Las palabras disfrazadas están atrapadas tras mis labios. Hay tanto que quiero decirle, tanto que desearía confesarle. Lamentablemente debe bastarme con amor disfrazado de confianza, con este pequeño trozo de la verdad. Ni siquiera eso soy capaz de entregarle.
Caminé junto a ella a través de los mismos pasillos por los que ando cada día pensando en este preciso momento, y quizá en otro aún más íntimo que nunca existirá. Segundos después una puerta de azul intenso se abre frente a mí y yo me detengo, quedándome hipnotizada observando su cabello tras una oreja y sobre un hombro, como suele llevarlo. No puedo evitar una pequeña sonrisa asomarse al notar aquel detalle.
Ahora estoy allí, encerrada en los nervios y cuatro paredes y ella. Ella. Ella me observa con curiosidad esperando a que pronuncie alguna frase que revele la razón de estar en esta habitación en vez de continuar con nuestras vidas cotidianas. Ella oye el silencio de mis palabras disfrazadas y estoy segura, estoy segura, de que puede sentirlas revolverse en mi boca.
¿Qué mejor manera de hacer esto que con quien más temo hacerlo? Por más descabellada que suene la idea, no me importa. Y probablemente esto sea lo más estúpido que haga, pero tampoco es como si le importase demasiado. Habrá sido casi una obligación para ella escuchar mis problemas ya que es lo correcto. Lo correcto. Lo correcto. ¿Tengo siquiera el derecho de utilizar esa palabra o simplemente es otro disfraz?
Una sonrisa alentadora se hace presente en su bello rostro y todos aquellos pensamientos se esfuman de un momento a otro. Es increíble cómo un simple gesto puede alterarme tanto. No obstante, a pesar de querer decirle tanto, las palabras disfrazadas están atrapadas tras mis labios.
Entonces, en un arranque de valentía, vomito un montón de verdades suavizadas sobre cuan importante es ella para mí, la confianza que siento al estar contándole todo aquello y posteriormente, mi discurso. Ella no tiene idea de que es la principal razón por la que me di cuenta de que me siento atraída hacia mi mismo género. Supongo que ahora le será mucho más fácil descubrirlo.
Luego de empezar a hablar, el temblor en mis manos fue disminuyendo gradualmente hasta desvanecerse por completo, siendo reemplazado por seguridad y comodidad que transformaron aquella incómoda hora de confesiones en uno de los momentos más hermosos de mi vida hasta ahora. Nada se compara a las extensas miradas de comprensión que compartíamos, al hecho de que dedicó tanto tiempo a ayudarme, a su voz dirigida hacia mí, solo a mí. Tan solo pensar en ello me hace embriagarme de felicidad.
Las palabras disfrazadas ya no están atrapadas tras mis labios y no puedo estar más orgullosa de ello.