Prólogo

214 31 29
                                    


Greenhild, 1959.

El día nublado y gris acompaña mi estado de ánimo, el viento helado sopla haciendo que me estremezca. Gruesas lágrimas brotan de mis ojos cual manantial, tengo el alma hecha trizas, no puedo creer que se haya ido; que esto sea el fin de su vida.

Mamá me abraza y no puedo evitar que un sollozo lastimero brote de mi garganta al ver que el sepulturero ha terminado de cavar la tumba.

-Lo siento pequeña, ya tienes que calmarte. Te enfermaras de tanto llorar.

Ojalá eso sucediera, no quiero quedarme aquí, sola sin mi amiga. Quiero seguirla, así el dolor desaparecería. Pienso con un gran dolor en mi pecho.

-Yo quiero ir con ella mamá, no creo poder soportar una vida sin ella.

-No digas eso-me reprende-Ella no hubiese querido eso. Sé que ambas eran muy cercanas, como hermanas. Pero no es el fin del mundo, la vida sigue y aunque llores, te lamentes y patalees tu amiga no regresara de la muerte.

Bajo la mirada avergonzada por mi actitud autodestructiva y reflexiono sobre lo que dijo. Mamá tiene razón, además le hice una promesa a Margaret.

-Prométemelo, prométeme que no te vas a hundir. Tú tienes que seguir adelante, sin mí.

-Te lo prometo-le dije viendo como la vida se le escapaba.

Regreso de mis recuerdos al ver que el ataúd es colocado en la tumba, es increíble como la vida acaba tan rápido, como nuestra alma se pierde para los que más queremos y solo queda un cuerpo vacío, el cual se desaparecerá. La vida humana es tan efímera, es como una llama; un pequeño fueguito que tarde o temprano se consumirá o que con un leve soplo se puede extinguir.

Hasta este momento no había tomado conciencia de que no somos eternos, cuando eres joven a veces parece que la vida no tiene un final; es como si no hubiera un límite para nosotros y solemos llevar una vida de frenesí. Al contrario la vida puede acabar de un momento a otro, la muerte llega cuando le plazca.

Mamá me da una pequeña sacudida para llamar mi atención, rápidamente salgo de mis pensamientos. La miro y ella inclina la cabeza un poco señalando la tumba. Dirijo mi mirada allí y observo cómo hacen el ritual de tomar tierra entre las manos y tirarla sobre el ataúd.

Entiendo lo que me quiere decir, pero no quiero hacerlo. Sacudo mi cabeza en negación y ella me da una mirada de comprensión. Esperamos pacientemente a que terminen y el sepulturero empieza su trabajo.

No puedo evitar sentir que su alma se está yendo con cada porción de tierra vertida en la tumba. Más lágrimas brotan de mis ojos.

La labor del sepulturero ha sido terminada; este es el primero en marcharse. Luego uno a uno de los asistentes al funeral se marchan dejándome sola. Mamá antes de irse me ha dicho que no me tarde.

Me limpio las lágrimas y tomo el pequeño árbol en mis manos. Camino hacia la tumba y me arrodillo a un lado de ella. Remuevo la tierra con mis manos, haciendo un pequeño hoyo y allí planto el cerezo. Siento como su alma se queda y se instaura en el cerezo.

-Lo siento, soy un poco egoísta. No quería que te marcharas. Igual fue tu deseo que plantara el árbol. - sonrió un poco- ¿Sabes? Creo que algún día alguien vendrá aquí y sabrá ver lo especial de este lugar.

Veo este árbol como símbolo de nuestra amistad, sé que no se marchitara. Sé que tú estarás aquí y todos en cierto sentido te recordaran. Adiós, mejor amiga. Te extrañaré.

-----------------------------------------------------------------------------

Hola a todos, esta es una nueva historia recién salida de mi mente y estoy muy emocionada. Espero y tenga una buena acogida.

He editado esta parte, espero que ahora no sea tan confusa.

SIACH.

Un juramento bajo el cerezo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora