Capítulo 6

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Capítulo 6

Andrés cubrió su rostro con sus manos, y disfrutó el momento en el que una fresca ventisca se atrevió a entrar por la ventana de la habitación. Las páginas del cómic que Roque estaba leyendo se deslizaron entre sus dedos. Insatisfecho por tan poco ruido, Andrés se acercó a la computadora y colocó unas cuantas canciones en la lista de reproducción. La mayoría del género que a ambos le gustaba, el country.

—Me gusta esta canción.

—¿Por qué?

—Al principio es como: Ta ta ta y al final como: tu tu tu —dijo Martes.

Andrés soltó una carcajada.

—¿Qué demonios?

—Bueno. Hagamos algo.

—¿Cómo qué?

—Quiero hacer algo arriesgado.

—¿Arriesgado? Estás loco —espetó Andrés.

—Piensa que si nuestra vida fuese un libro, los lectores se aburrirían en la primera página. Entonces debemos hacer algo arriesgado.

—¿Y si nos pasa algo?

—Idiota. ¿Por qué siempre en las telenovelas hospitalizan a alguien, o un personaje muere atropellado? Porque las tragedias es lo que le dan sentido a la vida. Piensa en que si no hubieras sacado un cuatro en biología, tu madre no te habría mandado a particular. Entonces…

—Entonces no habría conocido al chico que nos vende los cómics más baratos.  Espera, ¿haberme sacado un cuatro en biología pude considerarse una tragedia?

—Andrés. Créeme que para tu madre, es mucho más que eso.

—Mierda. Está bien, vamos. Llévame al lugar al que quieres ir, pero no me digas a donde vamos.

Roque tomó la mochila que usaba para ir al instituto y la vació para luego colocar una cámara de fotos, su celular, dos boletos y su billetera entre otras cosas. Empujó a Andrés hasta la puerta principal de la casa y los dos se escabulleron de la feroz madre de Martes.

Mientras caminaban, Andrés sentía curiosidad por los dos boletos que ahora Roque traía en sus manos. Sus dudas se aclararon unos minutos después cuando se orientó y descubrió que se encontraban en la estación de micros.

—¿Esta no es una escapada amorosa, cierto? —le preguntó Andrés, al ver que Roque estaba más ansioso que nunca.

—Podría serlo, pero no eres una chica y no soy gay…Salvo que tú me quieras en secreto y todo esto se vuelva en pura mierda romántica.

—No, gracias. Las mujeres me gustan tanto como los libros.

—Oh, pues eso aclara todos los malentendidos. Señor Andrés —se burló Roque y se acercó a la cabina—. ¿El micro ya está por salir cierto? —le preguntó a la mujer que asintió con desgana.

Al encontrar el micro correspondiente se subieron y tomaron los asientos. El micro no era tan grande como Andrés imaginaba, pero se sentía tan cómodo que el hecho de no poder quejarse de nada lo desilusionaba.

Toda esta situación era extraña porque a) el plan lo creó Roque b) no sabía a donde iba c) cuando iba en micro, significaba que iría a un lugar lejos. No estaba preparado mentalmente para eso.

Roque estiró las piernas y bostezó.

—¿A dónde vamos? —preguntó, ahora sí ya curioso, Andrés.

—No te diré. Me has dicho que no te diga nada.

—¿Está muy lejos?

—Quizás.

—¿Ya has ido?

—No. Tranquilízate, no nos sucederá nada —dijo Roque.  

—Mi madre se pondrá furiosa.

—Quizás.

—Deja de decir «quizás».

Quizás deje de decir quizás.

—Ya, dime. ¿Por qué tienes dos boletos?

—Mi abuelo antes de morirse me dijo que cuando estuviese en un mal momento y quisiese escaparme a un lugar muy, muy lejano tome los boletos y vaya con mi madre. Jamás me dijo dónde era.

—Espera, Roque ¿desde cuándo estás atravesando un mal momento?

—No lo estoy, pero simplemente quise escapar de una forma sencilla. Quería sentirme como los protagonistas de las películas que solo toman un bolso con cuatro cosas y se escapan a cualquier lado sin apenas pensar. ¿Te imaginas si fuese con mi madre? Ya me veía cargado tres enormes bolsos: en el primero, se encontraba su ropa. En el segundo, la mía; y en el tercero, electrodomésticos, comida y antibióticos.

—Ahora que lo dices de esa manera, has tomado una buena decisión al pedir que te acompañara en esta «aventura».

—No sé qué lugar será, pero hay muy pocos pasajeros. Despiértame cuando lleguemos, ¿sí? Procura no quedarte dormido.

—Lo intentaré.

Andrés continuó observando el paisaje por la ventana, miles de pensamientos se intercalaban en su mente mientras escuchaba música gracias a los auriculares que había perdido en los bolsillos de su pantalón.

Del otro lado, en el sector donde solo había un asiento, una muchacha que llevaba su cabello color azabache cortado mucho más arriba de las cutículas. Y Andrés estuvo seguro de que si ese peinado lo trajese otra joven, parecería un chico. Sin embargo, aquella muchacha lo lucía tan bien gracias a lo femenina que se veía aún cuando su belleza no era su punto fuerte.

Andrés observó su porte. La forma en la que sus manos descansaban en su regazo y en la que miraba por la ventana.

Si Roque estuviese despierto, le hubiese dicho que su prueba de riesgo era conseguir poder hablarle a esa chica.

Los minutos pasaban y seguía observándola. Y confirmó que sería capaz de verla hasta morir, porque entre cada parpadeo descubría pequeños detalles que en sus ojos la hacían mucho más bella. Como el sombrero que estaba a su lado y que traía un listó azul, y como agregado un gran girasol. O el bolso pequeño. O que sus uñas no estaban pintadas, ni largas.

Intentó llamarla, pero cada vez que había la boca su cerebro apretaba el botón de escape. 

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