Cuento Uno - El enebro

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Cuento 1- El enebro

Bueno, hace poco estaba leyendo cuentos y recordé que los hermanos Grimm son muy buenos autores y me gustan mucho y dije...¿Por qué no le muestro a la gente sobre ellos? y se me ocurrió hacer una recopilación sobre ellos. Eso es todo Espero que disfruten el cuento.

¡¡Advertencia: El cuento tiene sangre y te puedes traumar con el cuento!!

El cuento ni la trama me pertenece, le pertenece a los hermanos Grimm. No hago esto con fines de lucro ni nada como eso.

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El enebro 

Hace ya mucho, mucho tiempo, como unos dos mil años, vivía un hombre millonario que tenía una mujer tan bella como piadosa. Se amaban tiernamente, pero no tenían hijos, a pesar de lo mucho que los deseaban; la esposa los pedía al cielo día y noche; pero no venía ninguno. Frente a su casa, en un patio, crecía un enebro, y un día de invierno en que la mujer se encontraba debajo de él pelando una manzana, se cortó en un dedo y la sangre cayó en la nieve.  

- ¡Ay! - exclamó con un profundo suspiro, y, al mirar la sangre, le entró una gran melancolía: "¡Si tuviese un hijo rojo como la sangre y blanco como la nieve!," y, al decir estas palabras, sintió de pronto en su interior una extraña alegría; tuvo el presentimiento de que iba a ocurrir algo inesperado.  

Entró en su casa, pasó un mes y se descongeló la nieve; a los dos meses, todo estaba verde, y las flores brotaron del suelo; a los cuatro, todos los árboles eran un revoltijo de nuevas ramas verdes. Cantaban los pajaritos, y sus trinos resonaban en todo el bosque, y las flores habían caído de los árboles al terminar el quinto mes; y la mujer no se cansaba de pasarse horas y horas bajo el enebro, que tan bien olía. El corazón le saltaba de gozo, cayó de rodillas y no cabía en sí de regocijo. Y cuando ya hubo transcurrido el sexto mes, y los frutos estaban ya abultados y jugosos, sintió en su alma una gran placidez y quietud. Al llegar el séptimo mes comió muchas bayas de enebro, y enfermó y sintió una profunda tristeza. Pasó luego el octavo mes, llamó a su marido y, llorando, le dijo:  

- Si muero, entiérrame bajo el enebro.  

Y, de repente, se sintió consolada y contenta, y de este modo transcurrió el mes noveno. Dio entonces a luz un niño blanco como la nieve y colorado como la sangre, y, al verlo, fue tal su alegría, que murió.  

Su esposo la enterró bajo el enebro, y no terminaba de llorar; al cabo de algún tiempo, sus lágrimas empezaron a manar menos copiosamente, al fin se secaron, y el hombre tomó otra mujer.  

Con su segunda esposa tuvo una hija, y ya dijimos que del primer matrimonio le había quedado un niño rojo como la sangre y blanco como la nieve. Al ver la mujer a su hija, quedó prendada de ella; pero cuando miraba al pequeño, los celos le oprimía el corazón; le parecía que era un estorbo continuo, y no pensaba sino en tratar que toda la fortuna quedase para su hija. El demonio le inspiró un odio profundo hacia el niño; empezó a mandarlo de un rincón a otro, tratándolo a empujones y codazos, por lo que el pobre pequeñito vivía en constante sobresalto. Cuando volvía de la escuela, no había un momento de reposo para él.  

Un día en que la mujer estaba en el piso de arriba, acudió su hijita y le dijo:  

- ¡Mamá, dame una manzana!  

- Sí, hija mía - asintió la madre, y le ofreció una muy hermosa que sacó del arca. Pero aquella arca tenía una tapa muy grande y pesada, con una cerradura de hierro ancha y cortante.  

- Mamá - prosiguió la niña -, ¿no podrías darle también una al hermanito?  

La mujer hizo un gesto de mal humor, pero respondió:  

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