Miguel

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Dayana se sentó tranquilamente en su coche a enviar un nuevo mensaje a su novio.

«No te vas a creer lo que ha pasado. Cuando llegue a casa te lo cuento.»

«No tardes. La comida xina se enfría!», fue la respuesta. Dayana sonrió y guardó el móvil en el bolsillo de su chaqueta. Metió la llave en el contacto y arrancó el coche.

Cuando llegó a su pequeño apartamento del centro, Miguel la estaba esperando. Se acercó a ella y le dio un profundo beso de bienvenida.

—Hola, mi amor —saludó ella al separar sus labios de los de su novio.

—Has tardado mucho... —contestó Miguel—. ¿Otra vez ha llegado tu jefe justo cuando te ibas y te pidió algo?

Dayana le sonrió mientras se quitaba la chaqueta. En la mesa había varias cajitas con comida china.

—No te vas a creer lo que ha pasado.

—¿Qué ha pasado? —preguntó él abrazándola por detrás.

—Ahora te lo cuento mientras comemos.

Se sentaron a la mesa a comer y Dayana comenzó a contarle a Miguel todo lo ocurrido.

—Hoy no me dio tiempo de terminar los informes de venta que tengo que presentar mañana, así que me quedé hasta más tarde para intentar cerrarlos.

—Ya decía yo que tardabas mucho —contestó sonriendo él.

—Bueno, tú sabes que entre presupuestos, gestiones y demás nunca me da tiempo a hacer los informes... El caso es que estaba terminándolo cuando escuché un ruido como de cosas que se caían. Pensé que se trataba de un ladrón y me acerqué a mirar. ¡Y a que no sabes lo que vi!

—No, no lo sé —contestó Miguel intrigado.

Dayana sacó su móvil y puso el vídeo que había grabado. Miguel comenzó a mirarlo. Se fijó en el turgente pecho de Sindi y en sus rojos labios al gemir. Comenzó a notar como poco a poco el pene se le iba poniendo duro.

—Joder, ¡estaban follando! —exclamó Miguel—. ¿Quién es la rubia? —preguntó devolviéndole el móvil a su novia.

—Esa es Sindi, la secretaria del jefe.

—¿Esa es la Sindi de la que tanto hablas?

—Sí, la misma. Esa es la cabrona de Sindi.

—Ya veo. Y... ¿quién es el calvito?

—Ese es Manolo, el contable.

—Ya veo.

Cuando terminaron de comer Miguel abrazó nuevamente a Dayana y comenzó a acariciarla.

—Hora de irse a dormir, mi niña —dijo mientras besaba suavemente su cuello—. Vamos a la cama.

Dayana sonrió al sentir las caricias suaves de su novio. Echó la cabeza hacia un lado dejando libre su cuello por completo para él. Miguel comenzó a besarlo y lamerlo suavemente a la vez que acariciaba su pecho.

—Te quiero... —susurró Dayana

—Y yo a ti —contestó él mientras comenzaba a desabrochar lentamente los botones de la camisa que cubría el pecho de su novia.

Abrió por completo la camisa y comenzó a masajear los pechos de Dayana con suavidad mientras seguía lamiendo y besando su cuello.

—Mmmm... Miguel... que gustito...

Miguel cogió entre sus dedos los pezones de Dayana y los pellizcó suavemente obligándolos a ponerse duros bajo sus dedos.

—¿Te gusta, mi niña?

—Sí... se siente bien.

Siguió masajeando sus pechos y jugueteando con sus pezones un buen rato.

—Vente, vamos a la cama —finalmente pidió cuando sentía que ya no podía esperar más.

Dayana asintió con la cabeza y ambos fueron a la habitación.

Miguel se sentó en la cama y comenzó a desembarazarse de su ropa. Dayana lo observó divertida mientras él se peleaba con la pernera de su pantalón. Cuando estuvo completamente desnudo, Dayana se acercó a él moviéndose sensualmente y comenzó a bailar suavemente a la vez que acariciaba su cuerpo. Deslizó sus manos por el pecho de Miguel mientras se sentaba sobre él y comenzaba a rozar sus bragas contra el paquete duro de su novio. Miguel la cogió por la cintura mientras ella no paraba de moverse.

—Me encanta cuando te pones así.

Dayana tan solo se rio y siguió meneándose. Rozaba fuertemente sus bragas contra el pene de él, masturbándolo rítmicamente. Miguel respiraba agitado mientras sentía a Dayana rozándose cada vez más rápido.

Cuando ella notó que él ya no podía resistir más, se separó levemente y apartó un poco sus bragas. Volvió a apoyarse sobre su novio, pero esta vez introduciendo su pene en su interior.

—Mmmm... que caliente...

—Joder, niña, estás chorreando.

Dayana comenzó a moverse frenéticamente y la habitación se inundó de gemidos.

Sexo y traición en la oficinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora