31 de Julio de 2172
Se colocó los mechones del flequillo largo detrás de las orejas, se subió la mochila a la espalda y salió del baño.
Al bajar las escaleras se encontró con su madre preparando el desayuno.
— Hoy te marchas temprano— comentó Ellen sin apartar la mirada de la sartén.
— El tiempo ha mejorado especialmente ésta semana y eso me da la oportunidad de salir antes y aprovechar bien el día— cogió una manzana de la cesta de la fruta y le dio un mordisco—. Si necesitas que te traiga algo es el momento de decirlo.
— No hables con la boca llena.
— Eres la única persona capaz de vivir el fin del mundo y que aún le importen los buenos modales— le dijo su hija poniendo los ojos en blanco.
— Hay costumbres que no deberían perderse —le regañó con cariño. Alexandra soltó una risita y después miró la manzana, pensativa.
— Por cierto, ¿has conseguido encontrar mi colgante? No lo encuentro por ninguna parte.
— Lo siento cielo, he limpiado toda la casa y no ha aparecido. ¿Y si se te ha caído durante alguna excursión?
— Eso es imposible, siempre lo dejo dentro de casa para no perderlo —Alex frunció el ceño e intentó, por enésima vez, recordar si lo había dejado en esta casa o en la otra.
— En ese caso debe estar en alguna parte, volveré a mirar —le aseguró con una sonrisa mientras le servía un plato con huevos revueltos y bacon frito.
Alex removió el contenido del plato con el tenedor. Esos huevos en polvo sabían a arena mojada, nadie en su sano juicio lo llamaría comida. Se llevó a la boca las dos tiras de bacon y eso, junto con la manzana, fue lo único que desayunó esa mañana.
Con el bate de béisbol y su mochila en el asiento del copiloto, arrancó el coche. Condujo calle abajo, como siempre que hacía sus excursiones, y se introdujo por una de las bifurcaciones que la llevarían a una urbanización cercana.
Por suerte o por desgracia, ambas sobrevivieron al principio del fin de la humanidad. La casa que ocuparon contó con las provisiones necesarias para ayudarlas a sobrevivir varios meses encerradas allí, sin embargo, no todo dura para siempre y, más tarde que temprano, tuvieron que enfrentarse a la realidad.
Alex aún recordaba el primer día que pusieron un pie fuera de la seguridad de su nuevo hogar. Eran mediados de enero y el aroma a muerte y putrefacción se había asentado permanentemente en el cemento que cubría las calles. Estaban acostumbradas a los ruidos poco comunes que provenían de otros lugares, de otras casas, y ya los habían asociado al peligro inminente de un infectado cerca. Sin embargo, aquella mañana el viento fue un acompañante solitario en un día extrañamente silencioso.
Decir que Alexandra estaba nerviosa sería quedarse corto de palabras. Su corazón aleteaba como las alas de un colibrí, le sudaban las manos y hasta el más mínimo ruido la habría hecho saltar a la defensiva. Sujetó el bate de béisbol con tanta fuerza que de haber sido de otro material que no fuera madera, habría cedido ante la fuerza de su agarre. Se sintió rara e indefensa, totalmente fuera de lugar en una situación tan nueva y desconocida. Pero, ¡cuánto había cambiado la situación después de aquel día!
Alexandra dejó de morderse las uñas de su mano libre para alcanzar la lista que guardaba en el bolsillo de su chaqueta. Leyó con atención lo que Ellen le escribió y se dijo a sí misma que debía acordarse de buscar un lugar donde conseguirlo antes de volver a casa. Llevaba varios días exhausta, yendo de un lugar a otro encargándose de conseguir las provisiones que faltaban o de hacer las excursiones para encontrar a otros sobrevivientes. Después de la lesión que su madre había sufrido en la pierna, si se presentaba alguna emergencia no podría hacerlo frente sola, ambas lo sabían, y por eso Alexandra se vio obligada a buscar personas a las que unir a su pequeño grupo de dos. Pero eso añadió algo más a su lista personal de frustraciones pues no encontraba nada más que rastros viejos de algunos sobrevivientes, como si lo único que quedara de ellos en las casas vacías fueran sus fantasmas.
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«Mortales» [Corrigiendo]
SonstigesA veces creemos que conocemos cómo funciona el mundo y sus habitantes pero, en el momento menos esperado, pueden sorprendernos. Hoy es 13 de diciembre de 2154. El mundo ha cambiado. Las personas también. Pero volvamos a cuando empezó todo, volvamos...