Bajo la sombra del coloso.
Los Eigi, era una raza salvaje y despiadada, con hambre de poder y guerra. Yo era un joven, pero mi padre y mis hermanos combatían contra los verdaderos rigentes de estas tierras, los colosos, elfos y gnomos. Nos enseñaban a luchar, manejando la espada, como encontrar sus puntos débiles, dominándolos y quitándole su espíritu.
Había dos bandos, los Andro y nosotros los Mongs, siempre combatíamos los unos con los otros. Ellos pertenecían a la alianza del mal, y se tomaban muy en serio ese papel. A ellos los mantenían en una zona separada, lo que hacía más complicada la estancia en aquel lugar. Pronto me entere que mis hermanos y mi padre habían muerto en la guerra, a poco tiempo de tomar las tierras de los elfos, fue a pocos días de comenzar el coliseo, ahí es donde los mejores guerreros logran dominar al coloso quitándole el alma y ganando su libertad, en esos tiempos era todo lo que deseaba, solo quería salir de ahí.
Los Andro se amordazaron al guerrero que combatiría contra el coloso, en su lugar, se aseguraron de que yo peleara con el enorme coloso. Lo que ellos querían era que muriese en batalla.
Todo comenzó cuando entre a aquel coliseo enorme, apenas si lograba ver al público a mí alrededor, cuando salió el enorme, mi corazón se aceleró de una manera que jamás había sentido, tan solo tenía una espada corta, de las que nos dan para entrenar, sin un escudo o protección. Me sentí acabado cuando se avecino contra mí, trató de aplastarme con sus pies, pero salte a un costado, recuerdo que no escuche a nadie de los Eigis, solo la respiración agitada y las enormes pisadas del coloso, en sus pies de elefante había mucho pelo de color café oscuro, así que esperé a estar lo bastante cerca como para adherirme a ellos. Fui escalando sobre su extremidad, al principio no noto mi presencia, pero cuando estaba a la mitad se sacudía como un toro a una mosca, seguí escalando, al poco recorrido encontré lo que era uno de sus puntos débiles, justo detrás del muslo, se encontraba una vena palpitando y ahí fue donde clave la espada, salió una sangre luminosa, en ese momento se abalanzo al suelo quedando arrodillado, aproveche ese instante para buscar otro punto del inmenso ser, escalando sobre su columna vertebral, justo detrás del cuello se encontraba otro punto clave, sentía mucha rabia porque habían muerto todos mis seres queridos y no dude en clavarle la espada en la espalda, jamás olvidare aquel gemido que emitió el coloso, se trataba de un inmenso dolor , un dolor que yo le causaba, sus enormes brazos cayeron al piso, levantando mucha tierra, nublando el escenario, en la parte de la cabeza se encontraba el tercer punto, si le quitaba el alma, sería libre y podría vengar a mi padre y hermanos, algo dentro de mí me hiso recapacitar y deje al coloso.
Cuando la neblina se disipó, todos pensaban que ya había dominado al gran coloso, pero no fue así. En ese momento escape del reino, pero eso no me liberó de mi destino, los Andro venían por mí, entre ellos estaba Aerin, la persecución fue agotadora, no sé cuánto corrí, ni en qué dirección, lo que sabía es que los perdía pero mis energías menguaban rápidamente. Fue entonces cuando quede inconsciente, no supe en ese instante como sobreviví, solo sabía que había sido Aerin la que me había aislado de los Andro y me escondió entre la maleza.
Al día siguiente estábamos buscando un lugar nuevo donde comenzar, cuando vimos algo que jamás imaginamos, en una cascada se encontraba una cadena, de las que conducen al cielo, estábamos impresionados, escalé hasta llegar a la piedra sagrada, era de color azul brillante. Cuando bajé, no parábamos de mirarla y ahí fue cuando decidí regresar al reino Eigis y liberar al coloso con la piedra. No nos costó llegar, lo difícil era entrar. Como Aerin no era fugitiva, entro sin problemas. Al caer la noche Aerin halló la manera de entrar, desde los muros y con ayuda de una soga logré escalar los enormes muros que protegían la ciudad. Tuve que enfrentarme al coloso de nuevo, pero esta vez fue muy diferente, cuando entre al calabozo donde se encontraba, se levantó yo sabía que me reconocía y trato de atacarme, pero le mostré la piedra y en ese momento detuvo su ataque. Cada que se acercaba más, la piedra se calentaba iluminando todo a su alrededor. Se puso de rodillas y agacho la cabeza como reverencia, invitándome a subir en la coronilla de su cabeza. Subí con temor, pero al colocarle la piedra en la cabeza, hubo una conexión entre él y yo, ahora podía escuchar lo que pensaba y él también.
Era el momento, el coloso combatiría mañana, así que solo esperé hasta el amanecer, le dije a Aerin que cuando fuera la rebelión, tenía que salir de la ciudad aprovechando que todos permanecerían dentro del coliseo, que juntara a mis amigos. Era el momento de hacer nuestra propia comunidad.
Cuando soltaron al coloso yo estaba oculto entre un raudal de pelos. Salimos a la batalla, la urbe de Eigis notó que estaba manejando al coloso, en ese momento entro el ejercito del reino, combatí lo más que pude, pero nos derribaron, yo estaba solo con la mediana espada y me capturaron, fue en ese momento que los Mongs llegaron a poner las cosas en balanza, se desato una gran batalla, de nuevo recuperamos fuerzas y gracias al coloso ganamos la batalla, de no haber sido por Aerin, yo hubiese muerto junto con mi enorme amigo. Cuando teníamos control del coliseo hicimos un llamado a la raza Eigi para que se nos uniese, la gran mayoría estaba harta de su forma de vida y se nos unieron. Al poco tiempo logramos formar alianzas con los gnomos, elfos y colosos y así logramos mantener la paz en estas tierras.