Capítulo uno.

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Desperté adolorida e inquieta, ya que a pesar de saber que mi cuerpo no tenia heridas de gravedad mi alma se sentía herida, rota, como si me faltara una pieza muy importante de mi misma, una pieza necesaria para seguir viviendo. Aunque aun no había abierto los ojos, sabia bien que me encontraba sola, el silencio en la habitación era demasiado pesado como para que alguien estuviera allí, lo único que podía oír era el tintineo que hacían los grilletes en mis muñecas y tobillos al intentar mover despacio mi cuerpo para intentar acomodarme, ya que lo sentía completamente entumecido.

- ¿Donde estoy? - Pregunté al vacío de la habitación con mi voz seca, esperanzada de que alguien me respondiera.

Sabía que nadie respondería, no era la primera vez que despertaba en aquella habitación sola, como una niña abandonada por sus padres, el mismo sentimiento.

A pesar del dolor que la soledad provocaba en mi, eso no era lo peor, lo peor era despertar cada día con una sed terrible, que solo aumentaba de intensidad. Había hecho de todo para quitarla de mi organismo, desde chupar la humedad de las paredes hasta lastimarme a mi misma para poder beber mi propia sangre y lágrimas. Nada lograba hacerla desaparecer.

Moví lentamente mi cuerpo hasta lograr sentarme en el duro suelo de aquella oscura habitación, observé mi cuerpo deseando estar muerta. Tenia el cuerpo repleto de cicatrices antiguas que yo misma me había hecho, moretones de un horrible color negro cubrían mis piernas, y mis muñecas y tobillos estaban en carne viva después de haber intentado quitar los grilletes a la fuerza.

Estaba sola, y solo quería morir.

Rosa negra. #NSAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora