PRÓLOGO

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Era un 15 de agosto como cualquier otro, incluso se podría decir que el clima del día era mejor que cualquier otro que hayan tenido desde hace años. En Ninjago, ya no era normal que no hubiera una gran capa de nubes grises sobre cada ciudad y población, según los exploradores, el único lugar por el que aún lograba entrar la luz del sol era en los campos y pueblos abandonados desde la gran evacuación. Sin embargo, otros grandes excursionistas habían desmentido ese hecho, pues tal parecía, la gran nube de smog ya había cubierto el poco cielo despejado hace más de un año. Cabe decir que son muy pocos los que se atreven a buscar zonas descontaminadas y libres del smog para vivir, ya que al hacerlo se corre con el 95% de probabilidad de que no vuelvas nunca, ya sea por los Slughorns o la Cardiohintón.
Pero este día, el 15 de agosto del año 2054, la capa gris que cubría el cielo de los refugios aún sobre la superficie, se encontraba de un tono más claro, casi blanco, que incluso les llegó a pasar por la cabeza a los padres, que era un buen augurio, y que la guerra por nuestro mundo tal vez no estaba tan perdida como ellos creían. Pero eran sólo ideas, ningún testimonio salió a los días, semanas ó meses siguientes para anunciar una mejora del asunto.

Este día debía considerarse uno feliz (según había estipulado el Gobierno), claro que, mantener a el futuro de Ninjago a salvo era una buena idea aceptada por los pocos habitantes de las ocho áreas diferentes. Sin embargo, la separación "temporal" de las familias se convertía eterna en la mayoría de los casos, y es por eso, que a los padres les daba un cierto pavor enviar a sus únicos hijos lejos por los siguientes catorce años.

Uno de esos casos era el del ya conocido Dr. Julien, quien ha apoyado durante tanto tiempo a la ACAC a encontrar el antídoto contra la Cardiohintón, que él mismo olvidó cuanto tiempo lleva haciéndolo. A pesar de ser un gran científico, inventor e ingeniero, el viejo doctor ya había presentado indicios de padecer la Cardiohintón nivel cuatro; en un hombre de su edad, era más que normal que aparecieran estos indicios y que resultarán positivos. Sin embargo, con todo ese peso sobre los hombros, el doctor tenía la mejor inspiración para seguir adelante en su trabajo y hacer del mundo un lugar mejor: sus dos hijos, ambos varones, uno más grande que el otro. Según él, eran tan parecidos como distintos, y aunque nadie le entendiera, él seguía insistiendo en que era cierto. Mas el doctor no dejó de contar los días, cada vez lamentaba más comprar nuevos calendarios, y cada vez se preguntaba más si era posible no enviar a las dos únicas personas que tenía bajo tierra por los siguientes catorce años. Él ya estaba viejo, enfermo, y nadie dijo que no moriría antes de que ellos volvieran, o viceversa.

El doctor con el pulso alto, siguió caminando con sus dos muchachos por el concurrido camino de tierra y pasto quemado hasta llegar a las rejas metálicas que lo separarían a él de sus hijos por mucho, mucho tiempo. Los tres llevaban tapabocas, al igual que toda la gente a su alrededor que venían a entregar a sus hijos al tren.

"Todos los niños de cuatro a seis años dirijanse por favor a cualquier puerta de acceso" anunciaba una lenta y aburrida voz por lo que parecía un megáfono.

El doctor, caminando a tropezones y procurando no chocar contra nadie, avanzó sin soltar los hombros de sus hijos hasta quedar a dos escasos metros de la puerta de alambre. El anciano se hincó ante ellos y se quito el tapabocas de la boca, ya era la hora del adiós.

-¡Papá! ¡No!- se apresuró a decir el mayor de sus hijos con una voz chillona, al mismo tiempo que intentaba subirle el tapabocas a su padre con su pálida manita -¡Te va a dar la Cardojabón!

El doctor, ante la rápida acción de su hijo y la invensión de la palabra »Cardojabón«, se limitó a sonreír dejando que su hijo mayor le pusiera nuevamente el tapabocas. Aunque él sabía que aquello ya no serviría de nada.

-Eres muy listo, Zane- le dijo el padre a su hijo como muestra de agradecimiento -No sé que haría sin ti o tu hermano.

-Creo que yo lo sé...- empezó a decir el otro niño con la piel ligeramente más morena -Vas a esperar a que regresemos, ¿no?

-Por supuesto. Pero mientras tanto, ambos deben prometer que se cuidarán los unos a los otros en todo momento.- dijo el doctor sin dejar de sonreír.

-¡Prometido!- exclamaron los dos hermanos al unísono. Detrás del tapabocas, se pudo apreciar una dulce sonrisa.

-Bueno, chicos...es hora de irse.- dijo el doctor poniéndose nuevamente de pie -Nos veremos pronto.

-¡Adiós papá!- exclamaron contentos los dos al unísono moviendo la mano de un lado a otro para despedirse.

Los dos hermanos atravesaron las puertas de reja, y corrieron por el largo pasillo de tierra hacia el tren que se encontraba más adelante. O al menos uno de ellos lo hizo todo el trayecto, ya que, el hermano mayor, cuya piel era más clara que la del otro, se detuvo en seco a mitad del corredor y dejó a su hermano corriendo solo hacia el tren. En ese momento giró sobre sus talones y vio ahí, acurrucado al lado de la reja, a un niño de la misma edad que él, llorando a llama viva empapando su propio cabello negro que le tapaba los ojos.

El chico no sabía qué hacer o qué decir. Buscó con la mirada a un trabajador del tren o a algún padre de familia cerca que llamara a gritos a su hijo entristecido, pero no hubo señal de que alguien estuviera llamándolo.

-No te preocupes niño, estoy seguro que también tú volverás con tu papá al igual que yo.- dijo el chico de piel pálida intentando animar al otro.

El niño desconocido dejó de llorar dando un brinco, tal parecía, no había advertido la presciencia del chico pálido en ningún momento. Pero eso no pareció cambiarle el humor.

-¡Tú no sabes nada!- gritó el niño desconocido de cabello negro.

Al instante, se puso de pie y comenzó a trepar por la reja que los dividía a ambos de la salvación y la destrucción. El pequeño Zane no sabía qué hacer, no sabía quién era ese niño y por qué razón saltaba la reja. ¿Cómo iba a sobrevivir un niño de cinco años a su suerte? El enigma de la vida era sencilla: sube al tren o mueres.

Sonó un silbato proveniente de la máquina blanca advirtiendo a Zane que ya era hora de subir al tren. Si se quedaba ahí, tendría que esperar un año entero para volver a subir, y según como le había dicho su padre, eso era un riesgo que no quería correr.

-¡Niño, es hora de irnos!- le gritó detrás de la reja al desconocido de cabello negro.

-¡Yo no iré a ninguna parte sin mi papá!- gritó el otro como respuesta y se echó a correr lejos de la reja.

Zane sabía que no podía hacer nada por ese niño loco que acababa de conocer. Volvió a darse la vuelta y tras una rápida corrida llena de adrenalina subió al tren justo a tiempo antes de que se cerraran las puertas. Encontró a su hermano menor sentado en un asiento doble junto a la ventana, al cual ya le estaban sirviendo la leche con chocolate por cortesía del tren. Zane ocupó su asiento y se quitó el tapabocas, era bueno poder respirar el aire artificial del tren. Pero en vez de pensar en eso, sólo se le ocurrió preguntarse si volvería ver a aquel niño de cabello negro otra vez.

Ninjago: Choque de guerra [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora