<<Él te abraza y te hace daño, te protege y te expone, te salva y te mata.>>
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Caí a los pies de alguien que tiene el corazón de piedra, que nunca recibió un abrazo sincero, al que nunca le dijeron "te quiero", que teme unirse sentimentalmente a alguien, que prefiere golpear y ser lastimado a tener que verse las con sus demonios internos. Caí a los pies de alguien que ama ver sufrir a las personas, y el ha sufrido más que nadie.
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Hay algo de bueno en sufrir cuando amas. Es que el dolor que tienes en el pecho es señal de que aún te queda algo. Te da la pauta de que fuiste feliz pese a los traspiés que te impone la vida, te despierta una voz que susurra al oído: <<Hey, levantate de ahí. Aprende a ser fuerte.>>
Es un dolor que te recuerda todo el tiempo a esa relación que, con etiqueta o no, alguna vez existió y te hizo sentir enamorada. Extasiada como burbujas de champagne brotando a montones en la superficie de una hermosa copa de cristal.
Pero ese cristal fue frágil.
En algún momento empezó a resquebrajarse, a trizarse y finalmente a romperse y entonces escapas, te dejas fluir, algo se deshace y queda perdido para siempre. Si intentas reparar eso, puedes hacerlo. Es obvio, sin embargo las marcas de que se rompió, quedarán ahí para recordarte que nunca volverás a ser lo que eras antes.
Como las cicatrices en la piel.
Como la angustia en tu pecho.
Como los gritos que se esconden de cada sonrisa.
Seguramente habrás oído hablar de la gran incompatibilidad entre el agua y el aceite: nunca se unirán aunque a simple vista parezca posible.
Ella no tiene limites, ya no hay miedo, ya no siente dolor, la historia cambió. Ahora es blanco y negro, ese es su color. Cada atardecer es diferente, al igual que sus miradas. Ella sólo cayó en lo prohibido. Ella ya no tiene futuro. Solo vive las noches. Ella es un problema. Ella está cuando el ruido aparece. Le gusta jugar. Cuando las luces prenden. Es momento de su salida.