Capítulo 1: Cenizas de una Lámpara

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Junto al mar Caspio se levantan los montes de Elburz. Entre ellos se encuentra el Devadán, que es invisible para ojos humanos.

En sus laderas hay una roca sellada que bloquea una cueva; y dentro de esta cueva hay un pequeño lago, tan profundo, que por él puede llegarse hasta el Abismo.

Vivía en esa Gruta un djinn; algunos creen que se engendró a sí mismo entre los remolinos de viento de la estepa persa. Otros, más avezados, conocen la verdad.

En el tiempo en que encontró lo que encontró en el Abismo, los nómades acudían al él si necesitaban aquella clase de ayuda que los inmortales dan cuando son favorables.

Lo llamaban por un nombre sencillo, porque lo creían nacido del rescoldo:

"AESHMA"

Y la verdad sí era algo ceniciento, y no parecía valer mucho: delgado, pecoso, orejas alertas como las de un gato, o como esas plumas que sobresalen de la cabeza de los búhos.

Y, como los búhos, tenía una verde mirada.

Aeshma se había ausentado de su montaña algunos meses; luego había regresado para pasar las horas sentado junto a la laguna con la frente apoyada sobre los antebrazos y éstos en las rodillas.

En su mente se sucedían los pensamientos, todos iguales como la hierba de la llanura aria.

-Innana traidora, mi gata, mi Diosa, mía, suyo, yo, Aeshmadeva, hijo del Fuego, Djinn, genio, dingir, hasta el fin del tiempo, ella y yo, Innana y Aeshma, para siempre.

El joven se llevó ambas manos al rostro y luego de ahogar un sollozo, se restregó los párpados exhaustos.

En la entrada de la cueva se acumulaban las ofrendas de los nómadas escitas y persas.

Nada quería, nada tocaba, no bebía ni comía.

-¿Es posible que yo, un djinn nacido de las llamas, que he sido insecto y he sido niño, que he sido viejo y he muerto y nacido una y otra vez y otra y otra vez, esté penando como un humano por la sumeria?

"¿Y que entre tantos a quienes ella arrancó el alma me halle ahora, sin tener la menor esperanza de que venga desde Karengi, desde Sumer, hasta el Devadán?

"Esto es vergonzoso; debo permanecer un día sin pensarla, librarme de sus ojos de leona y de su sonrisa un día, y después quedaré a salvo.

Miró de soslayo las tablillas que se acumulaban sobre la mesa de piedra, tratando de recordar con precisión los infaustos día, hora, e instante en que decidió ir a Uruk, a aprender la ciencia de la escritura.

- Me hubiera quedado así, ignorante como un animal.

"¿Cual es el rol que nos toca a los "salvos", si no somos padres, no somos hijos, ni muertos ni vivos, ni padecemos de la angustia de la enfermedad, pero no podemos librarnos de las pasiones que nos atan de la misma manera que a los que perecen?

"Aeshmadeva, el nacido del fuego, el Príncipe del Aryan Veg, una estepa desolada.

¿Qué soy en comparación con el menor de los Annunaki, los dioses de Sumer, Karengi, el País de los Ríos?

"La huella de un caballo, el rastro de un ave, una nada menos que la Nada."

Aeshma, el djinn, se puso de pie; vestía ropas de tela burda, en tonos oliváceos, como un arquero persa. Los lacios cabellos rojizos estaban atados con tientos de cuero sobre su espalda.

Legado de Iblis. Los seguidores del Sendero SiniestroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora