Freak

2. Erin.

Allí estaba la silueta de una dulce niña agarrada a las verjas que rodeaban el lugar. "Erin, vamos, no puedes estar ahí, ve a jugar con los demás."  Dijo la señorita Willett mientras miraba a la pequeña de tan solo cinco años agarrarse aún más fuerte a la valla. "No... No puedo, papá y mamá llegarán en cualquier momento." La mirada de Willett se oscureció y sus ojos se cristalizaron por la pena que le daba aquella pequeña, la cual, no podía aceptar la realidad. "Erin... Vamos, ya hemos hablado sobre esto, tus padres no vendrán." Dijo mientras sentía una puñalada en el corazón con cada palabra. Se acercó a la pequeña intentando separarla de aquel portón de acero pintado en negro, pero no lo logró. En cambio, la pequeña comenzó a llorar desconsoladamente. "No, no quiero irme, ¡mamá vendrá a por mí! Me lo ha prometido, me lo dijo, no, no me lleves, por favor, no." Dijo gritando mientras trataba de caer de los brazos de una de sus cuidadoras.

Pasaron dos años y la señorita Willett consiguió que la pequeña aceptara que sus padres no iban a volver, que su madre ahora estaba en el cielo junto a los demás ángeles, y que su padre era un... agente secreto con el que no podía vivir, porque sino, su vida correría peligro. Erin, cuidaba ahora de otras dos niñas pequeñas recien llegadas, y les contaba historias inventadas para que lograsen habituarse al orfanato. "En un país oscuro... Y en una habitación fría y sombría... habitaba la más bella dama, aunque también... La mas peligrosa. Ella era una bruja despiadada que... ¡SE COMÍA A LOS NIÑOS QUE SE PORTABAN MAL!" Gritó esto último, y la menor comenzó a llorar. Erin sonrió y la cogió entre sus brajos. "Pero, Ana... No me has dejado terminar... Los niños... Se pueden proteger de la bruja con una cosa, ¿sabes?" Las dos la miraron atentamente. "Nunca, nunca, bajo ningún concepto dejéis de sonreir, pues la bruja va tras los niños malos y tristes." A los dos meses, una familia apareció en las puertas del orfanato para llevar a Erin al que sería su nuevo hogar. La pequeña niña dejó el lugar con dificultades, puesto que no se quería separar ni de Ana ni de Danielle. Los Clarckson, su nueva familia, la llevaron a una bonita casa en las afueras de San Diego, donde pasaría el resto de su vida.

 Su adolescencia transcurrió poco a poco, la expulsaron de su colegio tras cierto incidente con un chico de su clase el cual acabó con varios huesos fracturados. Comenzó a fumar sobre los 12 años para sobrellevar la situación de acoso que recibía por parte de sus compañeros día tras día. Sus padres adoptivos quedaron en paro y no podían permitirse comparle todas las cosas que un adolescente puede necesitar, con lo cual, eso era cebo de burlas para sus compañeros, combinado con que todos sabían que su padre biológico había asesinado a su madre mientras ella dormía, conformaron una convinación explosiva. Al comienzo de su segundo año en secundaria conoció a Lyss, una chica solitaria y tímida con la cual compartía mesa en música, no tardaron en convertirse en mejores amigas. Amigas. Erin nunca había conocido el significado de esa palabra hasta que la conoció. Erin, al igual que toda la gente de su edad comenzó a desarrollarse y darse cuenta de cosas que antes pasaba por alto, al igual que definía sus hobbies y pasiones. Ella tenía claro que las artes eran lo suyo. Comenzó con la pintura, pero odiaba ensuciarse las manos con los carboncillos, óleos, etc. Luego provó con la cerámica y pasó lo mismo con el barro, eso de ensuciarse no le iba mucho a la chica. Un día pasó caminando por delante de una tienda de música y se quedó mirando su escaparate. Tuvo un enamoramiento al instante con todos y cada uno de los intrumentos que allí se encintraban expuestos. Las guitarras, teclados, baterías, bajos... Pero sabía que comprar una de aquellas obras de arte era un sueño imposibe para ella dada la situación económica de su familia. Comenzó a trabajar cuidando niños pequeños para poder comprar una guitarra acústica hasta que por fin, el día de su cumpleaños, después de año y medio ahorrando, consiguió reunir el dinero suficiente para poder comprarse aquella preciosidad negro mate. ¿Problema? Cuando llegó a la tienda, ya la habían vendido, pensó en comprarse un bajo eléctrico en su lugar, pero no era lo mismo, Erin quería la guitarra. Caminó por las calles de la ciudad con las manos en los bolsillos, dando patadas a todas las piedras que se cruzaban en su camino de vuelta a casa, con la desilusión cargada en las hombros. Cruzó la puerta de casa y su madre la recibió con una sonrisa dibujada en la cara.

-Erin, Lyss está en tu cuarto esperándote.

 Ella simplemente asintió sin levantar la vista para dirigirse a su habitación. Por mucho que quisiese a aquella chica, no era el momento más adecuado para compartir una amena charla con la morena.

-¡Felicidades, Erin!- gritó Lyss automáticamente cuando vio a su mejor amiga cruzar la puerta de su cuarto.

-Gracias, Lyss.- dijo con desgana a la vez que la rodeaba con sus brazos.

-Tengo un regalo para ti.- dijo la otra con una sonrisa de oreja a oreja que mostraba todos ycada uno de los blancos dientes de la chica.

-No hacía falta que me compr-

-Calla y abre la caja que hay sobre la cama.- la interrumpió.

 Erin se acercó a su cama con falsa ilusión y comenzó a desenvolver el paquete. Paró en seco al ver de lo que se trataba. Sus ojos se cristalizaron y entreabrió los labios para articular unas palabras que nunca salieron de su boca.

-¿N... No te gusta? ¿No era ese color?- dijo Lyss confundida.

-Lyss... ¿Por qué?

-Porque eres la única persona que ha conseguido devolver el color a mi vida en blanco y negro.

 Erin no sabía que contestar, no podía apartar la vista de aquella guitarra negro mate mientras varias lágrimas se escapaban por sus mejillas.

-Disfrútala, ¿vale?- sonrió la menor haciendo que la mirase a los ojos, a lo que la otra contestó con su primera sonrisa del día.