La Fotografía

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Me encuentro sentado en aquella vieja silla que en sus tiempos de mayor gloria demostró a una gran estirpe su gran lujo y calidad, pero con el tiempo inexorable ya no queda más que una silla de tono verdoso y dudosa procedencia, al igual a aquel gris cuarto oscuro cuya única iluminación no es más que la tenue luz de la luna, que de manera costosa entra por los opacos cristales de la habitación, siendo seguida una débil vela. La hiedra crecía en las húmedas y oscuras esquinas de aquella casa, así como lo grotesco se escondía en los cuartos olvidados junto con una peculiar fotografía de tiempos añorados. De la misma manera que el abrupto momento del clímax de aquellas obras de arte que resonaban en la sala de conciertos del suntuoso Palacio de Bellas Artes como cuando la gente afirmó al Sr. Jaramillo y al Sr. Monroy de la existencia de aquellos portones de fantasía, aquellos más allá de la imaginación y una nueva era de modernidad para la ciencias y matemáticas con tal de entre la opulencia llegar a aquel mito de no más que 100 años conocido como la "Biblioteca de Kazabur" (No es más que una vil charlatanería la que intentan, puesto a que jamás encontraran manera de vislumbrar los mares de Jun'dur sin mis escritos); Así como cuando la desdicha de Eliot pasó desapercibida en aquel silencioso funeral en el cementerio de San Felipe; Junto con mi desaparición ante el resto de la Sociedad de Makinnar y mi forzado aislamiento al ser declarado demente por aquellos que al día de hoy vuelan en los inmensurables zepelines de las ciudades del norte, mientras festejan a la luz de las lámparas del bar olvidado de Matrivoska y tomando un gran tarro de cerveza cuya procedencia es desconocida pero su sabor inigualable entre los conocedores del alcohol.

"Oh, mi preciosa Dulcinea" De manera repentina resonaba en mi mente, mientras ansioso observaba a las moscas en el cadáver de una rata. Mientras mayor era mi necesidad mórbida de mirar a aquel inerte animal y mayor era la necesidad de acercar la vela a aquella creatura desafortunada, así como mi risa crecía cuando aumentaba la claridad con la que observaba su pútrido cadáver y la luz de la luna infestaba aquel cuarto mohoso. A la cabeza de aquel animal desgraciado estaba ella, aquella mujer que alguna vez fue mi "Dulcinea" y objeto más preciado de mi existencia podrida por el enojo irracional y la ansiosa necesidad de recordad a una extraña sombra del pasado que nadie debe mencionar. Quizás abre terminado de perder lo poco de mi cordura, tal vez solo miro un nuevo horizonte. Mire lentamente su pálido cuerpo, observando sus frías manos esqueléticas y aquel hermoso vestido de azules tonos que de manera agónica parecía haber sufrido el paso del tiempo; observe detenidamente aquel dulce cuerpo, observe dulcemente su rostro junto con aquella herida ocasionada por mi revolver en su ojo derecho hace una semana mientras que su exánime rostro me miraba atentamente contra la voluntad de los dioses y la gloria de aquel mar que nunca vio en esta vida. Mas la chispa de la desdicha no tardó en hacerse presente junto con un olor a fino tabaco.

La terraza de aquella casa olvidada había empezado a tronar, los techos y el segundo piso caían ante la calidez de las estrellas mientras que los dioses hacían arder está olvidada choza. Desde la ventana sin cristales se observa el humo de los pisos superiores, la madera quemada perfumaba de manera dulce toda la casa, preparando un adorable espectáculo de la depravación mientras el impiadoso fuego cruel iluminaba aquel cuarto oscuro. Acerque lentamente mis manos a mi desdichada "Dulcinea" solo para darme cuenta que en aquel cuarto de amarillentas tonalidades enfermizas, no quedaba más que las titánicas llamas que consumían mi vieja casa, y en el suelo una antiquísima foto de tiempos prosaicos. Aquello era la última fotografía de aquel ser de cabellos delicados que por las noches me observaba tiernamente mientras el extraño color entre naranjas y rojas tonalidades de su melena brillaba con tenacidad hasta caer en un sueño perpetuo. Aquello era la última tentación de este viejo hombre, el último recuerdo que quedará mientras que una vieja revolver apuntaba firmemente ante mí por una pálida mano exánime y un pútrido rostro del cual huían las moscas.

Los campanarios de una vieja capilla hacia el horizonte han empezado a sonar mientras el fuego intranquilo consume aquella fotografía y mi sucio cadáver.

Por fuera viendo desde la ventana, en medio de una carretera baldía, hay un hombre de cabello igual de rojizo y extraño como mi amada, vestido de finas galas y que a su vez prende un lujoso cigarro que cuyo costo por unidad ha de ser inimaginable. Mas solo admira asombrado junto a una silla de gran estirpe y aplaude a tan magnificente obra de la desgracia y a la humanidad. A su lado sobre un asiento de lujosos detalles se encontraba un cuaderno bastante peculiar, aquello eran los olvidados escritos del fantasma de una era, el fantasma de los desiertos de Xaratun.

FIN

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