Prólogo

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Sobre pasteles de fresa y bebidas amargas

Existió un pequeño Kim Jongin que jugaba feliz y entretenido con su nuevo coche de juguete en el parque de delante de su casa. Sus pequeñas manos movían las ruedas del coche hacia delante y hacia atrás. En la mente de ese chico de 4 años existió un Jongin varios años más mayor que conducía por autopistas con gran velocidad y hacía que la gente lo mirara con envidia.

Tan entretenido estaba con su coche de juguete que no le prestó ninguna atención a un chico de piel blanca y ojos que se salían casi de sus órbitas, un chico que se ensuciada las manos con la arena del parque, jugando a ser cocinero y convirtiendo la húmeda arena en frutas exóticas y chocolates suizos, manzanas de caramelo y pasteles de fresa.

Estaban espalda contra espalda, dos risas paralelas que se ignoraban como si la otra parte fuera totalmente invisible, Kyungsoo hacia como si no oyera la voz grave que provenía de detrás de él que imitaba el sonido de un camión sin mucho éxito y Jongin, no se daba cuenta de ese cálido roce que se producía con el choque de los codos. La tarde transcurre con pasteles y carreras de coches, con una rueda rota que es tirada con fuerza hacia tras y un pastel de fresa destrozado. Transcurre con una sonrisa maligna de un chico que parecía un ángel y otro que continuó jugando hasta que el sol empezó a ponerse.


Cuando Jongin volvió a casa, su madre le preguntó por qué había palmadas pequeñas echas con fango detrás de su camisa y Jongin, enojado e indignado porque era su camisa favorita, no supo qué respuesta darle.

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Existió un Jongin de 16 años que aparentaba gustarle las fiestas a los que sus amigos le invitaban, música sin sentimientos perforando sus oídos, bebidas amargas bajando por su cuello y manos ásperas acariciando su piel sin permiso. El Jongin de 16 años realmente no disfrutaba de esas fiestas pero nunca parecía que sus excusas sobraran o que fueran suficientemente creíbles, así que se limitaba en aguantar, en ser el último que entra y el primero que sale.

Existió también un Kyungsoo de 17 años que volvía de la biblioteca para luego ir a la librería, quién leía libros de la sección de adultos y disfrutaba envuelto del silencio y el olor a páginas viejas. No tardó en conseguir un trabajo en una de las tiendas que abren las 24 horas de su ciudad para pagarse los libros que quería, esa que estaba justo delante de la discoteca donde iban la mayoría de sus compañeros. Kyungsoo se acostumbró a ver a grupos de chicos entrando eufóricos cada sábado, a ver chicas con faldas demasiado cortas para su edad y a distinguir a un chico con una falsa sonrisa que siempre entraba el último.

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El Jongin de 19 años disfrutaba trazando pequeñas pinceladas encima de un lienzo perfectamente blanco, le gustaba mezclar colores y combinar formas creando una realidad encima de un papel vacío y era increíble lo fácil que le resultaba.

Fue su primer año en la universidad estudiando una carrera que no eligió cuando se dio cuenta de que en sus apuntes habían más dibujos que letras. Concretamente fue durante el periodo de exámenes del primer semestre, en sus tardes encerrado en la biblioteca de la universidad tratando de estudiar algo.

Apoyó su cabeza en su mano y lazó un largo y profundo suspiro. Era imposible, no conseguía que su cerebro se mantuviera concentrado ni siquiera durante un minuto, su cabeza se empeñaba en distraerse y en hacer que sus manos se descontrolaran solas, dibujando con ellas formas y figuras raras en los márgenes de su libreta.

Iba a suspender el examen y era incapaz de hacer nada al respecto. Cerró los ojos esperando calmar sus pensamientos o su dolor de cabeza.

—Vaya, dibujas realmente bien.—la voz suave procedente de su lado le hizo dar un vuelco en su silla.

Jongin levantó la vista para encontrarse con un chico quién parecía muy concentrado observando su libreta. Su mirada era de casi admiración y tenía los ojos muy abiertos como si estuviera sorprendido de algo. Jongin no pudo ver más de su rostro porque llevaba una mascara que tapada su nariz y su boca.

—Me has asustado.—dijo simplemente Jongin, enderezándose.

El chico no dijo nada por un momento, pero Jongin pudo notar por la forma de sus ojos que sonreía.

—¿Qué hace alguien como tu estudiando algo como biología?—le preguntó el muchacho, mirándolo fijamente.

—Mis padre pensaron que me gustan los animales por el simple echo de tener dos perros—bufó con cansancio.

—Oh—el chico que tenía delante era muy evidente en cuanto a los emociones, sus ojos lo expresaban todo sin necesidad de palabras, cosa que a Jongin le pareció muy curiosa.

—¿Entonces qué haces aquí?—le preguntó el extraño chico de ojos saltones.—¿Porqué no huyes corriendo?

Jongin frunció el ceño tratando de entender a dónde quería llegar ese chico.—¿De qué estas hablando?

—Solo digo que si no te ves cómodo estudiando esto ¿porque seguir haciéndolo?—le contestó el chico, parecía decirlo muy enserio. —Te estas amargando tu solo.

Y dicho esto último, el chico le regaló una última sonrisa con los ojos y se fue tranquilamente de la biblioteca. Jongin pudo ver que cargaba una gran bolsa en una mano y en la otra llevaba varios libros muy gruesos. Era realmente el chico más extraño que había tenido la oportunidad de conocer y verlo irse hace que Jongin se arrepienta de no haberle preguntado por su nombre.

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Pandemonium [Kaisoo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora