Presionó el gatillo y una bala salió disparada impactandose en el pecho de mi padre.
Lo vi caer, frente a mis ojos y aunque él no me veía, yo sí, para su maldita suerte la oscuridad no me dejaba ver su rostro.
La sangre de mi padre comenzaba a hacer un pequeño río hasta donde yo me encontraba. Las lágrimas se acumularon en mis ojos y un sollozo se quería escapar de entre mis labios.
–¡Bruno!–escuché el gritó de mi madre en su habitación llamando a mi padre, calla, por favor–¡Bruno!
Por favor, mamá, calla, no grites.
El asesino salió de mi habitación y escuche sus pasos lentos a la habitación en donde se contraba mi madre.
Lo más correcto, sería salir de mi escondite, tomar la pistola que antes portaba mi padre y al menos intentar dispararle, pero soy muy cobarde.
La sangre ya había llegado a mí, manchandome de ella. Salí lo más rápido que pude sin soltar el bate, tomé la pistola y salí de mi habitación sin hacer ruido. Pero el sonido de tres disparos hicieron que un grito saliera de mi boca y el asesino de mis padres me disparará en el brazo y en la pierna.
¡Maldición, como duele!
Disparé a todos lados donde creía estaba, pero creo que ninguna bala aserto, así que salí echando leches, lo más rápido que podía.
Al parecer para mis vecinos es normal escuchar disparos y luego ver a una adolescente corriendo por su vida en la calle con una pistola y un bate, seguro que eso pasa en su día a día.
El dolor en mi pierna comenzaba a ser más intenso, no voy a parar, pase lo que pase no voy a parar. No sé si viene detrás mío o no, pero no quiero morir.
¡No pares Beatrice, no pares! Por lo que más quieras.
Sentía la sangre recorrer libremente mi piel, el frío en las calles de Madrid no ayuda a mi estado.
Conforme avanzaba sentía que pequeños trozos de vidrio se enterraban en las plantas de mis pies.
¿Para que sigo corriendo? Lo más seguro es que muera desangrada.
Dejé de correr y comencé a caminar, mire hacía atrás, estaba bastante lejos de lo que era mi casa, no creo que el asesino se vaya a tomar la molestia de venir a por mi.
Escuche gritos y risas no muy lejos de mí, debería de haber entrado ya en shock. Más risas, están cada vez más cerca. ¿Qué hago?, ¿les apunto con la pistola o los golpeó con el bate?
Un par de ojos mirándome curiosos y una voz que llena mis oídos pero no logro entenderla. Busque de quién de las cinco personas provenía la voz, unos ojos grandes, alto y con ropa negra y roja.
–¡Llamad a la ambulancia!–la voz del chico se hacía más lejana a cada palabra hasta que en la última letra dejo de ser audible