Ahí estaba, de nuevo en la clase de matemáticas. Nuevo día, nueva tortura. Atormentar a los maestros no era sólo un pasatiempo, era un deleite personal.
Así era yo, disfrutaba fastidiando a maestros, directores y compañeros. Hacerme la rebelde y contestar con ironías lograba hacer reír a más de uno de mis amigos. Todos en el salón se impresionaban por la facilidad que tenía de exasperar hasta al más estricto de los profesores.
Ese día no era la excepción, me encontraba frente a mi víctima favorita: Cristian, el profesor de matemáticas.
No sé si el destino le jugó una mala pasada, o simplemente tuvo tan mala suerte por haberle tocado yo como alumna en su primer año como maestro. Ser joven e inexperto es complicado y más si le añades a una chica que se pasa las clases acosándote hasta hacerte sudar frío.
Esa era mi actividad favorita del día, acosar a Cristian; preguntarle si tenía novia y molestarlo diciéndole lo mucho que me gustaba; todo en juego claro está.
Las primeras clases se puso tan nervioso ante mis descarados coqueteos que no podía ni sumar, o restar ni articular una frase completa. En el transcurso del año se acostumbró, un poco tal vez; supongo que los otros profesores le advirtieron sobre mí y como me gustaba molestar en clases. Poco a poco se habituó, aunque no podía evitar exasperarse cuando me cedía la palabra y en lugar de alguna duda le pedía el teléfono. Hasta ahora no entiendo por qué me dejaba preguntar a sabiendas que nunca haría una pregunta real, y que lo único que conseguía era una carcajada general del curso; aunque a veces él también reía ante mis ocurrencias.
—Te estoy entrenando. Cuando tengas una acosadora verdadera ya sabrás que hacer gracias a mi —le decía cuando me pedía que lo deje de molestar.
Cuando faltaba poco menos de un mes para la graduación se le ocurrió tomarnos un examen sorpresa. Él nunca lo había hecho, supongo que era un absurdo intento de venganza.
—No voy a realizar un examen para el que no he estudiado —le aseguré cruzando los brazos y lanzando el lápiz al suelo. Algunos de mis compañeros me miraron reprobatoriamente, otros se unieron.
—Por favor Bianca, dentro de un mes ya ni me verás —suplicó con un tono que demostraba lo harto que estaba de mí. Claro que nunca me gritó o me recriminó directamente. Muchas veces meditaba el porqué. Yo lo habría hecho. En su lugar me habría enviado a la dirección y me habría asegurado de una expulsión. Es que a veces se me iba la mano. Cuando Cristian estaba ganando el mínimo de respeto ante mis compañeros aparecía yo, incitándolos a la rebeldía, precisamente como en ese momento.
—Sólo contesta lo que sepas —agregó resignado volviendo al frente de la clase.
"Responder lo que sepa" pensé con malicia. Bien, si eso era lo que quería...
No me tomé ni el trabajo de leer los problemas, simplemente respondí con impecable caligrafía aseverando la verdad bajo cada pregunta.
Me encanta tu voz cuando me regañas, suena madura y sexy.
Tus ojos miel brillan con matices dorados cuando te acercas al sol en la mañana.
Ojalá nuestros hijos hereden tu cabello negro que luce satinado cual fina tela cuando enredas tus dedos en él.
Tus labios se ven tan suaves y masculinos a la vez, ¿Cuántas han tenido el deleite de probarlos?
Cínicamente me aproximé a él a entregarle la prueba poco después de los escasos minutos que me tomó escribir. Le sonreí con malicia imaginándome la expresión que pondría al leer mi hoja.
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Al final no era un juego
Teen FictionAlumna x profesor Una declaración. Algo que surgió en un momento de inspiración, o divague, quién sabe