II

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N/A: El equilibrio entre longitud de capítulos no existe, son los padres.

º

No hay nada remarcable en el trayecto de vuelta, si acaso evocar más veces de las debidas la imagen de Pablo durante todo el debate—mezcla de indignación, incredulidad y, en ocasiones, el más profundo desprecio—aderezado con una pizca de remordimiento difícil de concretar.

La ducha es una bendición de los dioses y con gusto se habría tirado horas dejando que el calor del agua desentumeciese los engarrotados músculos y el desagüe se tragase los restos de espuma y culpabilidad por las cosas que se arrepiente de haber dicho. El móvil vibra de nuevo con un mensaje entrante de Pablo, indicándole la dirección de su casa y un "ven cuando quieras" y los diez minutos de más que pasa delante del armario debatiendo qué ropa ponerse mejor echarlos a cuenta del procesamiento lento de su cerebro debido al agotamiento fruto de un día demasiado largo.

Cuando Pablo le abre la puerta el reloj de la pared marca exactamente las nueve de la noche y su pelo recién lavado deja un círculo de gotas de agua alrededor de sus pies descalzos. Albert parpadea un par de veces ante lo inusual de la imagen desplegada frente a él.

—No sé si he venido demasiado pronto.

Y eso que he estado veinte minutos metido dentro del coche aparcado repitiéndome a mí mismo lo mala idea que es esto, pero eso, evidentemente, no lo dice en voz alta.

—No, tranquilo, pasa pasa. Había terminado de ducharme.

Le invita a entrar con un gesto de la mano mientras se dirige de nuevo al cuarto de baño y Albert cierra la puerta tras de sí preparado para enfrentarse por primera vez al vórtice de entropía que es el piso de Pablo en vivo y en directo. De un rápido vistazo puede adivinar un par de cosas: que su dueño es un ávido lector por cómo hay libros prácticamente en cada superficie disponible y que se ha estado alimentando de comida preparada esos últimos días si acaso la torre escalable de cajas de cartón sirve como indicador. Aún así, el nivel de limpieza se nota bajo el caos y es evidente que cuando no está tan estresado el piso mantiene un cierto orden. Él mismo, sin ir más lejos, ha caído rendido mil veces en su sofá sin siquiera cenar, despertándose a la mañana siguiente con las marcas de los cojines por toda la cara y la columna vertebral crujiéndole de forma poco tranquilizadora.

Pablo ha vuelto a hacer acto de presencia en el salón, repentinamente consciente de todo el desastre. Se arroja prácticamente encima del sofá a quitar los libros abiertos y subrayados que forman un curioso camino de sabiduría fluorescente, disculpándose a toda prisa.

—Lo siento, tendría que haber recogido esto antes de que vinieras.

Albert siente unas ridículas ganas de reír por primera vez en lo que cree semanas.

—Tranquilo, Pablo, no creo que vayan a abalanzarse contra mí nada más tratar de sentarme a menos que los tengas domesticados.

Sus palabras parecen aliviarle de algún y la media sonrisa que le regala se instala dentro de él un poquito más hondo de lo socialmente aceptado estando sobrio. No se ha recogido el pelo aún y no parece tener intención de hacerlo y Albert se contiene las ganas de decirle que mejor así. Con todos los libros en precario equilibrio sobre sus brazos Pablo libera por fin un espacio decente en el sofá y hace un gesto con la cabeza que parece indicar "terreno despejado" pero Albert no puede dejar de mirar la enorme librería alrededor de la televisión que llama más su atención que la promesa de un asiento cómodo y blandito del que se habría apropiado con gusto hace unas horas. Solo ha visto el salón pero el entorno le parece tan fascinante como el propio Pablo.

Bajo la superficieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora