Ocean Drive

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Eran cerca de las nueve de la noche cuando Jennifer daba los últimos retoques a su maquillaje. Había llegado al departamento que su padre tenía en Boca Ratón a eso de las cuatro de la tarde, en un vuelo de no más de una hora en la avioneta privada de su querida amiga Yasna Paola, una latina hija de un comerciante que se dedicaba a ciertos negocios que jamás refería, pero que Jennifer estaba segura que no eran muy legales... Yasna iba y venía desde Tampa a Miami, por lo menos dos veces a la semana y ella había aprovechado ese viaje, regresando el día sábado en la tarde. Tiempo necesario y justo para conocer a Adam Hernández, el hombre con quien había conversado largas horas y por cerca de dos meses, a través de Internet.

Tenía una foto suya y varias conversaciones grabadas, así como también los cientos de mensajes que había recibido de la mejor amiga de Adam, Vivianne Lawrence, con quien había entablado una especie de amistad. A veces sentía un dejo de celos porque Vivianne estaba cerca de Adam, sin embargo, había sido un canal necesario a la hora de saber de él cuando éste no se conectaba. Sabía también que Adam era una de las pocas personas en el orbe que poco o nada usaba las redes sociales y que lo hacía solamente para tener contacto con ella. Mal que mal, sus primeras conversaciones habían sido en un chat en donde Vivianne era moderadora y en donde reclutaba a aspirantes a cantantes para crear grupos de conversación. Allí conoció a Adam, con quien de inmediato generó conexión. Al final de un par de semanas estaban hablando de amor y que esos pocos kilómetros de distancia que los separaban, era hora de diluirlos, por lo que ambos acordaron que era hora de conocerse.

Sí, estaba nerviosa. No era una cita a ciegas, sabía a quién iba a ver ese día. Por fin los besos virtuales y las palabras escritas, a veces con errores ortográficos, hoy tendrían sonido y rostro. Porque por más extraño que resultara, jamás Adam quiso llamarla, a pesar de que ella le dio su número telefónico... ni qué decir del famoso WhatsApp ya que al parecer Adam veía en esos medios un tipo de «amenaza» por lo que evitaba a toda costa su utilización. Pero era Vivianne quien le decía que no debía temer, que Adam era así y que confiara, si él no usaba las redes sociales, era solo por una política familiar.

El departamento contaba con pocos enseres, los que eran de ella, pues ese lugar fue su espacio durante los años de universidad. Su padre lo había comprado solo con el propósito de que ella contara con la mayor privacidad y tranquilidad en los momentos de estudio, aunque estaba segura que lo había hecho para alejarla de las fraternidades y casas de estudiantes... Dio un suspiro mientras su mente había viajado varios años atrás, recordando con nostalgia el tiempo vivido junto a Peter... Buenos y malos momentos que ahora solo eran reminiscencias de algo que siempre estuvo condenado al fracaso.

Se dio una última mirada al espejo de la sala y lo que vio le gustó: su cabello castaño largo por debajo de los hombros, con suaves risos, maquillaje suave y ropa casual, creaban la imagen de lo que ella siempre había sido: una mujer sin mayores complicaciones y sin aparentar nada.

Adam le había dicho que irían a un lugar sosegado y poco concurrido, así que se había vestido en forma casual, con pantalón color amarillo pálido, una blusa blanca ajustada de pabilos delgados, sobre esta llevaba otra de color café con amarillo, casi transparente, de mangas anchas, tipo española, que le hacían acentuar su femineidad. Antes de dar un retoque al lápiz labial, su celular vibró y vio que se trataba de un mensaje de Vivianne Lawrence, justo a la hora señalada, —Estoy abajo—. Bien, la hora había llegado.

También sentía nervios por conocerla en persona pues habían conversado muchas veces pero jamás la había visto. Su corazón latía con fuerza por miedo y por ansiedad. ¿Qué tal si todos eran uno asesinos que la habían embaucado? No era tonta, y en su bolso nunca estuvo de más su dispensador de gas pimienta y uno de shock eléctrico. «Mujer precavida...» esas eran las palabras de Hans, su hermano mayor quien se las había arreglado para meter esas dos armas en su equipaje. Ambos, Hans y Lio, sabían de su cita esa noche y no faltó el sermón interminable a la hora de dejarla en el aeródromo para abordar la avioneta del padre de Yasna.

Canto Para TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora