Veo su cabello que cae y cae hasta las colinas que forman sus hombros. La cascada de dulzor, unos días calma y suave como una tibia brisa de primavera, otros irregular y voluminosa, tan viva como es ella. La tierra sumergida forma un degradado que podría decorar muros completos; pero no, los míos ella ya ha trazado con sus habilidosos movimientos de pincel también empapado de cascada y pozo de profundidad desconocida, que penetra en mis sueños donde las pinceladas lo abrazan sin ceder. Sin embargo siempre estará aquel momento en que la luz de la realidad golpea sin cesar mis ventanas hasta éstas abrirse y revelar la ridiculez de mis sueños inconclusos.
Veo entonces sus sonrisas que me invitan a acercarme a contemplarlas sin hacerlo en realidad, sus bloques sellados entre sí indicándome que nunca seré yo quien los traspase. Veo su piel y mis palmas, siento las caricias de un sentimiento que finalmente es correspondido, ella me abraza y me observa de la misma manera, mas no. No es cierto. Nada de ello es cierto.
Ella es la música en óleo, el color en compases, el mundo que nunca fue en un alma. Ella es todo lo que jamás será y lo que jamás tendré.
Veo curvas que descienden como líneas continuas de inspiración artística: un retrato de la perfección. Veo un molde de motivación, un significado sin su término, una maraña de intenciones positivas y talentos inigualables. Ella es todo lo que yo admiro, todo lo que quiero llegar a ser.
Veo tantos detalles, y la veo a ella. Veo a una dama, una gota más de agua sin relevancia, una huella más en el pavimento. Yo veo más que eso. Una risa en el silencio, un abrazo en la miseria, un copo de nieve en mi desierto.
Y desearía que fuese simplemente aquello, pero no lo es. Yo no la veo, la observo.
Ella es indescriptible. Es ella.