Capítulo 2: 红 (Rojo)

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¿Me creerías si te dijera que nací en 1920?

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Yixing dejó caer la grabadora sobre las sábanas arrugadas mientras el eco de la voz de Yifan permanecía unos segundos más en su mente. Alzó la otra mano en la que sujetaba un papel amarillento con unas líneas escritas a puño y letra. Una serie de caracteres de fácil lectura. Apenas dos líneas en medio del papel, sin firma ni nombre de contacto. Sólo un pequeño símbolo en tinta negra enterrado en los minúculos poros.

Pasó un dedo por él, bajó la mano y se recostó de lado, con la luz de la lámpara de la mesita de noche dándole en plena cara. Puso el papel a trasluz pero no encontró nada especial. Le dio la vuelta. Nada. Era sólo eso. Un papel, tinta, y un símbolo extraño que había llamado su atención en medio de decenas de anuncios clavados en un corcho.

Volvió a darle la vuelta y lo dejó sobre la mesilla en compañía de una colección de envoltorios de barritas energéticas.

«Necesito un café.»

Miró la hora en el móvil. Podría hacerse uno pero todos dormían en casa. Su madre tenía el oído muy fino y desvelarla no estaba dentro de sus planes.

Revisó las notificaciones y apagó la pantalla. A los pocos segundos, su atención volvió a desviarse al trozo de papel, como si le susurrara al oído.

Era casi la misma sensación que había sentido al verlo, ahí entre anuncios de coches y de gente que buscaba compañero de piso, de banda o de cama, en aquella cafetería que era casi como su segunda casa.

Era una costumbre que tenía. El pasar las tardes en ese local a dos manzanas de donde vivía, mientras tecleaba en su portátil con la música puesta y el olor de la taza de té, a veces de café dependiendo del día, que tenía al lado. La camarera siempre le dedicaba una sonrisa al poner la taza sobre la mesa. Él correspondía con rapidez, antes de volver a centrar la mirada en la pantalla durante un par de horas que se difuminaban en la línea del tiempo.

A veces simplemente surfeaba por internet, otras trabajaba en las fotografías que tomaba en la búsqueda de sucesos en la ciudad. Leía noticias, revisaba los anuncios de trabajo, y esperaba que algo le llamara la atención. No había tenido mucha suerte desde que había vuelto de Corea del Sur tras un par de años en el país extranjero en los que terminó la carrera de periodismo. El mundo podía estar lleno de noticias, pero él no las encontraba. No porque no supiera hacerlo, sino porque no encontraba nada lo bastante interesante que le dijera, «Ve,Zhang, esto promete.»

De pequeño todo le entusiasmaba, desde el día a día de su madre, hasta las epopeyas del vecino de la cuarta casa a la izquierda que empezaba a narrar con todo detalle si te veía por la calle. Todo ello le había proporcionado, en su momento, la motivación para buscar una vocación, grabadora en mano, una colección de pilas que se acababan continuamente y el girar de los rodillos de la cintas. Ahora todas esas historias, guardadas en su mayoría en cintas analógicas clasificadas en cajas de cartón bajo la cama, aunque especiales, no le daban trabajo.

Cuando vio aquel trozo de papel clavado en el corcho, casi le pasa desapercibido salvo por aquel dibujo trazado en él y que le había resultado tan extrañamente familiar. En sí, era una anuncio que pedía los servicios de alguien versado en letras para redactar en mandarín unas memorias. Era mejor que muchos de los anuncios que había leído. La gente pedía de todo, excentricidades incluidas. Pero esas dos líneas sólo parecían buscar a alguien que escuchara y escribiera la vida de un desconocido, posiblemente un hombre o una señora mayor que veía que su vida se terminaba, o que simplemente quería compartir una historia larga.

[kray] Tinta rojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora