YA ME LO PAGARÁS

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—¡¿Mamá joder, quieres bajar ya!?.—Le gritaba a su madre desde el portal sin importarle el ruido que pudiera causar a los vecinos, pues ellos la habían despertado a ella y estaba dispuesta a darles guerra si eso querían. 

Miranda llevaba esperando a su madre con aquel hombrecito, ya quince minutos. ¿Qué demonios está haciendo esta mujer? pensaba. A los segundos de que Miranda, o mejor Miri, pensara esto de forma ya desesperante, su madre apareció bajando las escaleras. Su hija, al verla de tal forma haciendo tal patético se tapó los ojos con su mano en la frente y movió la cabeza simulando un ''no puede ser...''. Luisa se había puesto unos vaqueros ajustados y maquillado los ojos y labios de la misma manera a la que Miri avergonzaba. El señor que estaba con ellas, era el encargado de llevarles las cajas de la mudanza, pues todavía quedaban cosas que debía de poner en su piso; no todo lo habían abandonado atrás. 

El muchacho, de unos veinte y tantos años se acercó a Luisa y le tendió la factura y lugar donde tenía que firmar, para pagar los gastos de envío. Luisa firmó sacando mucho pecho de forma claramente hecha para provocar al chaval. Miri incomodándose y avergonzándose de su madre y ya de paso, viendo que el chaval no dejaba de mirarle el simulado escote a su madre, pensó en romper aquel momento asquerosamente incómodo para ella.

—Bueno que venga, que ya te puedes ir. Gracias y adiós.—le dijo acusadoramente a aquel chico.

El muchacho se limitó a asentir con la cabeza y volver a mirar a su madre una última vez antes de marcharse. ¡¡Puuaaggg!! era lo que sólo podía salir de la boca de Miri en aquel momento. 

Estaban rodeadas de cajas, algunas más grandes y otras más pequeñas, unas más pesadas y otras más ligeras. Miri echó un vistazo a su alrededor y soltó un notoro suspiro. —A ver cómo mierda voy a subir todas estas cajas sin romperme la espalda— pensaba.

Pensó en coger primero las que menos pesaban, pues era mejor dejar las otras más molestas por si veía algún vecino que quisiera ser tan amable de ayudar, con un poco de suerte por probar no perdía nada. Miranda y su madre cogieron una caja cada una.

—Mamá, no podías haber pagado para que las subieran ellos o qué. Se supone que estas son las que menos pesan y me van a partir la columna... Jesús—Y suspiró reprochándole a su madre de culpabilidad.

Luisa sólo se limitó a ignorarla, pues ella era así. Pero Miranda no se iba a quedar callada.

—Por cierto, que sea la última vez que bajas así y me dejas en ridículo, ya no te voy ni a poder llamar ''mamá''.

—Miranda, a veces eres muy arisca conmigo. Entiéndeme... soy joven..—y en esto Miri la interrumpió.

—Mamá, entiende tú que ya no eres joven para ir así por la vida, o al menos delante mia y con gente civilizada no lo hagas, me avergüenzas. Intenta rehacer tu vida de otra forma, así sólo se te acercarán aprovechados, ¿o no te has dado cuenta ya?.—Esta vez Miranda le hablaba enserio, estaba harta de que su madre intentara rehacer su vida con cualquiera que se le cruzara por su camino. ¡Incluso lo acaba de intentar con un chico que para ella es un niño!

—Ya sé que tienes razón hija.. pero a mi edad ya nada es tan fácil.—Soltó un suspiro y siguió subiendo las escaleras con la pesada caja.

Luisa adelantó a su hija y llegó antes que ella a la puerta del piso. Miranda decidió quedarse a descansar un momento y volver a coger aliento al fondo del pasillo. Tenía una puerta al lado, el ''Quinto B''. Ella vivía en el ''Quinto C'', justamente la puerta de más adelante. Entonces se acordó del chico de anoche. Ese maldito... pensaba. Volvió a coger su caja después de recuperarse de subir tantas dichosas escaleras y se encaminó a su piso.

EL VECINO DE MIRANDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora