II. BORRAR LA HISTORIA PERSONAL

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Jueves, diciembre 22, 1960

DON JUAN estaba sentado en el suelo, junto a la puer­ta de su casa, con la espalda contra la pared. Volteó un cajón de madera para leche y me pidió tomar asiento y ponerme cómodo. Le ofrecí unos cigarrillos. Había llevado un paquete. Dijo que no fumaba, pero aceptó el regalo. Hablamos sobre el frío de las no­ches del desierto y otros temas ordinarios de conver­sación.

Le pregunté si no interfería yo con su rutina nor­mal. Me miró como frunciendo el entrecejo y re­puso que no tenía rutinas, y que yo podía estarme con él toda la tarde si así lo deseaba.

Yo había preparado algunas cartas de genealogía y parentesco que deseaba llenar con ayuda suya. Tam­bién había compilado, a través de la literatura etno­gráfica, una larga serie de rasgos culturales pertene­cientes, se decía, a los indígenas de la zona. Quería revisar con él la lista y marcar todos los elementos que le fuesen familiares.

Empecé con las cartas de parentesco.

-¿Cómo llamaba usted a su padre? -pregunté.

-Lo llamaba papá -dijo él con rostro muy serio.

Me sentí algo molesto, pero procedí sobre la supo­sición de que no había comprendido.

Le mostré la carta y expliqué: un espacio era para el padre y otro para la madre. Di como ejemplo las distintas palabras usadas para padre y madre en in­glés y en español.

Pensé que tal vez habría debido empezar por la madre.

-¿Cómo llamaba usted a su madre? -pregunté.

-La llamaba mamá -repuso con tono ingenuo.

-Quiero decir, ¿qué otras palabras usaba usted para llamar a su padre y a su madre? ¿Cómo los lla­maba usted? -dije, tratando de ser paciente y cortés.

Se rascó la cabeza y me miró con una expresión estúpida.

-¡Caray! -dijo-. Me la pusiste difícil. Déjame pensar.

Tras un momento de titubeo, pareció recordar algo, y yo me dispuse a escribir.

-Bueno -dijo, como inmerso en serios pensa­mientos-, ¿de qué otra forma los llamaba? ¡oye, oye, papá! ¡Oye, oye, mamá!

Reí contra mi voluntad. Su expresión era verdade­ramente cómica y en ese momento no supe si era un viejo absurdo que me jugaba bromas, o si en verdad era un simplón. Usando cuanta paciencia había en mi, le expliqué que éstas eran preguntas muy serias, y que para mi trabajo tenía gran importancia llenar los formularios. Traté de hacerle comprender la idea de una genealogía e historia personal.

-¿Cuáles eran los nombres de su padre y su ma­dre? -pregunté.

Él me miró con ojos claros y amables.

-No pierdas tu tiempo con esa mierda -dijo sua­vemente, pero con fuerza insospechada.

No supe qué decir; parecía que alguien más hu­biese pronunciado esas palabras. Un momento antes, don Juan había sido un indio estúpido y destanteado rascándose la cabeza, y de buenas a primeras había cambiado los papeles. Yo era el estúpido, y él me contemplaba con una mirada indescriptible que no era de arrogancia, ni de desafío, ni de odio, ni de desprecio. Sus ojos eran claros y bondadosos y pe­netrantes.

-No tengo ninguna historia personal -dijo tras una larga pausa-. Un día descubrí que la historia personal ya no me era necesaria y la dejé, igual que la bebida.

Yo no acababa de entender el sentido de sus pala­bras. Le recordé que él mismo me había asegurado que estaba bien hacerle preguntas. Reiteró que eso no lo molestaba en absoluto.

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⏰ Última actualización: May 26, 2016 ⏰

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Viaje a Ixtlan - Carlos CastanedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora