Pecado.

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Sus manos, inquietas y voraces, acariciaban aquella piel, pálida a la luz de la luna que era testigo del pecado que aquellos dos amantes iban a cometer, pero... ¿realmente estaban pecando? ¿Mostrarse su amor de aquella manera era un pecado? Tal vez sí o tal vez no, tal vez estuvieran a punto de cometer un crimen que solo ellos conocerían.

Pronto los besos dejaron de ser tímidos para volverse apasionados, casi desesperados por estar el uno en el otro, por ser todo y a la vez nada.

Allí estaban con las respiraciones entre cortadas, susurrando sus nombres mientras sentían como la pasión entre ellos se desbordaba, disfrutando de aquel pecado, sintiéndose en el Infierno, pero a su vez en el paraíso, una especie de limbo donde todo estaba permitido, donde no tenían que ocultarse mientras ambos cuerpos se fundían hasta ser uno.

Lujuriosos, ansiosos, mas también tímidos y temerosos. No tenían nada que temer, la luna menguante y plateada les guardaría el secreto, nadie salvo ellos sabría de aquel pecado, aquel placentero pecado.

Entonces, se produjo esa explosión que ambos habían deseado desde un principio, esa colisión entre el Infierno y el cielo que les arrastro hasta conocer el verdadero placer... El más puro éxtasis.
Los amantes se miraron entre sí, con el perlado sudor recorriendo la desnudez de ambos, aún sin dejar uno, sin querer dejar de serlo. Un beso fue la señalas para seguir permaneciendo unidos, después de todo quedaba una larga noche y ambos... Eran dos pecadores.

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