Fruto

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Una no muy afamada bailarina arrabalera estiraba sus piernas sobre el escenario. Él la observaba desde una mesa alejada. En todos sus viajes por el mundo, huyendo del peligro o cumpliendo misiones, jamás había visto algo tan hermoso. Alguien tan hermoso. La forma en que la muchacha movía su cuerpo, extendía sus brazos, parecía llamarlo. Solo tres noches más se hospedaría en aquél hotelucho argentino. Cada noche, el mismo barato espectáculo con la misma esplendida bailarina de tango. La danza sensual lo hacía desearla.

Primera noche, deseo.

Al día siguiente, él esperó ansioso la llegada de las ocho. Solo quería observarla, hacía un mes que esperaba órdenes desde Inglaterra. Sólo la antepenúltima noche se vio demasiado aburrido como para rebajarse a pagar por un espectáculo en tan pobre lugar.

A las siete puntual, la mirada grisácea del ya maduro hombre se paseaba por toda la habitación, no pudiendo con sus ansias.

Al mirar el reloj, las agujas se ralentizaban, atrapando sus suspiros bajo el cristal. Se decidió por observar la caída del sol desde un balcón, en vez de al maldito y mortífero reloj.

Las ocho llegaron tarde, como él ya había sospechado lo harían.

Bajó tan rápido que fue el primero en entrar, en sentarse y en admirar su paso dulce, anterior al brote de sensualidad.

El bandoneón comenzó a sonar, mientras él se preguntaba qué tan hermoso habría sido su cabello rojo fuego, si no hubiera estado comprimido en ese rodete.

Los ojos de la muchacha, azules, serios, penetrantes, seductivos, amantes, secretos, asesinos, perfectos. Ellos se fijaban solo en él. Ella, aquella perfecta pelirroja, bailaba para él.

El baile había terminado, volviendo ella a su tímida expresión de agradecimiento a los pocos presentes.

Se marchaba, se estaba marchando, se marchó, se había marchado otra vez.

Segunda noche, ansiedad.

El último día, más ansias que nunca. Mismo escenario, misma mujer, mismo deseo, misma lujuria, misma nostalgia, pero ahora había dolor.

Bajó las escaleras corriendo. Se encontró en la primera mesa, observándola, tal como el día anterior.

El show había terminado. Ella agradecía otra vez. Sus pequeños labios, rojos como su cabello, esbozaban una sonrisa... y sus ojos... sus ojos lo miraban, lo hipnotizaban.

Él se acercó al borde del escenario, que la hacía diez centímetros más alta. Ella se dio por aludida de inmediato y se acercó, sin dudar de que era la causa del arrime del hombre.

­—Yo... yo... —balbuceó.

—¿Quieres tomar algo luego de que me cambie? —por suerte, no lo había dejado terminar. ¿En dónde habían quedado esas armas de conquistador empedernido? Tal vez en la escuela.

Él asintió. ¿Quién sería? ¿Cuál sería su nombre? Estas preguntas lo invadían.

La chica volvió casual, como si hubiera sido otra persona, dejando a aquella sensual y arrebatadora bailarina sobre el escenario.

Juntos, se dirigieron al balcón. Grande, espacioso. Sin saber que decir, se miraron primero de reojo. De frente. Ya no se miraban.

Se abrazaban, se besaban, se tocaban, se sentían, se amaban, se lamentaban, se herían, se despedían, se separaban, se miraban, se decían, se silenciaban.

Sin más, ella entró sollozando al hotel.

Él por su parte, la miró irse, no la buscó. Se apoyó en el barandal y miró la luna. A la mañana siguiente partiría a algún lugar lejano. Solitario, como era su estúpido y sucio trabajo.

Ella... ella permanecería en Argentina, Buenos Aires, Capital Federal. Seguiría bailando aquellos tangos que le apasionaban, añorando a aquel rubio platinado que conocía, que había conocido, que siempre seguiría amando, que ya no la iba a ver bailar.

Última noche, dolor.


N/A: Este debe ser mi cuento preferido de entre los que escribí. También del 2007, en realidad es un fanfiction de Harry Potter. El que leyó HP, ya debe haber adivinado que se trata de Ginny y Draco. Este cuento fue el único lugar en dónde me cayó bien Ginny y sigo siendo fan del Dramione :P

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