U N O
• KIERAN •
Gandhi dijo alguna vez, que la trascendencia de un individuo en este mundo se mide por el número de personas que marca con sus ideales y la cantidad de riesgos que llega a tomar.
La grandeza real no está en los pensamientos, sino en las acciones...
Está bien, está bien...
No fue Mahatma Gandhi, fue más... Cristina Taylor.
La mujer ebria con quien tropecé la semana pasada en medio de una fiesta. Creía que a los cuarenta años, las fiestas universitarias perdían su encanto, pero ella era diferente y tenía esa clase de personalidad refrescante que pocas veces pasa desapercibida. Para el final de la noche, terminamos besándonos en un armario, atrapados entre abrigos y perfume barato hasta que su tono de llamada arruinó toda la diversión.
Se trataba de su ex-esposo.
Si cierro los ojos, aún soy capaz de percibir el brillo de decepción en sus ojos después de enterarse de mi edad... tan similar a la cara que puso mi madre cuando le dije que me mudaría.
—¿Vas a saltar o no? —Me grita una pelirroja, parada en el borde de la piscina en un bikini azul con la cámara de su teléfono apuntándome directamente.
Es medianoche y la fiesta comienza a salirse de control.
Tomo una respiración profunda, acomodándome en mi asiento mientras dirijo la vista al cielo nocturno y nuevamente abajo. Me muerdo los labios, observando el grupo que comienza a formarse bajo mis pies. Las personas miran hacia arriba como buitres esperando comerme vivo. Mis piernas cuelgan del borde del tejado y la brisa de la noche me golpea con fuerza, robándome el aliento. Mi corazón se acelera. La multitud empequeñece, imitando hormigas agrupadas y en fila que caminan al mismo abismo de la muerte sin darse cuenta.
¿En serio voy a lanzarme de un segundo piso a una piscina?
No, no estoy tan demente.
Sonrío y entonces me tiro al vacío.
Al caer, escucho el ruido de impacto que produce mi cuerpo junto con el peso conocido, arrastrándome hacia abajo. El agua restante salpica los extremos de la piscina, arrancando chillidos y gritos de un par de chicas que permanecen cerca.
Comienzo a mover mis brazos en cuanto el agua me impulsa hacía arriba y me niego a seguir la corriente, queriendo permanecer más tiempo en la soledad. Me gusta la soledad. En una exhalación suave, el aire sale en forma de burbuja fuera de mi boca y cierro mis labios con fuerza cuando la sensación de ardor quema en mi garganta.
Dentro de la piscina el ruido de la noche se apaga. Todo se reduce a silencio, abro los ojos, disfrutando de la visión fragmentada del exterior y las luces emitidas por los teléfonos pasan a un segundo plano. El mundo es sedoso, ligero e imperturbable, se desliza entre mis dedos.
Una pecera propia lejos de la realidad.
Con mis pulmones ardiendo por el aire, salgo de la piscina, respirando bruscamente. Peino mi cabello húmedo hacia atrás. La ropa se pega a mi cuerpo, un recordatorio de mi momento de locura y luego aparece el castañeo. El aire frío de la noche abraza mi piel, amenazando con helar el flujo de sangre corriendo a través de mis venas y mis oídos se destapan, devolviendo la intensa música de la fiesta a su lugar.
En medio de mi camino hasta la mesa de bebidas, un par de personas palmean mi espalda gritando frases sin sentido mientras mi amigo, Noah, me tiende una toalla.
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Lo que pasó esa noche
Teen FictionUna noche. Una confesión. Un número equivocado y un corazón roto. El mío.