Capítulo 3
Andrés se hallaba acostado en su cama y con los auriculares puestos, se había bañado y el placer que sentía luego de estar casi tres horas bajo el sol era inexplicable para él. El viejo y fiel ventilador de su tía seguía tratando de enfriar el ambiente. Andrés sonrió y acarició el dorado cabello de su pequeña hermana que se encontraba a su lado durmiendo plácidamente. En la mesita de luz todavía estaba el pequeño libro de cuentos, que muchas veces funcionaba como niñero.
Entonces pensó en lo que había sucedido en aquella sala junto a aquella chica, y recordó la enorme sonrisa que poseía y las preguntas inagotables de Roque. Le habían hecho un par de preguntas sobre libros y otras cosas, y luego le avisaron que si eran elegidos para el campamento, lo llamarían. Y entonces al lado del libro de cuentos de su pequeña hermana también estaba el celular; y al lado del celular, unas cuantas hojas y una lapicera. Sus escritos parecían descansar y esperar a ser leídos, y también a ser continuados.
Abrió uno de los cajones de la mesita de luz, metió la mano y buscó entra las cosas, luego sacó una libreta negra que tenía pegado una etiqueta: «Cosas que quiero decir pero que nunca digo»; ese nombre le había puesto a aquél cuaderno. Tomó una lapicera y comenzó a escribir algo que nunca en su vida pensó que escribiría en esas hojas.
Lunes
«Ella era una chica muy linda»
Sonrió y luego guardó la libreta en su lugar, le dedicó una mirada a su hermana e hizo como si no hubiera pasado nada. Se pegó a sí mismo como si Roque hubiera estado presente en ese momento y le hubiera dicho: ¿¡Linda!? ¡Ella es hermosa!.
No entendía porqué no podía dejar de pensar en esa chica, temía que fuera un caso de enamoramiento pero ni siquiera quería detenerse a planificar en como haría para salir de esa situación si de verdad estuviera enamorado. Porque hasta ahora era solo un «gustar a primera vista» ¿No?
Caminó hasta el living y se encontró a Roque tirado en el sofá, con el ventilador cerca de su cara y comiendo papas fritas como el gordo que no era. Si fuese una persona normal, se sorprendería y echaría a esa persona de su casa. Pero él era Andrés, o mejor dicho Andrew; y aquél era Roque, su mejor amigo.
—¿Qué estás mirando? —preguntó Andrés mientras se acercaba a su amigo que seguía comiendo como si se tratara de un búfalo.
—Podría decir que porno, pero es un programa de adolescentes. Mi hermana lo mira —le respondió mientras se metía una papita en la boca—, los protagonistas se acuestan todo el tiempo.
Andrés se arrojó sobre el sillón y le robó la papita que Roque estaba por comerse, enfocó su mirada en la pantalla y coincidió con el pensamiento de Roque. Aquello no era un programa de adolescentes.
—No sé porqué, pero me da asco —soltó Andrés algo traumado por la forma en que se besaban los protagonistas que parecía que se comían el uno al otro.
—Si aquella fuera Venecia, yo haría lo mismo —confesó su amigo—. Por cierto, ¿Qué te ha parecido? A mi me ha caído muy bien.
—Es una chica… amigable.
Roque le pegó un codazo en el estómago.
—¿Amigable? ¿Es en serio?
—Bueno… Era linda.
Roque le pegó otro codazo.
—¡Está bien! ¡estaba buena! ¡era hermosa! ¿Ya?
—Mejor.
Roque soltó una carcajada y siguió comiendo sus papa fritas, miraron una película y luego no hicieron su tarea. Miles de libros de historia los esperaban apilados en la mesa del comedor, habían sido traídos por su madre que deseaba que su hijo y el amigo de éste se pusieran a estudiar de una buena vez. Sin embargo, ninguno de los dos logró concentrarse y enfocar su mente en la tarea y en aquellos datos que circulaban vagamente por sus cerebros.
Roque solo pensaba en el partido de fútbol.
Andrés se había quedado enganchado con el nombre de aquella chica.
Venecia.Venecia.Venecia.Venecia.Venecia.Venecia.Venecia.Venecia.Venecia
—Quiero ir a Italia —soltó Andrés, pero cuando lo había dicho, su amigo ya se había ido. Observó a su alrededor y continuó estudiando.
Entonces empezó a escribir, a escribir una historia, de esas que escribía cuando era pequeño y que nada tenía relación con nada pero que al final tenía un significado profundo para él. Esta vez, la historia se trataba de una niña de nombre Venega, le gusta salir a caminar por los prados pero un día se encuentra con un perro que en realidad es un perro muy especial.
Y se quedó estancado en la mitad. Y se preguntó como sería eso si fuese publicado como un cuento para niños. ¿Les gustará? ¿tendrá igual de popularidad que Harry Potter?, pensó. Sacudió su cabeza hacia ambos lados, convencido de que eso nunca pasaría.
Pronunció el nombre Venega en su mente y luego lo dijo en voz alta:
—V-e-n-e-g-a —susurró para que su madre no pudiera escucharlo—. Venega… Venega…
Apoyó su cabeza sobre el libro de historia y trató de imaginar la continuación para su historia pero no le llegaba nada a su cerebro, ni siquiera un conocimiento nuevo para el instituto. Observó el reloj, eran las once de la noche
Venega es una niña…
No.
Venega es una maga…
No.
Venega es una estrella…
Sí.
Y a partir de eso pudo volver a tomar la lapicera y a escribir. Y cuando se dio cuenta, eran más de las tres de la mañana.
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De Lunes a Viernes.
Любовные романы¿Quién dijo que ser Lunes era fácil? Cansado de sentirse tan solo como una isla desierta, Andrew Lunes decide inscribirse en un campamento literario. Sin embargo, cuando su amigo y él descubran el objetivo secreto, los libros y la autora que aman...