El lugar donde crecí tiene un especial rincón en mi memoria, no sé, si por considerarlo decadente o sumamente fascinante, pero lo cierto es que mi niñez la pase la mayoría del tiempo en casa, y todo lapsus que viví allí, lo hicimos todos atormentados por el humo que provenía de la quema en el botadero de basura no muy lejano, esto sumándole mi tendencia al asma nunca fueron buena combinación.
La casa, No constaba de pórtico, puedo decir que excepción de dos casas en la zona el resto de las casas circundantes ninguna lo poseía. No había un camino de entrada que condujera a la puerta, si no que la calle estaba directamente al frontispicio de la casa.. Dando a unos escasos medio metro de bordillo de cemento y una patética y atrofiada planta que debía ser de alguna utilidad, mi abuela nunca permitió cortarla, el color verde y amarillento de sus hojas alargadas y la delgadez del tronco hacían de a tres objetivos cautivadores para los perros de la zona. Era raro no llegar y ver uno que otro callejero en el bordillo.
Por lo que fue el frontispicio en aquel tiempo consistía en un una reja de barrotes blanco que a su derecha separados por una columna lucía un gran portón que hacía a su vez de puerta y único acceso a la casa, la pared del frontispicio tenía una textura corrugada, áspera y a veces no grata para la piel, era como una mezcla apenas esparcida, como quien destroza el cemento en un ritual rustico. Era de un color similar al trigo dorado del campo, al abrir la puerta colando un brazo por la reja y dando vuelta a la cerradura con la inamovible sempiterna llave de acero. Había a la izquierda una leonera de unos 4 metros, sin algún tipo de recubrimiento.
El tejado que nos daba refugio de la lluvia estaba muy alto, puesto las paredes de la casa eran enormes, cuando llovía el sonido de las gotas golpear la superficie era todo un espectáculo musical para quien sabe escucharlo, y en la parte delantera el agua salpicaba hacia dentro de la leonera y el olor a tierra mojada era algo de naturaleza familiar, a la derecha de la de allí, existía una espaciosa antesala sin muebles, que servía de sala de juegos para mi que el aquel entonces era un niño. Y esa misma antesala funcionaba bien como lugar donde se sacaban los muebles para recibir la escasa visita.
Si te detenías podrías ver a la derecha un corredor muy largo y ancho que funcionaba de estacionamiento, pero nunca recuerdo autos ahí dentro, para mi, dicho corredor era la continuidad de mi parque de juegos que conducía directamente a una lumbrera y la puerta verde que daban como entrada al patio.
Cuando tuve mi primera bicicleta, la aprendí a conducir casi a la perfección en ese corredor, nunca me caí o lastime mis rodillas con ella a pesar de si dejar unas cuantas marcas en una lavadora que hacía a veces de freno, el suelo de la mayoría de la casa era lizo y de color verde. Por ese mismo corredor solía perseguir junto a mi hermana al gato, por ese espacio de la casa, recuerdo acostarme en el suelo, la mayoría de la tardes con ese mimado gato llamado "Arequipe" ¿Cómo y porque llego a mi casa? No lo recuerdo pero pasaba casi tanto tiempo con el, como el que pasaba con mi hermana menor, y si! recuerdo el efusivo cariño que tenían todos por el animal, al punto de mi tío una persona dura y robusta que asemejaba una montaña dejarse lamer su inexistente cabello (porque era calvo) por la rugosa lengua de Arequipe.
Si decidías no ir por el corredor de la derecha si no que adentrarte por la puerta de la izquierda, a lo que llamaba yo "los dominios de los Titanes" debías hacerlo con el sumo cuidado de no hacer ruidos, esta zona era una sala inmensa, con repisas de vidrio, paredes blancas y enormes, adornadas con pequeños retratos de antepasados por los cuales nunca me moleste en preguntar y uno que otro crucifijo de sal, en esta sala habían muebles de madera bastante simples la verdad, de color barniz que los hacia ver más brillantes, estaban distribuidos alrededor de una mesita en patrones casi mágicos, como si fueran las estatuas que adoran algún dios y que semanalmente en cada día de limpieza eran cambiados de orden, todo en torno el eje gravitatorio que ejercía la pequeña mesa de madera y mármol.
ESTÁS LEYENDO
Relatos de un tal Cárter.
RandomColección de relatos varios de genero oscuro, encontrados en una caja, todos escritos a mano, me daré a la tarea de transcribirlos uno por semana. Y lo usare experimento para sacarte al igual como una vez lo hicieron conmigo de tu aburrida y soporíf...