Arreglo a medias

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Nunca se habría esperado que un aristócrata quisiera aparecer en público del brazo junto a una bailarina de escenarios baratos. Debía confesar, que a pesar de no estar flechada por él sí percibía cierto sentimiento de satisfacción cuando las elegantes damas enfundadas en sus vestidos costosos apenas podían contener su envidia tras las sonrisas falsas que le dirigían a él cuando lo veían pasar, pero Mak sentía el desdén de ellas atacándole por la espalda. No le importaba. Ya hacía mucho se acostumbró a los cuchicheos ofensivos de las personas debido a su profesión y a estas alturas poco influían en su estado de ánimo.

--¿Está disfrutando del paseo, señorita Lusamia? -- a su lado, el conde Banning caminaba con seguridad e incluso su postura se podría calificar de vanidosa, porque, aunque nadie lo expresaba en voz alta, Mckenzie Lusamia era una joven mujer codiciada por su bella figura y su indiscutible talento para cantar y bailar, que conseguía erizarle la piel a más de un miembro de la nobleza. Es por eso que el aristócrata mostraba una deslumbrante sonrisa que dejaba en claro su superioridad cuando pasaba junto a los grupos de hombres que sólo se limitaban a verla y a suspirar por ella.

--Es bastante agradable—sus ojos se entrecerraron cuando alzó la mirada hacia el cielo—el día está perfecto para pasar una tarde al aire libre—se alegró de que el viento estuviese calmado a esas horas, ya que su vestido de lana poco hacía para cubrirla de las gélidas corrientes de viento inglesas.

--Más bien diría que la compañía es la perfecta—soltó sin tapujos. Mckenzie se detuvo mientras un violento sonrojo se apoderaba de ella. Parte de sí misma siempre deseó que Ciel pudiese ser capaz de emitir ese tipo de frases y darle un toque divertido a la relación, aunque después comprendió que eso no iba con la personalidad de éste.

--Es usted algo atrevido para ser un caballero—dijo, en un intentó de pasar el comentario anterior--¿no se lo han dicho?

--Bastantes veces, me complace decir—Mckenzie quería darse por vencida en esa contienda de miradas, donde la penetrante insistencia de él le traspasaba hasta el punto de poder ver sus pensamientos. Se le hacía tan extraño que alguien con una mirada tan clara pudiese ocultar todas sus emociones en ella, mostrándose tan hermético. —Creo que es una cualidad, si quieres conseguir algo tienes que ser atrevido para lograrlo ¿no lo ve así, señorita Lusamia? –

Al fin, fue ella quien tuvo que cambiar su campo de visión al escucharle. Sabía perfectamente a qué se refería y de cierta manera le molestaba el hecho de que la considerara un premio a ganar, sólo para demostrarle al resto que era mejor que ellos y regodearse en su ego. Pues bien, que jugaran lo que hiciera falta, Mckenzie estaba lista para ganarle y prescindir de él como había hecho antes con algunos, incluyendo a la única persona de la que se enamoró. Antes de que hallara ocasión de responderle, el murmullo creciente de una multitud atrincherada llegó a sus oídos. Entrecerró los ojos, tratando de averiguar lo que sucedía.

--Tal vez deba llevarla a casa—el conde Banning colocó una mano en su hombro—no creo que sea seguro para usted—

Mckenzie le miró desorientada. Sin decir palabra alguna sacudió con suavidad la mano que la retenía y caminó con prisa al lugar donde se alzaba la muchedumbre. A cada paso que daba los sonidos se hacían más claros y el sonido se elevaba. La expresión horrorizada de algunos presentes junto con el olor a oxido casi le hizo retroceder en su misión, pero una mezcla de curiosidad y miedo la impulsó a descubrir lo que ahí sucedía. En medio de todo ese putrefacto escenario lo vio a él. De cuclillas sobre el cadáver mutilado de una chica, junto a su fiel mayordomo por un lado se encontraba Ciel Phantomhive no como simple espectador, sino como alguien que cumple con su trabajo por más desagradable que fuera éste.

El conde y la bailarinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora