Cydaea

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En cuanto intuyó la presencia de Cydaea tras la puerta del salón principal de la casa, apartó las manos del piano y bajó la tapa de este para que las inmaculadas teclas no sufriesen el más mínimo deterioro. No sabía qué querría. No era hora ni de sus juegos, ni del baño, ni de nada que requiriese su presencia en aquel instante, por lo que, levemente molesto se levantó del taburete de terciopelo y se acercó hasta la puerta de madera que separaba aquel recinto del resto de la casa. Allí, tras la hoja, encontró a la joven que apartó sus ojos de los suyos en el mismo segundo que se cruzaron. Al contrario de que lo hubiera esperado, llevaba la delicada bata de raso violeta que le indicó que se pusiera únicamente cuando tuviese que abrir la puerta de la calle. Sin saber qué ocurría, observó sus manos y el sobre que sostenía en ellas, las cuales temblaban levemente, a consecuencia del miedo, ya que esperaría un castigo por su parte al haber interrumpido su momento de calma.

"¿Ha venido alguien?"

"Sí, mi señor" la escuchó responder en voz baja "Llamó directamente a la puerta con las manos. No llegó a tocar el timbre y no quise interrumpiros. Pero... " hizo una pausa para tragar salivar y así recomponerse "Al ver el sello de la casa real en el sobre, creí que sería importante, por lo que vine directamente hasta vos para traéroslo"

No le quedó más remedio que fruncir el ceño al descubrir quién era el remite. Con cuidado ya que la joven había cumplido con efectividad su labor, le quitó el sobre de las manos, que después besó con cierto cariño. Vivir tantos años con ella y de ella, había creado en él aquel lazo de unión, pese a que la joven a la que rebautizó como Cydaea aún temblase ante su presencia.

"Has hecho bien en traérmela" aseguró sonriéndole "Ahora, quiero que vuelvas a tu dormitorio y te quites esa bata. Eres infinitamente más hermosa a mis ojos cuando caminas desnuda. Cuando estés lista, ven a buscarme a la salita de lectura. Quiero que juguemos un rato ¿te apetecería?"

"Me encantaría, mi señor"

En el mismo instante en que le indicó con la mano que se fuera, la joven se mordió los labios en anticipación y, en cuando desapareció de su vista, giró sobre sus talones para encaminarse a la sala de lectura.

La habitación se presentó ante él con aquel característico aroma a papel que tantísimo le gustaba. Abrazado por él, caminó hasta el diván en donde dejó la carta y, sin prisa alguna, buscó el abrecartas que solía utilizar. Ya con este en su poder, regresó al diván y se sentó sobre este, abriendo acto seguido el sobre que cortó con precisión de cirujano.

La elegante letra de quien hubiera sido el encargado de escribirla, le invitaba a un baile de máscaras. Aquel detalle se le antojó curioso cuando menos. No sabía que la reina quisiera reunirlos a todos en un fiesta de forma anónima. Aunque, de esa manera, todos podrían estar tranquilos ya que, como era de esperar, las apariencias les llenarían de dudas, o eso querían creer. Concentrado en la lectura, escuchó los pies descalzos de Cydaea sobre la moqueta y, en cuanto llegó hasta él, dejó la carta junto su respectivo sobre en la mesita auxiliar que había a su derecha.

"Ven a mí, Cydaea" susurró ofreciéndole su regazo para que se acomodase sobre él. "Gracias, mi señor" su voz, como siempre, le pareció angelical, aún casi inocente pese a todo lo que había vivido a su lado. Sin querer hacerse de rogar, cogió su muñeca con cuidado y la presentó ante sus propios ojos, completamente nívea y apetecible. Aprovechando que el afilado abrecartas estaba aún en su poder, lo deslizó sobre la piel y, casi un segundo después, no pudo contener el tenue suspiro de placer que nació de lo más profundo de su garganta "Algún día serás capaz de comprender lo hermosa que eres" mientras hablaba, llevó la muñeca hasta su rostro y limpió el hilo de sangre con los labios, con la lengua, degustándola de forma pausada, apreciando una vez el delicioso sabor que la joven poseía. Sin querer entretenerse más en aquello ya que no era para lo que la había llamado, la colocó con facilidad sobre sus piernas, haciendo que apoyase la espalda contra su pecho de forma lánguida, marchita, como si se hubiera apoyado sobre él. "Separa las piernas, mi bella Cydaea" Y, como si se tratase de una orden de la que su vida dependiera, la joven colocó sus piernas a cada lado de las suyas, recostándose con ello un poco más sobre él, quien dirigió la mano derecha hacia su sexo, en el cual se adentró directamente, pese a saber que no estaba ni remotamente preparada para ello. Aún así, el dolor era su máxima expresión de la belleza, por lo que el jadeo de dolor que Cydaea trató de contener fue sencillamente música para sus oídos. "Sabes que al principio duele, me escucha escuchar tus quejidos, no los reprimas, deléitame con ellos"

Mientras hablaba, apartó el dedo corazón de ella durante tan solo un segundo para que se recompusiera de la primera invasión y, en cuanto sintió su corazón latir a un ritmo pausado nuevamente, arremetió contra ella nuevamente solo que esa vez lo hizo utilizando dos de sus largos dedos. Esa vez, la joven sí dejó escapar un quejido agudo al tiempo que se agarraba a su brazo. Buscando aquella reacción, comenzó a penetrarla con ellos con rapidez, notando la sequedad que había dentro de ella, así como lo complicado que le era moverse debido a la posición. "Perfecto" pensó al saber que lo único que provocaría sería un dolor mayor que se manifestó en forma de quejidos, arañazos en sus brazos y alguna que otra lágrima.

Al igual que antes, retiró los dedos y trató de calmarla a base de besos, de palabras llenas de un amor que realmente sentía por ella solo que, a su manera. Y, cuando la joven volvió a caer en su trapa, arremetió otra vez contra ella, tras haberla girado levemente hacia la derecha para que quedase casi frente a él, ya que su única intención de aquel momento era deleitarse con las lágrimas que brotaron de golpe cuando adentro en ella cuatro de sus dedos sin dudarlo un solo segundo. Esa vez, el grito fue genuino, lleno de dolor. Pero, aún así, se veían el amor y la lealtad incondicional en sus ojos. "Eres hermosa, mi Cydaea, no sabes cuánto"

Movido por el deseo que le causaba el dolor, la dejó sobre el sofá y le limpió la lágrimas a base de besos mientras se abría el pantalón, libreando así su falo listo para arremeter contra ella. Y, en cuanto se posicionó entre sus piernas, embistió sin delicadeza alguna, sabiendo que ya estaría lo suficientemente dolorida como para que aquella invasión terminase de desgarrarla. Aun así, la joven no huyó de él. Tan solo se limitó a llorar mientras él disfrutaba de aquel pasaje siempre estrecho y perfecto. Cuando finalmente alcanzó el clímax dentro de ella, se separó de su cuerpo y la abrazó contra sí, completamente perdido en la belleza de su dolor.

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⏰ Última actualización: May 31, 2016 ⏰

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