•|3|•

85 8 0
                                    

15 de Octubre de 2171

Se despertó sobresaltada en mitad de la noche. El vaho salía disparado con cada exhalación y se extinguía veinte centímetros más allá, casi rozando el techo del coche. Alexandra se incorporó, y sentada con la cabeza entre las manos, se apartó los mechones de pelo húmedos que le enmarcaban el rostro.

Desde que salieron de Forsaken, su pequeño pueblo de ciento setenta mil habitantes, las pesadillas habían conseguido enfrascarla en un bucle vicioso que insistía en recordarle el horror que había vivido.

Juntó ambas manos y trató de calentarlas con su aliento; las tenía heladas.

— Mierda de coche...— maldijo con los dientes castañeandole.

El crujido de una rama rompiéndose en mitad del bosque la distrajo del frío. Giró la cabeza como un resorte y con los ojos bien abiertos buscó entre los árboles al intruso.

"Crack"

Otra rama volvió a crujir, esta vez con más fuerza.

Sintió el pulso en la cabeza y casi no pudo moverse durante un minuto, pero recobró el aliento y abrió la puerta haciendo el menor ruido posible.

Primero un pie, luego otro y ya se encontraba fuera. Sus zapatillas desgastadas se movieron sobre la mezcla de hierba y tierra y se adentraron entre los árboles, en busca de la sombra que emitía quejidos.

Se abrazó a sí misma para protegerse del frío y, mientras caminaba, escuchó el mismo sollozo que emitiría un perro herido.

— ¿Ho-hola?— preguntó con los dientes apretados por el frío.

Oyó el quejido más cercano. Se detuvo y agudizó el oído para encontrar la dirección de la que provenía.

«A la derecha»

Giró en esa dirección y a un par de pasos encontró a una persona tirada en el suelo hecha un ovillo. Se sujetaba la pierna con ambas manos; lugar donde una enorme trampa para osos se había comido la mitad de su tibia y peroné.

— ¡Oh, dios mío!— Alex se acercó al individuo, preocupada— Señor, ¿se encuentra bien?.

Cuando el señor alzó la cabeza dos ojos negros como la noche la miraron; ambos supuraban sangre como lágrimas. Las venas oscuras ascendían como una enredadera desde el cuello de su camisa hasta su rostro.

Se detuvo; la mirada de Alexandra se clavó en el rostro de la persona que gimoteaba en el suelo.

Aquello parecía dolerle mucho; tanto como a una persona normal.

«¿El virus no los vuelve completamente inhumanos...?»

Sintió pena por él, por su situación y su agonía. ¿Cómo podía permanecer indiferente cuando alguien sufría? La respuesta era simple: no podía.

— Señor, no se preocupe. Le ayudaré.

Se arrodilló sobre la tierra húmeda y acercó sus manos a la trampa para osos. El metal estaba helado y tardó menos de un segundo en dejar de sentir sus dedos por el frío. El hombre no paraba de gemir cual perro herido.

— Tranquilo, todo saldrá bien...— la media luna metálica había clavado sus dientes en el hueso; pudo verlo aún con la poca luz que disponía— Mierda...— murmuró al no saber cómo abrir aquella horrorosa trampa.

«Aunque logre abrirla, ¿Cómo demonios voy a detener la hemorragia? ¿Habrá perforado alguna arteria...?»

Agachó la cabeza para fijarse mejor.

« ¿Y si...?»

El ruido de un disparo hizo eco entre los árboles y Alexandra se encogió en su sitio un breve momento, luego, oyó el "puff" de un cuerpo caído a tierra a su lado. Observó el agujero sobre su ceja izquierda que supuraba sangre negra y espesa.

«Mortales» [Corrigiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora