Discusión en la carpa

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Sentada en uno de los almohadones, moviendo las piernas doradas en un elocuente vaivén que parecía incitarle a pasar la yema de sus dedos para comprobar que seguían siendo tan suaves como recordaba, estaba el pecado, estaba la diosa que lo había hecho sucumbir, estaba ella. Las pesadillas, las mentiras y los insomios de Ciel Phantomhive parecían estar mezclados dentro de esa mujer endemoniadamente sexy, porque incluso tomándola tantas veces no lograría hacer que su deseo acabara. Sus labios pintados de rojo formaban una mueca, en conjunto con su entrecejo fruncido que le indicaban lo molesta que se encontraba por la interrupción que él había provocado, pero Ciel no lo sentía así. En cambio, estaba pensando si alguien más se había adueñado de aquellos labios que le pertenecían en sus más prohíbidas fantasías. Buscó sus ojos, queriéndo hallar algo de arrepentimiento en ellos, una pizca de fe compasiva diciéndole que aun necesitaba de él, aunque no fuese con la misma intensidad que él demandaba la presencia fémina a su lado. Pero el acero de los ojos oscuros de Mak fue el que se encargó de darle una gélida bienvenida.

--¿Qué estás haciéndo aquí?--La voz agridulce de Mak lo sacó de sus cavilaciones. Oírla cantar había sido bueno, pero escucharla hablándole después de tanto tiempo era diferente. Era casi como estar suspendido en el aire con la certeza de que no caerás porque hay algo que está protegiéndote, aunque no lo puedas ver. Es por eso, que las comisuras de sus labios tiraron de ellos para formar una tenúe sonrisa que pasó desapercibida para ella, por que apartó la mirada en cuanto lanzó la pregunta. Pareciera como si lo hubiera estado ensayando, incluso le dio la impresión de que lo habí estado esperando.

--Quería verte--expresó el más sincero deseo que le agobiaba, porque de todos los que ella le hacía necesitar, ese era el más apremiante. Un destello pasó por los ojos de Mak cuando se levantó para encararlo. El olor a duraznos que había quedado grabado en las cavidades nasales de Ciel debió de haber renacido en cuanto ella se acercó.

--¿Te ha tomado tres meses darte cuenta?--"Ha parecido una eternidad desde que te fuiste" quiso decirle, pero sabía que debía ir con cuidado pues no quería ser echado de allí al verse tan atrevido. Porque desde aquella tarde en la que Mak se presentó en su despacho para abandonarle, tenía la sensación de que le hubierán desollado el corazón debilucho con el que la amaba en toda su extensión.

--No--Respondió, apretando los puños contra los costados para no perder el control y besarla ahí mismo--Me di cuenta en el momento que azotaste la puerta y desapareciste--

--Entonces...¿Porque hasta ahora?--había un deje de decepción que Mak no le pudo ocultar, ni aun con ese semblante cargado de frialdad. No entendía qué pretendía al culparlo por la traición que ella misma había cometido. Tal vez, sólo tal vez esto había sido únicamente una estúpida prueba que se convirtió en realidad cuando Mak se resigno a que él no la buscaría. Al analizar la posibilidad, sintió como si un balde de agua fría le hubiese caído en la cabeza, porque debió de haberse dado cuenta desde el principio y correr tras ella. Debería de haber sabido que Mak era una terca impulsiva.

--Quería darte tu espacio--le dijo--Creí que querías estar sola y pensar, es por eso que no te seguí--

Ella no lo miraba. Ciel quería ir hasta donde estaba ella y tomar su rostro entre sus manos para obligarla a mirarlo. Necesitaba saber si Mak aun lo amaba, porque sólo viendo sus ojos mientras ella lo miraba, se convencería si ella le daba una respuesta negativa. Pero por desgracia, estaba clavado al suelo, sin posibilidad alguna de lanzarse hacia ella y plantarle un beso que los hiciera desaparecer. Sin embargo, lo único que estaba desapareciéndo era su autocontrol cuando la falda de Mak se alzó mientras ella cambiaba de posición.

--Tienes razón, he pensado bien las cosas--Su escote se deslizó un poco cuando ella cruzó los brazos y se alzó sobre su espalda--Y creo que ya has de estar enterado que no te quiero en mi vida--

--Mak...--

--¡No seré tu prostituta personal!--Sus mejillas se había tonado de un ligero tono carmín, apenas haciéndose notar por la luz de las velas. Ciel la observó tomar una bocanada de aire tras su confesión y expulsarle como si le quemara la garganta--Ahora vete--

--Mak, te necesito--arrastró cada palabra con un deje de dolor impregnado en ellas, sintiéndose patético en un nivel que nunca había imaginado. La vela a su alrededor seguía consumiéndose y él se preguntaba cuándo tardarían en quedarse a oscuras, si es que Mak le permitía quedarse hasta entonces.

--Todos los nobles son asquerosamente iguales. Te usan y sienten que eres juguete de su propiedad--Identifico rabia y dolor en su voz y en la manera de pronunciar cada palabra en esa oración. ¿Sería por qué...? el sólo pensar en esa suposición se sintió como un balde de agua frío paralizándole todos los musculos

--Mak, dime si alguno de esos malditos te tocó, dimelo y...--

--¿Y qué?--Le interrumpió--¿Se lo harás saber a la Reina para que te dé el gusto de castrarlos?--

Si no la amara, la hubiese fulminado con la mirada o simplemente la dejaría pudrirse en su soledad. Justo cuando el invierno estaba por llegar y ella no tendría más refugio que esa asquerosa carpa. Pero no lo hizo porque no le era nada grato imaginarse a otro hombre posicionándose entre las piernas de Mak o besándole y con todo eso, hizo que apretara la mandíbula junto con los puños. Diablos ¿Desde cuándo se había convertido en un estúpido sumiso?

--Demonios, sólo dimelo--Le exigió, sin darse cuenta de haber subido el tono de su voz.

--¡Pues no! ¡tu has sido el único!--Le espetó--¿Contento?--

El conde y la bailarinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora