Había una vez, vaya cosa. Esto no es un cuento infantil que se empiece con un "había una vez", para nada; sin embargo, a pesar de ser imparcial en esta historia, no encuentro un mejor inicio, así que comencemos.
Había una vez un chico y una chica, como en todas las historias de amor. Pero muy a pesar de ellos esta no sería como todos los relatos que nos cuentan nuestras abuelas, donde el muchacho se queda con la señorita y todo termina en un "fueron felices para siempre". Ojalá que así hubiese sido, pero la vida real no es un poema, sino una cruel tragedia.
Tal vez te preguntes quien soy yo para contar tan bella (o confusa) historia, bien, permiteme presentarme, soy Cupido (algunos me conocen también como Eros). Si, soy ese chiquillo alado al que culpas porque "mi flecha te unió a un imbécil".
Y si, me gusta hacer travesuras y lanzar flechas al aire para ver quien resulta enamorado, unir con un disparo a las parejas más bizarras que puedan existir y divertirme un rato, pero este no fue el caso. Esta flecha fue mi mejor tiro. Preciso, precioso, exquisito. Pero los humanos de esta narración son tan tercos como un par de mulas. No se aman como me habría gustado.
Pero bueno, para que me entiendas dejame contarte una historia, su historia.
Retomemos el inicio una vez
Había una vez un chico y una chica, como en todas las historias de amor. Ambos tan distintos e iguales que lastimaban la retina, la voz y el alma.
Fue un día normal para Mayte. Empezaba un nuevo año escolar y las cosas fluían como el caer de la seda sobre piel suave.
El grupo provisional en el que estaba, se conformaba por gente bastante agradable. Aunque en opinión de ella, era una falta de respeto que su grupo fijo se encontrara disperso en los demás por falta de un aula. Si, su escuela había aceptado a más alumnos de los que podía albergar, vaya gente. Pero que podía hacer, salvo disfrutar lo que pasaba.
El timbre que indicaba el descanso retumbó por las paredes del colegio. Los chicos cerraban sus mochilas y salían del salón en busca de aire fresco.
Mayte se colocó la mochila al hombro y, junto con sus amigas, bajó las escaleras.
Todas juntas fueron a mirar a los chicos jugar fútbol. No era algo que disfrutara, pues no había mucho que ver. Lo mismo de siempre, el torpe que no sabe jugar, el que se cree futbolista profesional, el que todos ignoran y... Ése chico.
La plática de sus amigas se desvaneció en el aire y lo único que podía escuchar Mayte era el retumbar de su corazón dentro de su pecho. Aunque hubiese querido, ella no encontraba explicación alguna para tal sentir.
"Vaya muchacho, tiene algo que me confunde y al mismo tiempo me atrae hacia él", pensó Mayte.
De miles de palabras en el diccionario ella no lograba ordenar tres para formar una oración que lo describiese. Y cómo hacerlo si él no era alguien que las palabras alcanzaran.
Era de estatura media, piel morena clara, ojos marrones y cabello negro. Labios rosas, sudor latente y pasión desbordante.
Embobada siguió con los ojos al chico. A donde el corría Mayte iba detrás, pisándole los talones con las pestañas.
Debido a la mirada fija, un simple movimiento, suerte, condena o destino, el chico la miró de regreso. Vaya mirada. Nunca olvidaría esos ojos.
Ignorando la platica de sus amigas una vez más, subió hipnotizada las escaleras de regreso al aula.
∆ ∆ ∆
Sin ignorar el suceso antes acontecido Mayte siguió las últimas horas de clase platicando y bromeando normal. Trabajando y compartiendo las noticias de más relevancia (para ella) dentro de la escuela.
Discutía sobre el nuevo profesor de inglés cuando una maestra extraña entró en el salón. Habló con la profesora de grupo unos segundos y después pidió que todos en el salón hicieran silencio.
- Los alumnos que sean del grupo Tercero "D" hagan el favor de seguirme - dijo señalando la puerta y saliendo posteriormente por la misma.
10 jóvenes, entre ellos Mayte, se levantaron de sus asientos y salieron el encuentro de la profesora.
No eran los únicos. El grupo de adolescentes que seguía a la maestra como ovejas era de, aproximadamente, 40 chicos.
Y entre esos 40 chicos Mayte no tenía ni un solo amigo. Nadie que la rescatara de la soledad envolvente y aplastante de esa multitud.
Llegaron a un salón que estaría desocupado por unas cuantas horas. Las bancas ordenadas en filas aburridas.
Uno a uno los chicos fueron entrando y sentándose en cualquier silla. Una vez que todos se encontraron ordenados la maestra dio la información básica.
Al parecer su nombre era Patricia y empezaría oficialmente sus clases dentro de una semana. Fecha en la que al fin su grupo dispondría de un aula propia.
Y dos filas más allá unos ojos la miraban fijo. Unos ojos marrones pertenecientes a cierto chico que había visto hace unas horas.
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Love You Twice
RomanceYo, Eros, dios del amor, tiré una flecha precisa hacia este pobre par de enamorados. Los separé, los junté, hice todo lo que pude para verlos felices. Eran mis amantes perfectos. No contaba con que Plutón, dios de la muerte, se metería en mis plane...