Tan delicada como las cuerdas de un arpa

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Tic-tac, Tic-Tac, Tic-tac, no hay nada que calcine más mis nervios que la risa insultante e intermitente del reloj de mi clase de música.


Tic-Tac, Tic-Tac, Tic-Tac, pareciese que cada segundo se burlase de mí, contaba ya 17 años y mi cara era un poema, un poema que debía ser censurado por su alto contenido explícito, pues la lascivia con la que brillaban mis ojos hacían demasiado evidente el reflejo del demonio oculto bajo mis calzones, mis ojos echaban fuego al ver a mi compañera de clase y mis mejillas se encendían al rojo vivo, presa de la excitación tan fuerte. Se rompió la tensión y la carcajada del minutero, con el profesor anunciando que aquella chica y yo trabajaríamos juntos en el proyecto final de clase; teniendo en cuenta mi riguroso celibato estos años, era como dejar oler a una bestia hambrienta la carne.


Después de casi un curso de lecciones tediosas, por fin podríamos crear nuestra propia melodía con todo lo aprendido, entregar una pieza instrumental antes de la fecha límite era el objetivo, eso significaba tardes a solas con una chica, presa de pensamientos impuros; fue la clase de imaginaciones que tambalearon mi mente antes de que a raíz del timbre, la gente fuese desapareciendo y nos dejaran la clase para nosotros solos.


Lo cierto es que los primeros minutos fueron bastante torpes, no había nada que se nos pudiese ocurrir en medio de esa niebla de deseo que cegaba nuestra mente. El sonido de la grabadora empezó a fluir para empezar a grabar material y ella tocaba el piano, probando algunas teclas inciertamente, yo me pegué a ella y la acompañé pulsando otras al azar, dejándonos llevar por lo que sucediese, el ritmo de la música desembocó en besos entre nosotros sin dejar de tocar el instrumento; todo había empezado muy repentino, pero no ofrecía retorno, nuestros dedos inspeccionaban cada parte de nuestro cuerpo, sus nalgas a horcajadas del teclado del piano, pulsaba botones aleatoriamente con sus trasero y creaba melodías desacordes a la orden de sus leves gemidos, ambos medio desnudos nos empujábamos por todo el conservatorio arremetiendo contra todos los instrumentos, creando ruidos estridentes, coronados por nuestros gemidos de placer desentonados a medida que hacíamos el amor, el reproductor grababa sin pausa la percusión de nuestros cuerpos contra el instrumental de la sala.


Creamos así la melodía mas humana de toda la clase; el resultado fue predecible, dos suspensos y la expulsión del centro, mas para ambos, valió la pena.

Música para mis oidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora