[La primera vez que lo vi, todo en mi cabeza se tranquilizó...]
Recuerdo la desagradable sensación que se adhería a mi piel, provocada por el intenso calor que invadía el clima esa tarde de marzo. Sí, era marzo, puedo recordar el sin fin de tonalidades de flores que nacían a su alrededor gracias a la llegada de la primavera, y el incesante pensamiento de que, a su lado, ellas carecían de belleza alguna.
Hubo una vez en que había pensado que colocar un punto final en mi historia era, irónicamente, lo que me motivaba a despertar cada día. A levantarme de la cama y repetir lo mismo en una insufrible monotonía que hacia de mis días, un infierno en vida.
A mi mente viene ese día en específico, donde iba cuesta abajo, metafórica y literalmente. Entre mis manos yacía un llamativo frasco de pastillas que acariciaba con anhelo; una ataraxia en forma de un montón de insignificantes tabletas y una nívea etiqueta con opacas letras adaptadas a la ocasión, la cual había obtenido gracias a una falsa receta que hallé en el consultorio de mi psiquiatra.
Era algo muy sencillo.
Y de repente me pregunté como algo tan simple podría acabar con tu existencia, como es que también tenía la capacidad de extinguir pequeños fragmentos de suplicio en un poder tan efímero y... desagradable. De forma temporal, para mi desgracia.
Hazlo.
Sí, en realidad había estado esperando ese momento durante tanto tiempo. Y estaba aquí, con la salvación entre mis dedos, con la esperanza revoloteando por mi organismo, saboreando libertad entre mis papilas...
Sin embargo mis ojos captaron otro tipo de libertad, muy distinta a las pastillas pero, con el mismo efecto.
Caminé vacilante hacia esa acendrada presencia; cada paso que daba se convertía en una lacerante duda más que acechaba con vehemencia a esa parte de mi mente que nunca lograba mantener en total sosiego. Mi mirada se perdía en cualquier lugar que no fuera la persona frente a mí, temiendo por lo que pudiera ocurrir, siempre un paso delante mío, buscando todas las posibles opciones de lo que acontecerá.
El sudor ya comenzaba a humedecer las palmas de mis manos y por fin me obligué a verlo, quedando estupefacto al momento en que sus cabellos se impregnaron en mis iris, como si fuera lo más hermoso que hubiera tenido el honor de observar alguna vez.
El remolino de extraños pensamientos irracionales que daba vueltas dentro de mi cabeza se acalló al ser espectador del choque de sus vastas y largas pestañas contra sus pómulos, como si fuera ello la única razón de mi existir.—¿Se te ofrece algo?— me preguntó con una apacibilidad tan grande que un leve toque de envidia me invadió.
Tragué con fuerza el nudo que comenzaba a crearse en algún punto de mi garganta, parpadeé con insistencia, inseguro de lo que estaba viviendo, y otra vez el miedo se albergaba en mí, manifestándose con leves temblores que hacían vibrar mi organismo de pies a cabeza.
Ya estaba acostumbrado a ello pero, estos estremecimientos provocados por mi cuerpo como una forma de auto defensa, eran distintos a todos los que había experimentado en el pasado.
No sabía porqué y el temor me consumía un poco más a cada segundo que pasaba, provocando que regresara sobre mis pasos sin decir algo más, tan sólo tratando con todas mis fuerzas de grabar su persona a fuego en mi mente.Me acunó el oscuro color de sus orbes y el tenue rosa de sus labios, por primera vez en devastadores años dormí con la sensación de que todo mi entorno se hallaba en paz y estaba seguro de las acciones cotidianas que había realizado antes de dormir.
Apagar las luces, asegurar la puerta, reacomodar lo que ya estaba acomodado y limpiar lo que no tenía ni un sólo ápice de suciedad.
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Etérea luminiscencia. [Stony]
Short StorySteve Rogers es un chico normal, común y corriente -como a él le gusta ser visto.- a excepción de una única cosa con la que ha tenido que cargar la mayor parte de su vida: padece de Trastorno Obsesivo Compulsivo. Si bien, común no es la forma adecu...