La reina de las aves negras.

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Cuando la nueva sangre nacida vea el día, se desvanecerá la muerte que no sólo amenazó, sino que consumió la vida. Que despierte el ave. Que los cuervos se alcen y ensalcen el cielo.

Cuentan los más sabios ancianos, los pocos que aún continúan con vida después de escuchar la leyenda, que hubo una época en la que nuestros antepasados temían más a la vida que a la muerte. Los abuelos de estos magníficos narradores aún no habían sido siquiera gestados cuando los hechos sucedieron, pero en sus mentes se habían quedado grabadas las historias que les habían contado sobre la era de los cuervos. Llevando a cuestas la maldición por ser conocedores de estos cuentos, ellos continuaron transmitiendo de generación en generación la leyenda, sabedores de que el precio a pagar era insignificante ante el valor de aquellos hechos.

Las nubes más espesas y negras que en el firmamento jamás se habían visto, cubrieron el cielo durante largos años, volviendo las tierras estériles y descargando sobre los pueblos grandes nevadas junto con fuertes tormentas cada día. Los abundantes rayos partían las noches y los días, anunciando tempestades sin fin que destrozaban todo cuanto se interponía en su camino. Los terrenos estaban constantemente inundados o cubiertos de gruesos mantos de blanca nieve. Las escasas briznas de hierba que tenían el valor de nacer, se encogían ante la oscuridad del mundo justo unos instantes antes de morir. El frío provocaba heridas sangrantes en la piel quemada por el trabajo, y las bajas temperaturas hacían que las distintas especies de flora y fauna perecieran cada día por decenas.

La vida en el planeta estuvo a punto de verse extinta a merced del dominio de la reina Neyrem, que tenía el corazón más gélido y retorcido que todos los asesinos a sangre frío del mundo. Las gentes de los pueblos apenas podían llorar ante su propia desgracia, la humedad de sus ojos se tornaba como el hielo que cubría los lagos, provocando cegueras que al menos les impedían ver la sangre helada de los decapitados inocentes.

La perpetua estación glacial mataba la vida y aceleraba la irremediable muerte. El planeta, enfermo de tristeza, soledad y oscuridad, se fue marchitando cada día más. No nacieron niños en ninguna parte del mundo durante veinte años, haciendo que los adultos fueran entonces los jóvenes.

Antes de esa época de terror, la inocente y bella reina había sido una dama de alta cuna que pasaba con su hermana y el príncipe largas horas de juegos cuando eran apenas unos niños. Era habitual que los más pequeños de la aristocracia mataran el tiempo juntos, reforzando aún más los lazos familiares y, a su vez, asegurando fieles aliados con los que contar en un futuro.

Con el paso de los años Lysa, la hermana pequeña de Neyrem, se enamoró de cada centímetro de la piel del joven príncipe, pero cuando este tuvo que contraer matrimonio, escogió a la hermana mayor, que no estaba interesada en él más allá de la amistad que ellos mantenían desde hacía años.

Obligada por sus padres, Neyrem se vio forzada a desposar con apenas trece años y, en contra de lo que cabría esperar, las dos hermanas se comportaron como adultas y no hubo disputa alguna entre ellas. De hecho, su relación se tornó aún más inquebrantable. Lysa se lamentaba por no poder estar con el hombre que le había arrebatado el corazón y el sentido, Neyrem, a su vez, consolaba a su hermana menor comprendiendo la tristeza que se reflejaba en sus ojos claros.

Más tarde, el príncipe fue coronado rey, el rey Seymon II, y con él, también Neyrem.

El pueblo acabó adorando a sus reyes, ambos eran ejemplos a seguir y no había súbdito alguno que no adorara con el alma al prestigioso matrimonio por el modo en el que juntos gobernaban.

Con el paso de los años los reyes tuvieron nueve hermosas hijas a las que habían querido incondicionalmente. Neyrem acabó amando a Seymon, por ser un hombre cariñoso y que la respetaba bajo cualquier circunstancia. Juntos habían formado una familia feliz y habían contado con todo el amor y las riquezas que habían sido de su antojo. Sin embargo, todo cambión cuando Neyrem dio a luz a la décima niña.

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