no sabía aún donde estaba, todo se había vuelta tan confuso e inexplicable que creyó que volvía a estar soñando, pero no, era tan real como su vida en la tierra. Suspira y el peso muerto de su cuerpo se cierne entre la calidez del colchón, olía a tabaco y menta, por los menos algo le funcionaba.

[...]

Aquel día, cuando las flores dejaron de florecer; los pájaros de cantar y el sol de salir. Aquel día cuando una infinidad de pequeñas gotas cayeron sobre sus ojos, bañándolo en el más puro e inocente retazo de cielo. Cuando los ríos y botes surcaron directo a las ruinas sinfín de conocimientos; cuando sus palabras se trabaron y su cuerpo se trabó. Justo aquel día, él perdió la vista. Acaba de recordarlo, en una oleada de tristeza que se clavó en su pecho, con la agonía de saberlo y de recordar tan doloroso, como fue que sus ojos se convirtieron en un mar nocturno. Lo recuerda, lo recuerda. Podría decírselo mil veces y tendría la misma razón, es su culpa al fin y al cabo. Lo peor de todo, es que está solo. Tan en agonía y desilusiones, su cuerpo perdido en una neblina infinita que es bañada por el cielo razo pintando en cian.
No veía nada, ni desde la luz del día asomándose por la ventana, a la luz nocturna de la luna creciente anunciando la llegada de un niño o un animal. No podía ver. Y se desespera, es desesperante. Quiere ver, quiere saber cuántas líneas poseen sus palmas, cómo se ve y si le llegó la pubertad (por más tonto que suene eso); desea verlo todo, desde mujeres a hombres, desea saber que hay junto a él, como es su cama y de que color es su pijama; pero no puede hacerlo, el negro es lo que sus ojos ven y se llena de pensamientos donde se ruega a sí mismo en un intento desesperado por abrir sus ojos.
Grita, grita tanto que se le hace fuego la garganta. Su nariz para de inhalar y exhalar al hacerlo, aprieta los puños y grita tan fuerte que su rostro se baña en carmín. Grita tanto que las venas del cuello laten y el corazón parece desembocado de su pecho. Pero... lo entiende, el gritar y llorar, no permitirán NUNCA que vuelva a recuperar la visión y olvidar que pasó con él.

Ha vuelto a cerrar sus ojos luego de haber gritado, es estúpido porque de todas formas no puede ver, pero es la manera en que su alma se engaña a si misma diciéndose que al abrirlos, él tendrá su visión nuevamente. No oye nada hasta que unos pasos resuenan sobre el suelo, no le importa quién sea, de echo, ha dejado de importarle demasiadas cosas más de la cuenta. Aquellos pasos vienen en un andar suave, no se apresuran al caminar y luego de unos segundos tocan la puerta. No le sale la voz para responder, se mantiene de pie tambaleándose y su cabeza cayendo hacia atrás con la nariz apuntando el techo; no se molesta en caminar tampoco, espera que la persona detrás de la puerta sepa su situación y se digne a atenderse. Sigue el silencio y por unos segundos piensa que se trata de alguna broma hasta que la puerta se abre y luego se cierra. Nadie dice nada, y él tampoco se ve dispuesto a comenzar a decir algo.
Gruñe y vuelve su cabeza recta, con el cuerpo rígido y disimula el echo de que sus piernas estén temblando a punto de caerse.

❝Tenías que llamarme.❞ Alguien dice. No reconoce la voz, intenta hacer espacio en su cabeza pero no logra saber quién es. ❝No puedes levantarte sin mi permiso, imbécil. Tienes que decir mi nombre y te levantaré.❞ No reconoce la voz, por más que lo intenta no puede hacerlo; se inquieta al saber que hay un desconocido frente él y se abruma al darse cuenta que su voz es mucho más gruesa que la suya, más perfecta y más entonada.
Vuelve a gruñir y alza su mano hacia el rostro del desconocido, saca a relucir su dedo pulgar y traza el rostro del ajeno, es la única forma que encuentra y no se avergüenza ante su descarada actitud.

❝No sé tu nombre. Tampoco donde estoy.❞ dice, su voz más aguda ante aquella potente y se detiene cuando su dedo rozó el labio del ajeno, subiendo a sus pómulos. ❝Tampoco recuerdo mucho.❞

Sus ojos se cerraron, llenándose entre la tortura de la vida cruel y real. Ya no podría ver, no vería lo más lindo del mundo ni lo más feo. Ya no definiría la impureza y no vería la pureza en los ojos de un niño; se perdería de aquellas cosas tan importantes para él, pero, quizá no era tan malo. Se perdería de ver toda la destrucción que los demás y él mismo cometieron; ya no vería noticias donde anuncian alguna chica violada o no tendría la noción de saber que con el pasar del tiempo su alrededor se arruinó. A lo mejor, estar ciego podría ser una gran ventaja.

❝No importa. Ya vete a dormir, las enfermeras no están y no estoy capacitado para atender a un enfermo.❞ el hombre dice, su voz es tan confianzuda, con confianza en sí mismo y en sus palabras. No tiene remordimientos.

❝No quiero dormir. Quiero saber donde estoy y qué está pasando.❞ él también es decidido.

Pasa varios segundos hasta que el hombre frente suyo da un paso hacia delante y lo empuja con fuerza a la cama, él gruñe y toca la cama sintiendo la seda fría en el tacto de sus dedos. Se empuja hacia delante con ayuda de sus manos y el hombre vuelve a tirarlo hacia la cama, ahora éste se coloca encima de su cuerpo, el peso del ajeno cayendo sobre él y se siente incómodo, inofensivo e inútil; lo sostiene por las manos y las lleva por encima de su cabeza inmobilizándolo.

❝Imbécil, ¿qué te crees? Haz lo que yo te diga y no me toques los huevos o te juro por mi vida que acabaré contigo. No porque seas ciego harás que te tenga lástima.❞ por último pega un puñetazo muy cerca de su sien y así como entró, se marchó; las pisadas resonaron en el pasillo y luego de vuelta silencio. Un silencio tenso, que le heló los huesos e hizo que su pecho ardiera en rabia.

No había nada más doloroso, que la verdad en tu cara dicha por personas ajenas.

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