CAPÍTULO 1

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          —¡Vamos Alex, tenemos que irnos ya a casa, mamá estará esperando con la comida hecha!— le grité a mi hermano.
Alex era un niño muy obediente, pero era muy lento, tardaba en todo y además era demasiado despistado, pero era mi hermano y lo quería, tenía que ser paciente con él.
—Jo Gabriel, siempre nos tenemos que ir, quiero quedarme en el parque.— Me respondió con cara de tristeza.

Siempre después de clase nos íbamos rápido a casa, mamá preparaba la comida y yo tenía mucha hambre, en cambio Alex quería quedarse en el parque que estaba en frente del colegio. Yo odiaba ese parque, era de arena y cada vez que entraba para coger a mi hermano me llenaba de arena los zapatos, pero a Alex le daba igual.
—¡Vamos Alex, no te lo pienso repetir, si no vienes me iré y tendrás que pasar sólo por el bosque!—Le dije muy enserio.

A Alex le daba mucho miedo el bosque, decía que por las noches cuando miraba por la ventana veía gente corriendo, también decía que veía ojos que lo observaban y que se escuchaban voces. Yo nunca había visto nada, pero tampoco había mucho, era un bosque normal y corriente, tal vez el ruido de las hojas cuando hacía viento si daba algo de miedo, porque parecía que alguien estaba susurrando cosas, pero nuestra madre decía que era imaginación nuestra.
Alex corrió hasta mí, estaba sudando de haber jugado cinco minutos. Como mi madre nos estaba esperando tuvimos que ir por el camino corto, pero eso implicaba adentrarnos en la peor zona que tenía el bosque. Era una zona muy oscura, con un camino hecho a piedras, como si fueran migas de pan para recordar el camino. Los árboles eran muy altos y no permitían ver la luz del sol, las malas hierbas picaban al tocarlas, pero lo peor era el puente, era un puente de madera muy antiguo, estaba medio roto, pero no era muy alto. Mamá no nos permitía pasar por esa zona del bosque, decía que era demasiado peligroso y que nos podríamos perder, pero yo había pasado con mis amigos más de una vez por ahí, las piedras facilitaban el camino a casa, así que nos pusimos en marcha. Pero no caí en el problema, en el único problema y el más grave. Alex nunca había pasado por esta zona.

—Tete, ¿a dónde estamos yendo?—preguntó muy asustado.
—Estamos yendo a casa, pero por otro camino mas guay—respondí para intentar tranquilizarlo.

Se escuchaban ruidos de pájaros, parecía que eran cuervos y nos iban a comer o algo así, imaginé mil cosas horribles que podrían sucedernos en el trayecto a casa.
Con mis amigos no me había dado tanto miedo, pero en ese momento me moría por dentro.
Llegamos a puente, Alex se negó a pasar, quería dar la vuelta, pero teníamos que llegar a casa rápido, mamá se cabrearía. Nos hacía la comida todos los días precisamente para nosotros y siempre que llegábamos tarde por culpa de Alex estaba fría, mamá se enfadaba mucho y se iba, nunca sabíamos dónde iba, pero tardaba mucho en volver, parecía que era para despejarse, o para no tenernos que gritar por haber estado haciendo toda la mañana la comida para que luego lleguemos tarde y nos toque comérnosla fría.

—Alex, ya eres mayor, tienes que pasar, si llegamos tarde otra vez mamá se irá cabreada y no volverá en toda la tarde, nos quedaremos sin cena por tu culpa—le dije tranquilamente, aunque no aguantaba más, tenía ganas de que me hiciera caso.
—Vale, ya voy—respondió medio llorando.

No tuve compasión, quería llegar, quería comer algo caliente. Llevaba sin comer horas y estaba desmayado.
Cuando por fin salimos de esa horrible zona volvimos a ver la luz del día, pero vaya luz, se había oscurecido el cielo, iba a llover, seguro habrían tormentas.
Corrimos hacia casa lo más rápido posible, como siempre mamá estaba en la puerta de casa, eso quería decir que la comida ya estaba fría.
—¡Ya no hace falta que corráis, no vale la pena!—dijo con un tono cabreado.
—Perdón mamá, me entretuve con unos amigos, lo siento.—Dijo Alex con toda la pena del mundo.

Entramos y había un cocido riquísimo, pero frío. Quise calentarlo en el microondas pero mamá no me lo permitió, era el castigo por haber llegado tarde, como siempre. Juré que al día siguiente comería algo caliente.

—Chicos, cuando hayáis acabado ya sabéis, uno de los dos tiene que fregar los platos, después hacéis deberes. Adiós.

Y así dio un portazo y se fue, como todos los días que comíamos frío. No entendíamos que pasaba, pero le molestaba demasiado, nuestro castigo era demasiado fuerte, aún éramos niños para tener que fregar todos los días y demasiado pequeños para tener que irnos a dormir sin cenar. Mamá era demasiado dura con nosotros.

—Gabriel, yo no pienso fregar más, estoy harto de ella, siempre nos hace lo mismo y yo no aguanto. ¡La odio!—gritó finalmente y se fue cabreado a la habitación.

Me tocaba a mi, tenía que hacerlo todo yo, ya era costumbre, además, Alex era demasiado pequeño y patoso para ponerse a fregar, él no servía para eso.
De repente alguien tocó la puerta, eso me asustó tanto que arrojé los cubiertos. Silenciosamente me acerqué a ver quién sería, aunque ya había hecho bastante ruido. Nadie venía al bosque a buscarnos nunca.
Cuando miré a través de la mirilla no se observaba nada, ni nadie.
Seguramente había sido Alex, se aburría demasiado y le encantaba gastarme bromas de mal gusto, sobre todo con esta madera que teníamos en las paredes, solo de arañarlas ya se escuchaba.
—¡Alex deja de hacer el tonto!—le grité.

No obtuve ninguna respuesta, pero al terminar la tarea fui a ver que trastada estaría haciendo. Cuando fui a la habitación lo encontré dormido. Decidí dejarlo dormir, así podría descansar antes de hacer sus deberes.

Salí a la sala de estar para hacer mis ejercicios de matemáticas hasta que volví a escuchar un ruido que venía de la puerta, parecía que alguien tocaba la puerta, pero no estaba seguro. Tal vez una rama se había enganchado, hasta que escuché lo que me convenció de lo contrario.
—Abre... —susurraba una voz, una voz muy extraña, como si saliese de una grabadora.

Estaba muy asustado, nadie venía a estas horas a visitarnos, de hecho nadie venía sin avisar antes. Me acerqué a la ventana pequeña que hice yo para poder ver la puerta sin que nos vieran, pero no había nada. De pronto me fijé un poco más allá, entre los árboles grandes, la zona oscura, salía alguien desde allí y parecía que se dirigía directamente hacia aquí.

NO CONFÍESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora