Prisión de seda

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 No recuerdo momento en que no haya estado aquí. Cada momento que pasa más creo que esto es la vida, una celda a oscuras. En el centro de la circunferencia que forman las celdas equidistantes hay una estatua; una mujer con un niño en brazos. Arriba de ella un tragaluz que por el día deja pasar una luz moribunda que vacila constantemente a extinguirse como la llama de un fósforo en un día de viento. Tal vez eso es la vida.

 No sé si en las celdas contiguas hay otros prisioneros, no sé si ellos saben que aquí estoy yo y deciden mantenerse en las sombras donde la luz muere en silencio como una especie de contrapunto hecho de silencios con el lugar que da la sensación que estuviera construido de los mismos. La prisión de los silencios: no sé si la idea me conforta o me aterra; no sé si eso es la vida.

 La madre de la estatua no mira a su hijo a pesar de tenerlo en sus brazos, tiene los ojos mirando al vacío. El hijo no mira nada, tiene los ojos cerrados, tal vez estén ambos mirando el mismo vacío; tal vez se estén viendo sin mirarse; tal vez estén viendo a la vida.

 No hay mucho que hacer, tiempo parece tenerme encadenado a este espacio. No puedo ver más que mi cuerpo, tal vez si estirara mis manos o piernas a través de las rejas podría verlas pero temo lo que hay más allá de esta celda. Me limito a mirar hacia la madre hasta que me entre sueño, a pesar de que no pueda verla y que sé que ella no me devuelve la mirada.

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 Despierto por el dolor que me produce la luz del día, olvidé la última vez que la vi. Sin embargo, esta no llega a iluminar mi celda. Como si la luz se rehusara a tocarme se mantiene a unos centímetros de mi reja, iluminando solamente la estatua. Trato de no mirarla pero la curiosidad me puede. Me tapó los ojos con las manos y abro los dedos lo suficiente para que pueda ver sin lastimarme. El dolor, sin embargo, persiste. Me aferro a la luz como a la vida misma, imaginando que la almaceno dentro de mí y que cuando la oscuridad vuelva no sea tan oscura. Me acercó hasta la reja y cuando voy a apoyar mi cabeza sobre ella para poder ver mejor noto que ella ya no está.

 Retrocedo hasta tocar la pared contraria a donde estaba la reja como si este nuevo espacio me estuviera matando; como si la madre fuera a apoyar a su hijo en donde estaba sentada y fuera a venir a buscarme para apoyarme en su regazo y fuera a convertirme en piedra. Miro hacia la pared, hacia la oscuridad donde el dominio de la luz desaparece. Cierro los ojos como una segunda defensa contra luz y desecho cualquier memoria que haya almacenado de ella, su solo recuerdo me lastima.

 Me pregunto si las rejas de las otras celdas también han desaparecido, si ahora los prisioneros sin voces deambulan libres por el círculo de la madre e intercambian silencios entre ellos. Siento como se me pega la ropa al cuerpo por el sudor y empiezo a temblar hasta desmayarme.

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 Al recuperar la conciencia me armo de valor para volver a mirar a la madre con miedo de que esta vez me devuelva la mirada. Para mi sorpresa la cabeza de la madre se encuentra en el espacio que conecta mi celda con el centro donde se encuentra la estatua ahora decapitada por un corte perfecto como el hecho por una guillotina. Mis piernas no responden sí que me arrastro hasta que mis manos puedan alcanzar la cabeza.

- No voy a dejar que nos siga lastimando – le digo aferrándome a ella.

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 Negándome a que su sacrificio fuera en vano decidí adentrarme al centro donde hasta el momento solo el silencio había habitado. Llevaría la cabeza de Madre bajo el brazo y me arrastraría con el otro, no podía dejarla después de todo.

- Madre tú que cosiste esta red con tu propio hilo, dime: ¿estoy hecha de hilo o hecha de agujeros? Llevo tu seda roja cosida enmi cuerpo. Llevo tu regalo maldito.

 Sentí como la estatua se iba desmoronando a cada paso, sentí que me desmoronaba junto a ella.

- El regalo que me diste no fue más que una maldición. ¿Para que me ibas a regalar algo que me ibas a quitar Madre? ¿Acaso solo querías que sintiera lo que sentiste? Que regalo egoísta me has dado y sin embargo es todo lo que tengo y todo lo que quiero.

 La estatua termino de caer y la cabeza de Madre no fue más que polvo donde una vez hubo mármol. Tal vez eso era la vida.

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 Una vez en el centro, ahora cubierto de polvo, miré en vano al resto de las celdas donde la mirada no encontraba más que oscuridad. Llamé al silencio pero su única respuesta fue él mismo.

- Si vienes a buscarme aquí estoy - le grité con las pocas fuerzas que tenía- si no vienes me iré yo mismo.

 La prisión se desmoronó como si estuviera hecha de seda, ahora solo quedaba el centro y donde antes hubo celdas ahora había un mar turbio de un color rojizo.

- Sabía que vendrías a buscarme, después de todo no te puedes resistir.

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 La marea empezaba a subir pero esto no me asustaba. Ya había visto todo esto con Madre. Ella me mostró todo, me dio el mismo regalo que le dio su madre, la misma maldición. Nadie estaría para verme ir, nadie me despediría en el puerto cuando fuera a partir a lo desconocido cuando el mar amenazara castigar a cualquiera que se decidiera a navegarlo; a intentar domar lo indomable.

 Parto mirando sin ver lo que dejo atrás, seque tengo que partir o llegaré tarde. Se quesi no parto igual me alcanzará.


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