Paso 4: Ira

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DongHae observa una vez más el papel agrietado con tinta gastada. Lo ha guardado en su puño durante toda la clase, que ahora apenas pueden distinguirse lo que reza pero DongHae se lo ha grabado de memoria:

"a las 12 en las escaleras de emergencia de la azotea"


Espera llegar a tiempo porque a HyukJae lo pone malo eso de la impuntualidad.


El moreno tiene al menos una hora para platicar con MyungDae. No que DongHae esté ansioso de hablar con él, pero se siente con la obligación de corresponderle cuando el chico ha sido agradable con él en más de una ocasión.


Camina sin prisa a través de los pasillos de granito rodeados de naturaleza verde que se comunican entre sí. Ha decidido tomar un atajo -que no muchos conocen- por la parte trasera de la escuela para llegar más rápido al lugar en el que MyungDae le espera, y después... después que sea lo que Dios quiera, cuando se encuentre con HyukJae.


DongHae podría esbozar un mapa con los ojos cerrados de cada rincón de ese lugar. Cada pasadizo estrecho, salones abandonados, escondites debajo de las escaleras, tras las ventanas, muros vacíos... Estar con HyukJae le ha obligado a buscarse espacios oscuros y escondidos en medio de un todo.


Uno de esos espacios es el balcón de la sala del dormitorio de hombres, en el ala derecha. Ahí, la noche es tranquila, los brazos de HyukJae cálidos, los besos robados y entregados, las estrellas sobre sus cabezas, el cielo a sus pies, y las conversaciones suaves y tranquilas como terciopelo negro. Pero ahora no va a ese sueño encarnado en las madrugadas. No. Ahora va con MyungDae, el tipo que siempre lo saluda en las taquillas y que hoy se ha tomado la molestia a dirigirle la palabra -e invitarle a compartir mandarinas dulces- y que le ha dicho que se vieran (a los ojos de todos) en una banca perdida en los jardines del instituto.


—¡DongHae hyung! - le llama MyungDae con excesiva emoción que pasa desapercibida por el moreno.

—¡MyungDae-ssi! Lamento haber tardado - miente

MyungDae niega y le invita a sentarse: - Este lugar es mi favorito en todo el colegio -

—¿Vienes aquí a menudo?-

—Podría decirse que sí. Me gusta cuando el sol de la mañana toca el punto más alto... ahí... y se crean figuras graciosas en los ladrillos y en las ventanas de la sala de nuestros dormitorios- señala y hasta ese momento DongHae se da cuenta que esta frente al balcón de los sueños.


MyungDae quiere saber por qué sonríe. Si fuera HyukJae, no necesitaría preguntarlo; pero HyukJae no está allí junto a él en una banca olvidada de los jardines de atrás.


No está nunca.


La conversación transcurre y DongHae descubre que MyungDae es agradable. Y guapo. Terriblemente guapo.


No es HyukJae y sus ojos de fuego canela. No es HyukJae y sus labios gruesos moviéndose parsimoniosamente sobre su oído y su cuello para hablarle de tentaciones y castillos en el aire. No se trata del pelirrojo con mandíbula marcada y cuerpo flacucho pero definido. No es su Hyukkie por ninguna parte. Pero está bien. Está bien porque DongHae ha dejado al menos unos minutos de pensar en él. Olvidarlo, jamás.


Al cuarto para las doce MyungDae continúa hablando mucho, escuchando menos pero haciéndolo reír de todas formas.


El tiempo corre aprisa en el pulso de DongHae y MyunDae de pronto esta cada vez más cerca. Y de nuevo, no es HyukJae, no son sus labios los que se acercan suavemente, ni sus dedos largos y fríos los que se van enredando en su nuca.


—Siempre me has gustado, DongHae - susurra


Y DongHae abre mucho los ojos, se separa de un salto y deja a MyungDae con todos sus deseos apretados en los labios.


—No puedo. Yo... lo siento.


No me gustas. No así, de esa forma.


DongHae huye corriendo. Aprieta una vez más el pedacito de papel arrugado en su bolsillo, mira el reloj y ya son las doce con cinco.


—HyukJae...



Cuando llega a la azotea el pelirrojo ya no está ahí. Solo hay otro lugar en donde puede encontrarlo y de nuevo corre para llegar hasta él sin imaginarse que en ese momento HyukJae está ocupado y MyungDae está siendo pateado, molido a golpes sin piedad. 

Siete pasos al avernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora