Nota de suicidio.

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                                                                 "Viernes once de octubre de 2013, Buenos Aires, Argentina.

Santiago, porque ya no puedo seguir llamándolo padre:  

Cuando lea esta carta, lo más probable es que yo no me encuentre con vida. Tomé la decisión y es definitiva, no hay vuelta atrás, no hay nadie que pueda cambiar mi opinión".  

Arrugo la hoja de papel que estaba sobre mi escritorio hasta que se convierte en una pequeña pelota de papel. Cuando la arrojo al cesto de la basura, suelto un suspiro aunque no recordaba estar conteniendo el aliento. ¿Qué tan difícil podía ser escribir una nota de suicidio? Mi cesto de basura desborda de hojas a medio escribir con tinta negra y caligrafía torcida.

Con las pocas fuerzas que tengo consigo levantarme de la silla frente al escritorio mientras mis dedos trazan los bordes de los cortes en mis muñecas. Los que más resaltan en mi pálida piel son los de anoche, de un rojo escarlata brillante, haciendo juego con una nueva pulsera morada de moretones en cada muñeca. 

  Recuerdo todo lo sucedido anoche. Llegué a casa temprano, como siempre. Como el reloj de Santiago marca dos horas más de las que debería marcar, recibí una buena golpiza de su parte por "llegar tarde a casa". Me tomó con fuerza por las muñecas y me empujó contra la pared de piedra de la habitación. 

  — Cómo te atreves a llegar tarde?— gruñó y en ese momento supe que estaba perdida.

—Son las seis, acabo de salir del colegio—me defendí susurrando.

—¡Son las ocho! ¿Dónde te habías metido?— su mano soltó mi muñeca izquierda para abofetearme. La familiar sensación de ardor doloroso luego del golpe se hizo presente nomas retiró la mano. Pude ver mi reflejo en el espejo colgado en la pared detrás de él y noté que sus dedos ya habían quedado marcados en mi mejilla.—Mereces un castigo. Sin desayuno y cena por tres días, comenzando ahora.  

Cuando se apartó, yo di un paso al frente. Pero él me empujó contra la pared nuevamente. El sonido del golpe de mi cabeza contra la sólida pared llenó mis oídos cuando caí al suelo, observando cómo él se alejaba antes de que todo se fundiera en negro y la oscuridad lo llevara todo.  

Desperté a las pocas horas y aún me encontraba tirada en el suelo. Ya era completamente de noche y Santiago estaba sentado en el sillón, bebiendo una cerveza tras otra, comiendo papas fritas y mirando realitys basura en la televisión. Gateando silenciosamente, me escondí dentro del baño. Una vez que encontré las hojas de afeitar que Santiago guardaba en una caja, encendí el agua de la ducha y entré,  comencé a contar hasta cien entre susurros y lágrimas mientras trazaba firmes líneas en mis muñecas con la pequeña hoja. Seis firmes cortes en cada muñeca antes de  dejar que las gotas de agua caliente se mezclaran con mi sangre y mis lágrimas. Con todo el dolor había olvidado por completo que antes de meterme en la ducha debía quitarme la ropa.

  "¿Es porque cree que fue mi culpa, cierto?" escribí en una hoja nueva cuando volví a sentarme en la silla. "Quiero que sepa que no ha sido culpa mía, y que aunque había querido protegerla, ella me había dicho que no. Por eso yo soy la que está aquí ahora y no ella".  

Viajé mentalmente a un día seis meses atrás, cuando había ido al banco con mamá. Unos asaltantes habían ingresado al lugar y nos habían tomado como rehenes. Habían pedido una suma importante de dinero y, mientras los empleados del banco iban sacando el dinero y metiéndolo en bolsas, por cada minuto que pasaba disparaban a un rehén. A los cinco minutos, había sido el turno de mi madre. 

Intenté ponerme en medio del espacio entre los asaltantes y ella pero mamá me empujó a un lado, con los ojos llenos de lágrimas. Aún recuerdo sus palabras antes de que el disparo se robara su vida.

"Eres más joven, salva tu vida".  

Luego de eso los empleados del banco habían entregado el dinero y los asaltantes se habían retirado velozmente.  

Estoy segura de que Santiago me culpa por no salvar la vida de su esposa. Día a día voy ganando moretones y cicatrices por parte de él, sumados a las cicatrices por parte mía, intentos fallidos de terminar con mi vida. Pero esta vez es definitivo.

  Releo las palabras escritas anteriormente antes de agregar unas nuevas:  

"¿Es porque cree que fue mi culpa, cierto? Quiero que sepa que no ha sido culpa mía, y que aunque había querido protegerla, ella me había dicho que no. Por eso yo soy la que está aquí ahora y no ella. Pero ahora ninguna de las dos estará aquí. Gracias por hacerme sufrir tanto, y adiós."  

Dejo el papel sobre mi escritorio y me pongo de pie nuevamente, sujetando un cuchillo contra mi cuello. Ha sido afilado recientemente, por lo que un hilo de sangre ya corre por mi clavícula y mancha mi camiseta blanca al hacer contacto el metal frío contra mi piel. Cierro los ojos y dejo que mi mano se mueva por sí sola, como si tuviera vida propia, mientras mi mundo se va desmoronando poco a poco, hasta fundirse en negro como la pantalla de un cine al terminar la película.

Nota de suicidio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora