El árbol de Apolo

5.5K 184 17
                                    

Un día, cuando Apolo, el dios de la luz y de la verdad, era aún joven, encontró a Cupido, el dios del amor, jugando con una de sus flechas.

-¿Qué estás haciendo con mi flecha?- preguntó Apolo con ira-. Maté una gran serpiente con ella. ¡No trates de robárme la gloria, Cupido! ¡Ve a jugar con tu arquito y con tus flechas!

-Tus flechas podrán matar serpientes, Apolo -dijo el dios del amor-, ¡pero las mías pueden hacer más daño! Incluso tú puedes caer heridos por ellas!

Tan pronto hubo lanzado su siniestra amenaza, Cupido voló a través de los cielos hasta llegar a lo alto de una elevada montaña. Una vez allí, sacó de su carcaj dos flechas. Una de punta roma cubierta de plomo, cuyo efecto en aquel que fuera tocado por ella, sería el de huir de quien fuera herido por ella, se enamoraría instantáneamente.

Cupido tenía destinada su primera flecha a Dafne, una bella ninfa que cazaba en lo profundo del bosque. Dafne era seguidora de Diana, la hermana gemela de Apolo y diosa del mundo salvaje. Igual que Diana, Dafne amaba la libertad de correr por campos y selvas, con los cabellos en desorden y con las piernas expuestas a la lluvia y al sol.

Cupido templó la cuerda de su arco y apuntó con la flecha de punta a Dafne. Una vez en el aire, la flecha se hizo invisible, así que cuando atravesó el corazón de la ninfa, ésta sólo sintió un dolor agudo, pero no supo la causa.

Con las manos cubriéndose la herida, corrió en busca de su padre, el dios del río.

-¡Padre! -exclamó-: ¡Debes hacerme una promesa!

-¿De qué se trata? -preguntó el dios, quien estaba en el río rodeado de ninfas.

-Prométeme que nunca tendré que casarme! -gritó Dafne.

El dios del río, confuso ante la frenética petición de su hija, le replicó:

-¡Pero yo quiero tener nietos!

-¡No, padre! ¡No! ¡No quiero casarme nunca! ¡Déjame ser siempre tan libre como Diana! ¡Te lo ruego!

-Sin embargo, ¡yo quiero que te cases! -exclamó el dios.

-¡No! -gritó Dafne y comenzó a golpear el agua con los puños mientras se balanceaba hacia delante y hacia atrás sollozando.

-¡Muy bien! -profirió el dios del río-. ¡No te aflijas así, hija mía! ¡Te prometo que no tendrás que casarte nunca!

-¡Y prométeme que me ayudarás a huir de mis perseguidores! -agregó la cazadora.

-¡Lo haré, te lo prometo!

Después de que Dafne obtuvo esa promesa de su padre, Cupido preparó la segunda flecha, la de aguda punta de oro, esta vez destinada a Apolo, quien estaba vagando por los bosques. Y en el momento en que el joven dios se encontró cerca de Dafne tembló la cuerda del arco y disparó hacia el corazón de Apolo.

Al instante, el dios se enamoró de Dafne. Y, aunque la doncella llevaba el cabello salvaje y en desorden, y vestía sólo toscas pieles de animales, Apolo pensó que era la mujer más bella que jamás había visto.

-¡Hola! -le gritó; pero Dafne le lanzó una mirada de espanto y, dando un respingo, se internó en el bosque como lo hubiera hecho un ciervo.

Apolo corrió detrás de ella gritando:

-¡Detente! ¡Detente!

-Pero la ninfa se alejó con la velocidad del viento.

-¡Por favor, no corras! -le gritó Apolo-. Huyes como una paloma perseguida por un águila; ¡yo no soy tu enemigo! ¡No te escapes de mí!

Dafne continuaba corriendo.

-¡Detente! -profirió Apolo.

-¿Sabes quién soy yo? -dijo el dios-. No soy un campesino ni un pastor. ¡Soy el señor de Delfos! ¡Un hijo de Júpiter! ¡Cacé una enorme serpiente con mi flecha! Pero ¡ay!, ¡temo que el arma de Cupido me ha herido con más rigor!

Dafne seguía corriendo, con los muslos desnudos al sol y con el cabello salvaje al viento.

Apolo ya estaba cansado de pedirle que se detuviera, así que aumentó la velocidad. Las alas del amor le dieron al dios de la luz y de la verdad una celeridad que jamás había alcanzado; no le daba respiro a la joven, hasta que pronto estuvo cerca de ella.

Ya sin fuerzas, Dafne podía sentir la respiración de Apolo sobre sus cabellos.

-¡Ayúdame, padre! -gritó dirigiéndose al dios del río-. ¡Ayúdame!

No acababa de pronunciar estas palabras, cuando sus brazos y piernas comenzaron a tomarse pesados hasta volverse leñosos. El pelo se le convirtió en hojas y los pies en raíces que empezaron a internarse en la tierra. Había sido transformada en el árbol del laurel, y nada había quedado de ella, salvo su exquisito encanto. Apolo se abrazó a las ramas del árbol como si fueran los brazos de Dafne y, besando su carne de madera apretó las manos contra el tronco y lloró.

-Siento que tu corazón late bajo esta corteza -dijo Apolo, mientras las lágrimas rodaban por su rostro-. Y como no podrás ser mi esposa, serás mi árbol sagrado. Usaré tu madera para construir mi harpa y fabricar mis flechas, y con tus ramas haré una guirnalda para mi frente. Héroes y letrados serán coronados con tus hojas, y siempre serás joven y verde, tú, Dafne, mi primer amor.

Tru lof, mierda voy a secuestrar a cupido y que le de un flechazo a mi crush jejejejeje

Mitos Griegos Y Más Donde viven las historias. Descúbrelo ahora