Las princesas siempre pueden fingir una sonrisa

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Las princesas siempre pueden fingir una sonrisa

Ese año nuevo tuve una epifanía.

En realidad era más como un pensamiento compartido, teniendo en cuenta que había sido Brenda quien me abrió los ojos. En ese momento, cuando me meció mientras lloraba y no me juzgó por haber estado mal por algo que quizá a ella le resultaba estúpido, me di cuenta de que quien menos demostraba era quien más sentía.

No solo por ella, sino por mi hermano también. Esa noche, luego de ver cómo mi cuñada sangraba y la vida parecía abandonar su cuerpo; luego de ser testigo del sufrimiento de Evan al ver a su esposa e hijo escaparse de sus manos; tuve la certeza de que nunca había presenciado el amor.

El amor que él no aceptaba que tenía por Brenda y el amor que ella tenía, pero que ni siquiera sabía que lo sentía, me inspiraba y me hacía querer tenerlo. Eso y más, y ya no estaba segura de si alguna vez sería posible.

Porque luego de años de tener este juego tonto con Joseph y no conseguir nada a cambio, ni siquiera una mínima esperanza de que alguna vez estaríamos juntos, me estaba dando por vencida. Y después de su bullying hacia mí con Bernadette... la verdad era que no quería saber nada más con él.

Por suerte, y milagrosamente, mi familia estaba bien. Brenda y el bebé habían sobrevivido la caída por las escaleras. Quise verla luego del accidente, pero estaba tan cansada que ni siquiera giró a verme cuando entré a la habitación que compartía con Evan. No pude evitar ponerme de mal humor, considerando que para mí era una hermana más y quería saber cómo estaba, cómo se sentía.

Y también, quizás, porque estaba aburrida y cansada de estar sola. Mis amigas no estaban en Goldenwood y no volverían hasta dentro de algunos días antes de comenzar el lycée de nuevo.

Mis padres parecían estar recluidos en su dormitorio, con la excusa de que mi madre no se sentía bien y prefería mantenerse fuera de la vista los demás hasta sentirse mejor. La verdad era que me sorprendía un poco que no hubiera aparecido a ver a su hijo, nuera y nieto. Sabía que mamá no era la fanática número uno de Brenda, pero sí tenía la certeza de que amaba la idea de ser abuela por segunda vez.

Y así como estaba todo bien, tranquilo y en paz, las cosas se fueron rumbo abajo.

Dos días después, vi cómo mi madre perdía el control cuando vio a los paramédicos. Yo también estaba bastante sorprendida, asustada incluso, de ver la intención clara en sus ojos y la resignación tumbando los hombros de mi padre.

No debía haber visto nada de eso. No debía estar allí.

Pero había estado dando vueltas toda la noche y no podía dormir, pensando en todas las cosas que mi madre había hecho mal. Ni siquiera quería pensarlo, pero debía escuchar... debía saber que ella no era la clase de persona que todos en el castillo estaba diciendo que era.

Así que me acerqué al cuarto de mis padres, pensando en todas las cosas que quería preguntarles, cuando escuché que estaban discutiendo. La puerta no estaba del todo abierta, pero podía ver claramente la figura de mis padres en el medio de la habitación y la madre de Brenda cruzada de brazos un tanto más alejada.

Antes mis ojos, las cosas parecieron transcurrir en cámara lenta: mamá se dio cuenta de lo que estaba por suceder, comenzó a gritar desesperada, a llorar por en los brazos de papá, a patalear y rogar que no se la llevaran. Quizás fueron cinco minutos, quizás una hora, pero de lo único que estaba segura, era de que mi alma se rompió al verla tan fuera de sí misma. Un paramédico tuvo que inyectarle algo para que se calmara. Para que se durmiera.

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