Epílogo

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Él no sabía lo que le esperaba en ese solitario lugar. Él caminaba hacía el lugar donde bien podría perder su último aliento o encontrar el más hermoso elíseo.

Todos los estudiantes de la universidad sabian que el estacionamiento al lado del lago estaba vacío. Sin embargo no pasaría nada ¿no? Todavía ese lugar pertenecía a la universidad.

Sus pasos lentos se marcaban en la tierra humeda y el pasto con gotas humedecian sus tobillos desnudos. El silencio exponía gustoso el latido de su corazón al viento fresco que revolvía su cabello. Sus manos delgadas sudaban un poco, como siempre lo hacían al ser una paloma tímida que teme a la lluvia crepitar. Las limpió una vez más en sus jeans desgastados y colocó en una mejor posición su mochila.

Uno, dos, tres, tal vez cuatro y uno más, volaron sobre él. Pequeños pajarillos pasaban sobre su cabeza alzándose contra el sol escondido en un tupido algodón de color gris.

Su corazón se sentía emocionado y nervioso entre sus costillas, su respiración salía entrecortada y sus ojos lucían luminosos en sus pestañas de chocolate.

Cada vez que avanzaba más, los autos se iban perdiendo a su espalda y el lugar quedaban más desierto. Un par de pasos y no había nada más que la brisa fría guiandolo a un lado de los árboles que se mecian a la voluntad de ella.

Cada vez la distancia se hacía más corta entre ellos dos. ¿William sería tan hermoso de cerca cómo se veía de lejos?

Un poco más y entonces divisó un carro negro aparcado tras unos árboles que lo escondían medianamente. Si alguien veía de lejos hacia ese lugar, posible no los descubrirían. Pero también no es como si alguien fuese a ese apartado lugar.

Inhaló entrecortado y calmó sus nervios, sus pasos eran titubeantes cuando se acercó más y rodeó el automóvil lentamente. Y ahí, recargado en la puerta, estaba el ser más hermoso que alguna vez pudiera existir. Su cabello se revolvía con la brisa, aquel cabello castaño con luces de cobre, sus ojos eran más azules que el mar mismo, tan profundos y electrizantes que robó su aliento en un parpadeo cuando sus miradas chocaron en un instante. No pudo seguir detallandolo porque la simple mirada sobre él lo estremeció y lo puso tan nervioso que sus ojos cayeron a las hojas secas bajo sus pies.

Él fue tan silencioso que no sabía que estaban tan cerca hasta que su voz rozó en su mejilla.

- Eres tan hermoso - una mano hizo estremecer su piel entera. Un estremecimiento por aquellas palabras y la mano suave que lo obligó de la forma más traidora a entrelazar sus ojos y romper con el tiempo cuando sus pupilas se dilataron en una profunda agonía de necesidad de quedarse para siempre ahí, con él.

Al parecer William hizo trampa al entrelazar sus ojos por tanto tiempo, o tal vez fue sólo un parpadeo, porque lo dejó en un segundo desprotegido de él. ¿Estaba tan desprotegido de la marea de sus ojos? Hizo trampa porque nadie se negaria a un toque y una mirada así.

Entonces todo estalló entre los dos.

William atrapó al pequeño entre sus brazos y no pudo resistirse a esos labios de seda roja, traicionado por su fuerza de voluntad por aquel cabello rizado y esponjoso no pudo negarse a probar esos labios dulces que lo tentaron tanto que su convicción quedó deshecha bajo los pies del intruso.

Sus bocas se unieron como imanes y lo que fue un beso torpe en un principio, empezó a volverse intenso y sucio. El castaño acorraló al pequeño Edward entre su cuerpo y la puerta trasera, y besos marcados esparció en el hermoso cuello blanco de aroma a ángel. Una necesidad primitiva de marcarlo como suyo se hizo tan profunda que tomó los muslos delgados e hizo que el rizado enredara sus piernas en su cintura para poder tenerlo sólo para él.

Él |Larry Stylinson|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora