Deseo a veces que Dios volviera a este mundo oscuro e insondable; porque aunque de algunas virtudes careciera también Él tenía su lado agradable.
GAMALIEL BRADFORD
El joven de trece años Isaac Newton había pasado los últimos meses observando con curiosidad cómo construían los obreros un
molino de viento a las afueras del pueblo de Grantham. El proyecto de construcción era sumamente emocionante porque aunque llevaban siglos inventados, los molinos de viento seguían siendo una novedad en esa región rural de Inglaterra.
Todos los días, al terminar la escuela, el joven Newton corría hacia el río y se dedicaba a aprender con todo detalle la forma, la disposición y la función de todas las piezas de aquel molino de viento. Luego se iba
corriendo a su habitación, en casa del señor Clarke, para construir réplicas en miniatura de las piezas que acababa de ver montar.
Por ello, conforme iba tomando forma en Grantham el enorme artefacto de múltiples brazos, también había avanzado la maravillosamente precisa imitación de Newton. Para el curioso joven lo único que faltaba era que alguien o algo representara el papel de molinero.
La noche anterior se le había ocurrido una idea que consideró brillante: su ratoncito sería perfecto para ese papel. Pero ¿cómo lo educaría para que lo hiciera, para que conectara
y desconectara la rueda del molino en miniatura como le ordenara? Aquello era lo que tenía que resolver esa mañana camino de la escuela.
Conforme iba andando despacio, su cerebro se afanaba en encontrar una solución. Sin embargo, súbitamente sintió un dolor agudo en el vientre: sus pensamientos se detuvieron de golpe. Cuando volvió en sí, el joven Newton salió de su ensoñación y se encontró con su peor pesadilla: Arthur Storer, el fanfarrón sarcástico y socarrón de la escuela acababa de darle una patada en el estómago.
Storer, uno de los hijos adoptivos del señor Clarke, gustaba de meterse
con Newton, burlándose de él despiadadamente por su comportamiento inusual y por confraternizar con Katherine, la hermana de Storer. Newton era un jovenzuelo callado y absorto, que generalmente prefería la compañía de sus pensamientos a la de la gente. Pero cuando se relacionaba con alguien, siempre era con chicas; les encantaban los muebles para muñecas y otros juguetes que les hacía utilizando su juego de sierras, buriles y martillos en miniatura.
Aunque lo normal era que Storer llamara a Newton gallina, en esa mañana concreta le estaba insultando
por ser tan estúpido.
Desgraciadamente, era verdad que Newton era el penúltimo estudiante de toda la Escuela Gratuita Rey Eduardo VI de Gramática, de Grantham, colocado muy por detrás de Storer. Pero la idea de que aquel fanfarrón se creyera intelectualmente superior hizo que los pensamientos del joven pasaran de los molinos de viento a la venganza.
Sentado al fondo de la clase, Newton solía encontrar sencillo pasar por alto lo que el señor Stokes, el maestro, decía. Sin embargo, en esa ocasión escuchó con interés. El universo estaba dividido en dos reinos, cada uno de los cuales obedecía a un
conjunto diferente de leyes científicas, les contaba Stokes. La región terrenal, imperfecta, se comportaba de una manera y la región celestial, perfecta, se comportaba de otra; ambos dominios, añadió, los había estudiado hacía muchísimo tiempo y con todo éxito, deduciendo sus respectivas leyes, el filósofo griego Aristóteles.
Para el joven Newton, sufrir a manos de una imperfección terrenal llamada Storer era prueba suficiente de aquello de lo que hablaba Stokes. Newton odiaba a Storer y a sus demás compañeros de clase porque no les gustaba. Por encima de todo, se odiaba a sí mismo por gustar a todos tan poco
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Cinco Ecuaciones Que Cambiaron Al Mundo
RandomRobert Frost sugirió en una ocasión que un poema es una forma concisa de expresión que, por definición, no puede traducirse nunca con suficiente precisión. Eso mismo puede decirse de las matemáticas: la mejor manera de comprender y apreciar la belle...